domingo, 30 de mayo de 2010

The Electric Kool-Aid Acid Test


Antes de que el movimiento hippie saltara a la vista de todos, Ken Kesey y compañía ya habían explotado prácticamente todas las posibilidades que ofrecía la combinación de drogas psicotrópicas, rock, tecnología, cultura pop y libertad lúdica y espiritual, llevando la psicodelia a niveles realmente delirantes.

Kesey y un grupo desquiciados amigos, que se hicieron llamar The Merry Pranksters –traducidos acá como Los Alegres Bromistas–, se dedicaron durante todo el año de 1964 a recorrer, pasadísimos en ácido, gran parte del territorio gringo a bordo de un autobús escolar completamente pintado de chirriantes motivos psicodélicos. Minando desde adentro la cuadrada conciencia de Norteamérica, filmándolo todo, sonorizándolo todo, Los Bromistas convierten al viaje por carretera en una metáfora de la existencia misma. Y sólo para que se imaginen el tamaño del viajecito, el Furthur –que así fue bautizado el autobús– fue conducido además durante casi todo sus viajes por el mítico Neal Cassady, aún dueño absoluto del volante, la carretera y la locura, convertido en esos días en un adictazo a las anfetas.


Podría decirse que The Merry Pranksters fueron los fundadores de lo que algunos llaman hoy contracultura, en los términos totales de lo que esa palabra aspira significar; pero ése no es el punto. Hasta aquí sólo diré que las conocidas Pruebas del Ácido, ideadas por Kesey como una experiencia total del LSD, sentaron las bases de los conciertos de rock tal y como los conocemos hoy. The Acid Test, sí, fiestas lisérgicas en donde los sentidos eran estimulados por todos los frentes, mientras una banda de rock -The Grateful Dead, por lo general- capitaneaba el viaje. Luces estroboscópicas, decenas de micrófonos y amplificadores, pintura fluorescente, rock & roll, drogas... y todo eso elevado a niveles religiosos, en donde la búsqueda de la conciencia suprema, de dios y de la experiencia colectiva era algo tan hilarante como inspirador.

Y bueno, The Electric Kool-Aid Acid Test, es el título con el que Tom Wolfe inmortaliza las hazañas de The Merry Pranksters por medio de un trabajo periodístico. Y lo hace de una manera magistral, experimentando con las palabras de la misma manera en que los Bromistas experimentaban con las drogas, sin una sola concesión para nadie. Aquí Wolfe busca y descubre nuevas maneras de utilizar el lenguaje para realmente reflejar toda la locura y el colorido de lo que estaba viendo y viviendo junto a los Bromistas; logra de esta forma encapsular en el texto la esencia, el ambiente y el sentir de uno de los momentos clave de la historia del siglo pasado. Nada de periodismo chato y burdo, esto es periodismo de verdad, con víceras: periodismo rompemadres.

Muchas son las personalidades que se pasean por estas páginas, además de Kesey y Cassady. Ahí están también Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Los Ángeles del Infierno, Hunter S. Thompson, The Beatles, The Grateful Dead, Timothy Leary, todos colgados en ácido, viviendo la experiencia, viajando en el autobús, ese símbolo perfecto de una época en donde la gente era maciza y reventada. Y sólo para darles una muestra, aquí les dejo un fragmento en donde Owsley Stanley, aquel famoso químico que surtió a toda América de LSD puro, se mete un buen pasón de su propio ácido y al final casi no la cuenta:


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Al amanecer hay una luz condenadamente fría en la playa y en las hierbas de la marisma. Y una sombra purpúrea sobre el océano, como una inmensa y gélida magulladura. De pronto se abre la puerta principal y aparece Owsley.

Owsley se tambalea y anda a tientas y grita:

-¡Supervivencia!

Parece un silbido de vapor que brotara forzadamente de un pequeño orificio.

-¡Supervivencia!

Owsley, el Rey del Ácido, con su atuendo de drogota de 600 dólares, vacila en el alba azul-magulladura, con los ojos como cráteres del desastre, y emite como un silbido:

-¡Supervivencia!

Pero al ver a Kesey parece como alcanzado por una oleada de adrenalina, porque recupera la voz y se dirige a él:

-¡Kesey!

El caso es que Kesey no puede volver a hacerlo. Es el final. Las Pruebas del Ácido han terminado. Kesey es un maníaco y las Pruebas del Ácido son demenciales y todo se está yendo al traste. Tomar LSD en un grupo tan enorme desencadena demasiadas fuerzas, demasiada energía vandálica, y hace que sobrevengan cosas muy destructivas y extrañas... El ácido es suyo -de Owsley-, y él dice que es el final. Nadie entiende lo que está diciendo. Sólo entienden que está pirado y que todo es obra de Kesey.

Poco a poco, las piezas van encajando. Owsley ha vivido un gran viaje de su propio ácido. Al parecer ha tomado LSD, una buena dosis, y la luz estroboscópica y los increíbles estratos de intervalos variables empezaron a mecerlo y a envolverlo en ondas y acabaron arrojándolo a una torsión del tiempo, o a una dimensión temporal paralela. Los adictos al ácido siempre estaban hablando de esas cosas. Podían citar a sesudos pensadores al respecto, e incluso a científicos, como C.D. Broad y su teoría de una segunda dimensión temporal: "acontecimientos separados por un lapso temporal en una dimensión pueden hallarse aunados sin lapso alguno en la otra, del mismo modo que dos puntos de la superficie terrestre que difieren en longitud pueden ser idénticos en latitud"; o J.W. Dunne y su teoría del serialismo, o del infinito retroceso; o Maurice Maeterlinck... Los adictos al ácido siempre estaban hablando de esas cosas, y a Owsley le había tocado experimentarlo en carne propia. Había tomado ácido. Había sido atrapado en el torbellino, había girado con él y había acabado totalmente colgado por los efectos especiales de los artilugios de intervalo variable de los Bromistas..., y la leyenda del viaje de Owsley acabó contándose como sigue:

Retrocedió hasta el siglo XVIII..., ¡el conde de Cagliostro! No ya el llano Giuseppe Balsamo de Palerno, la Oakland del Mediterráneo, sino el buen conde, el alquimista, el pronosticador de loterías, el creador alquímico que desde los elementos básicos de..., este diamante, el mayor y más deslumbrante de la historia..., aquí, cardenal Louis de Rohan..., ¡santo cielo!..., perseguido por taumaturgo, arrojado a esta negra y vertiginosa mazmorra, la Bastilla, rezumante de agua repulsiva y de musgo carbonatado y de retorcidas y desmembradas ratas, diseccionadas a la centelleante luz del diamante, algo increíble, una pata de rata aquí, un hueso metacarpiano de rata allá, dientes de rata, ojos de rata, rabos de rata que brincan y quedan en suspenso en el aire como luces urbanas..., aquel ruido..., el populacho en las calles..., bien la salvación.... o..., la Bastilla empieza a desintegrarse en cubos de fieltro absorbente...

...y así sucesivamente. El mundo empezó a fragmentarse sobre él. Empezó a hacerse trizas, a desmembrarse en sus componentes, y él ni siquiera había vuelto aún al siglo XX, se hallaba atrapado..., ¿dónde?, ¿en el París de 1786? El mundo entero se venía abajo hecho pedazos, ahora molécula a molécula, y nadaba como burbujas de grasa en una taza de café, y desaparecía como un hervidero de anguilas en el cieno intergaláctico, en los gases envolventes... Incluido su propio cuerpo. Perdía la piel, el esqueleto..., sus venas pulmonares serpeaban y penetraban en el cieno como anguilas, destilando fósforo, y sus ganglios nerviosos... se desenredaban como gusanos calientes y caían sinuosamente en los sumideros galácticos, mientras su sustancia toda iba disolviéndose en una nada gaseosa hasta finalmente verse convertido en una sola célula. Una célula humana: la suya. Eso era todo lo que quedaba del mundo conocido, y si perdía el control de esa única célula ya no quedaría nada. El mundo se habría -por así decir- terminado. Tenía que reconstruir el mundo a partir de aquella única célula, mediante un titánico acto de voluntad... Demasiado abrumador. ¿Por dónde empezaría? ¿Por la carretera 1 de California, para poder largarse de allí en el coche?..., ¿o iba a tener que contentarse con la sucia Rue Ventru, con el populacho de la Bastilla esperándole? ¿O empezaría por el coche? ¿Por el diferencial? ¿Cómo harán los malditos coches? ¿O por la playa? ¿Por todos esos condenados granos de arena? ¿Por las hierbas de las marismas? ¿Por las cabañas de los turistas? ¿Tendría que reponer todas aquellas puertas azules? ¿O por el océano? ¿O lo dejaría seco, y así no tendría que crear todos esos sucios y oscuros animales ciegos de las profundidades abisales? ¿O por el cielo? ¿Hasta dónde llegaba el cielo? ¿Hasta la Osa Mayor? ¿Hasta la Osa Menor? ¿Hasta la constelación del Delfín? ¿Y si el cielo fuera realmente una infinita serie de esferas concéntricas de cristal que emitiera una infinita serie de gelatinosas vibraciones submarinas? ¿Por los Grateful Dead? ¿Por los Bromistas? ¿Por Kesey? Kesey quedaba excluido definitivamente; Kesey y las bestias abisales... Hace un esfuerzo heroico y comienza. Pero cuando se ha recreado a sí mismo..., es un trabajo excesivo. Es algo abrumador. Crea su coche. Crea el aparcamiento y el comienzo de la carretera por la que saldrá. Irá haciendo el resto a medida que vaya avanzando por la carretera. ¡Al diablo! ¡Lárgate! Deja que el resto del mundo conocido se las arregle como pueda, déjalo ahí en medio de los gases. Se monta en el coche y sale a toda velocidad; y se estrella contra un árbol. Un árbol que ni siquiera ha creado aún. Pero el choque, de algún modo, hace que todo se reconstruya y que el mundo vuelva a existir. Ahí está: renacido del gran cieno burbujeante. El coche se ha estrellado, pero él ha sobrevivido. ¡Sobrevivido!

¡SUPERVIVENCIA!

...y Owsley entra en el edificio de troncos en busca del loco de Kesey. El muy hijo de perra también ha recuperado la existencia.



Ponche de Ácido Lisérgico
Tom Wolfe
Anagrama
1997