sábado, 23 de septiembre de 2006

Si yo estuviera al timón...

Sentía lástima de la raza humana, de la estupidez del hombre y de su falta de imaginación. Perderse una comida no era tan terrible…, el espantoso vacío de la calle era lo que me perturbaba profundamente. Todas aquellas malditas casas, una tras otra, y todas tan vacías y tan tristes. Magníficos adoquines bajo los pies y asfalto en la calzada y escaleras de una elegancia bella y horrenda para subir a las casas, y, sin embargo, un tipo podía caminar de un lado para otro todo el día y toda la noche sobre esos costosos materiales y estar buscando un mendrugo de pan. Eso era lo que me mataba. Su incongruencia. Si por lo menos pudiera uno salir con una campanilla y gritar: “Escuchen, escuchen, señores, soy un tipo hambriento. ¿Quién quiere que le lustren los zapatos? ¿Quién quiere que le saquen la basura? ¿Quién quiere que le limpien las tuberías?” Si por lo menos pudieses salir a la calle y expresárselo así de claro. Pero no, no te atreves a abrir el pico. Si dices a un tipo que estás hambriento, le das un susto de muerte y corre como alma que lleva el diablo. Eso es algo que nunca he entendido. Y sigo sin entenderlo. Todo es tan sencillo: basta con que digas Sí, cuando alguien se te acerque. Y si no puedes decir Sí, cógelo del brazo y pide a algún otro andoba que te ayude. La razón por la que tienes que ponerte un uniforme y matar a hombres que no conoces, simplemente para conseguir un mendrugo de pan, es un misterio para mí. En eso es en lo que pienso, más que en la boca que se lo traba o en lo que cuesta. ¿Por qué cojones ha de importarme lo que cuesta una cosa? Estoy aquí para vivir, no para calcular. Y eso es precisamente lo que los cabrones no quieren que hagas: ¡vivir! Quieren que te pases la vida sumando cifras. Eso tiene sentido para ellos. Eso es razonable. Eso es inteligente. Si yo estuviera al timón, tal vez las cosas no estuviesen tan ordenadas, pero todo sería más alegre, ¡qué hostia! No habría que cagarse en los pantalones por nimiedades. Quizá no hubiera calles pavimentadas ni cachivaches de miles de millones de variedades, tal vez no hubiese siquiera cristales en las ventanas, puede que hubiera que dormir en el suelo, quizá no hubiese cocina francesa ni cocina italiana ni cocina china, tal vez las personas se mataran unas a otras, cuando se les acabase la paciencia, y puede que nadie se lo impidiera porque no habría ni cárceles ni polis ni jueces, y, por supuesto no habría ministros ni legislaturas porque no habría leyes de los cojones que obedecer o desobedecer, y quizá se tardara meses y años en ir de un lugar a otro, pero no se necesitaría un visado ni un pasaporte ni un carnet de identidad porque no estaría uno registrado en ninguna parte ni llevaría un número y, si quisieses cambiar de nombre cada semana, podrías hacerlo, porque daría lo mismo, dado que no poseerías nada que no pudieras llevar contigo y, ¿para qué ibas a querer poseer nada, si todo sería gratuito?

Henry Miller,
De Trópico de Capricornio (novela), 1961.

1 comentario:

adrian piaf dijo...

hey, hola, muy buen libro aquél de miller, ojalá fuera más promovida su obra, pero en fin, me gustó mucho tu blog, a ver si luego puedes recomendar algunas revistas buenas de música que haya aca en méxico