miércoles, 19 de diciembre de 2007

Semana Santa


Bueno, ya sé que la que se acerca es una semana navideña y no una semana santa, pero estoy segura de que habrá tantos buenos posts de navidad, que no se extrañará que por acá no hagamos referencia a esas fechas, hoy tengo ganas de dejarles un cuento de Víctor Roura.


Este pequeño libro llegó a mis manos casi por casualidad, recuerdo que me llamó la atención por ser de las ediciones del Gallito, y que lo leí vorazmente porque me conquistaron sus cuentos llenos de situaciones altamente absurdas y graciosas. Las palabras en negritas las puse yo sólo por diversión. Si les gusta sólo díganlo y subo el libro completo.

* * *

SEMANA SANTA

Cuando agarré el remo para empezar a deslizarnos por el lago de Chapultepec y sin querer le pegué en la nuca, supe que mi semana no iba a ser tan santa.

- ¿Te descalabré? –le pregunté, acercándome a ella.

No contestó, pero la sangre comenzaba a fluir de manera violenta.

Ya que aún estábamos cerca del embarcadero, la gente empezó a arremolinarse.

-El joven la quiso matar –dijo una señora, enfadada.

Un hombre, malencarado, nos gritó:

-¡Acérquense, déjeme ver a la paciente!

Era un doctor, seguramente.

Quise remar, pero no pude. Lo único que logré fue darle al bote cinco vueltas en el mismo círculo.

-¿No sabes… remar? –preguntó ella, sollozando quedito.

Negué con la cabeza.

-Me hubieras dicho –dijo.

Al querer controlar el bote, le di a ella en el brazo con el otro remo.

-Perdón –exclamé, a punto de sacarme de quicio.

La gente se reía de mis torpes maniobras.

-¡Deje de hacer payasadas, la muchacha se desangra! –gritó, de nuevo, el tipo que seguramente era doctor.

Ella lloraba como para sí.

-¡Si quiere dar vuelta a la izquierda, clave su remo de la izquierda en el agua y con suavidad gire el de la derecha haciendo ruedas diminutas! –gritó un mozuelo.

Clavé, entonces, mi remo izquierdo en el agua sucia pero no tocó fondo y se hundió, se me fue de las manos, perdí el control. Ella se llevó las dos manos a su rostro. Su llanto aumentaba. La sangre goteaba de su cabeza. El sol ardía. Poco a poco nos alejábamos del embarcadero. Empecé a sudar.

-No te desesperes, alguien vendrá a recatarnos –le dije.

Me miró con odio.

-Más de una hora formados en la fila para alquilar un bote –dijo, de pronto, quebrada por el llanto.

Me dolió su tono de voz.

-Algo positivo saldrá –dije, apenas.

Y con redoblado ánimo le di con fuerza al remo para intentar conducir con tino el bote. Empero, sólo conseguí que nos empapáramos de manera infame.

-¡Mi vestido! –gritó ella, al sentir que el agua se le venía encima.

Yo aguanté con estoicismo la mojada.

Pasó un bote cerca de nosotros. Iba una pareja. El tipo remaba con sabiduría. Al ver que ella sollozaba inconteniblemente, el tipo me guiñó el ojo.

-¡La has vencido, macho! –dijo, al pasar.

Su acompañante, una niña casi, rió y se alejaron besándose de modo brutal.

Ella levantó la mirada. Me vio con desgano.

-Haz algo, por favor –dijo, vencida la voz.

Asentí.

Y de nuevo le di duro a la remada, inútilmente.

Cuando le pegué sin querer en su cintura, gritó desesperada:

-¡Auxilio!

Nervioso, solté el remo. Intenté ir a su lado.

-¡Ni te me acerques! –sentenció.

-Pero…

-Un golpe más y te juro que no sé qué hago…

Y se puso a llorar con una fuerza inusitada. Otro bote pasó a nuestro lado. Un señor, al verla llorosa, mojadísima, sangrante, me dijo, movido quizá por su morbo:

-¿Están filmando una nueva telenovela?

Dije que sí. Y siguió su camino, feliz, buscando a los lados las cámaras escondidas.

El sol caía con vigor.

-¿De veras no vas a hacer nada? –preguntó ella.

¡Qué podía hacer, Dios mío!

-Me hubiera ido con mis amigos a Pahuatlán –dijo, retadora.

Alcé los hombros.

-Alguien me advirtió que no saliera nunca contigo –dijo, envalentonada.

“Ese alguien no me conoce bien”, pensé.

-Soy capaz de ganar la orilla a nado –dijo.

Al ver mi gesto de fastidio, se puso de pie y se tiró, de un fino clavado, al agua. Se fue nadando hasta el embarcadero. Ahí fue socorrida prontamente por algunas personas. Vi cómo una señora le daba una toalla y vi también cómo se la llevaron quién sabe hacia qué sitios.

Yo me estuve ahí todavía como una hora más, sin hacer nada, quemándome en el sol, hasta que fui rescatado por unos jóvenes punks quienes, con gentileza, me llevaron hasta el embarcadero, donde pagué el tiempo extra del bote que se había quedado, solo, en medio del sucio lago.

-Hubiera nadado, joven, como su novia –dijo, con sarcasmo, un señor formado en la interminable cola.

“Si supiera”, pensé.

Ella podría darme unas clasecitas de natación, por cierto.

* * *

viernes, 7 de diciembre de 2007

El rey criollo

Respondiendo a la solicitud de nutrocker, por acá les dejo otro libro de Parménides García Saldaña. Estos cuentos además de estar llenos de anécdotas y cosas de la vida diaria de un adolescente cuyas principales preocupaciones son el sexo (o su ausencia) y el rock, también ofrecen un retrato de la clase media mexicana de finales de los sesentas, con su doble moral y otras enormes contradicciones.

El texto que le da título al libro, es una crónica muy sabrosa del estreno en México de King Creole, la peli de Elvis. Y sobre todo, del desmadre, la rivalidad entre pandillas, los prejuicios machistas que aún entre los "alivianados" persistían y persisten, así como el rocanrol y el delirio que El Rey es capaz de provocar. Al final viene un epílogo de José Agustín que no hay que perderse, así que a leer... ¡y a bailar!

Bueno como decía, todos le tienen mala fe a Elvis, como dicen que dijo que prefería besar a tres negras que a una mexicana, uy, pues todo eso influyó y pues nada más es por coraje, porque Elvis, aunque no les guste, es un chingón y punto. Canta a toda madre, baila a todo dar, y por algo es el Rey del Rocanrol, y pues los grandes ya caducaron. Que Gardel era divino y que Pedro Vargas también y que Jorge Negrete y que Pedro Infante y que Nicolás Urcelay canta precioso y que las canciones de borrachos y putas de Agustín Lara, ay sí tú… Digo, vale madre, yo me digo: ¿Cómo les van a gustar las canciones de Elvis? ¿Cómo las van a entender? ¿Cómo les va a gustar “Hound Dog”, “All Shook Up”, “King Creole”, “Hard Headed Woman”, “Are You Lonesome Tonight”, “Fever”, “One Night”, “Blue Suede Shoes”, “Treat Me Nice”? Que música de locos y todo eso. Digo, digo, a uno le da un poco de coraje todo esto, aunque pues me vale madres. Y pues, como dice mi hermana, hay que vivir la vida. Si a mi papá le gusta esa de estoy-en-el-rincón-de-una-cantina… pues no me interesa, digo-que-me-vale-madres.

Bueno, pues yo decía que fui a ver King Creole, y que aquello había sido un maldito relajo, un verdadero destrampe. En parte yo me sentía un poco no sé cómo, pero me sentía un poco mal. Mi novia Lulú me había rogado como desesperada que la llevara al cine. Ama a Elvis. Que se moría de las ganas de verlo, que no seas así, que nada más te gusta divertirte solo y andar con tus amigos, mamá me dio permiso de ir contigo y con mi hermana; cómo me choca que las mujeres quieran hacer su santa voluntad, bueno, pero no me importa, digo, ya saben cómo son las mujeres, y Lulú diciéndome que yo no la quería y que parecía que me amargaba la vida y que era mi juguete y esas cosas que le reprochan a uno las mujeres y yo mira gorda que te adoro, comprende las circunstancias, ya quedé con mis amigos y eso, y ella: prefieres andar con tus amigos, y yo: gordita chula, te quiero mucho, bien lo sabes pero no te llevo, imposible. Y bueno, para no prolongarla, nos enojamos.

Es que yo sé qué clase de viejas van a ver las películas del Rey Presley, puras de la danza moderna y guerreras y pues preferí que nos enojáramos a llevarla. Digo todo esto porque al Gordo le sucedió una cosa bien chistosa. Cuando llegamos al movies y uno de nosotros se formó en la cola para lo que se forma uno en la cola de un cine, el Gordo vio entre la cola a su novia. Y que se encabrona el Gordo y los cachetes se le pusieron rojos del coraje y de pena. Y claro, tenía razón. Y fue a donde estaba su gorda y le dijo:

-No entres… vete a tu casa.

Su gorda prefirió a Elvis.

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Descarga el libro completo aquí

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miércoles, 28 de noviembre de 2007

La entrada en religión de Teodoro W. Adorno


En esta ocasión dedico al mismo escritor dos posts seguidos, y lo hago con la convicción de que no necesitamos razones para hacer las cosas que nos gustan, más allá del enorme placer que nos generan. El libro anterior me despertó la sed de Cortázar, y al releer La entrada en religión de Teodoro W. Adorno, les confieso que volví a llorar como la primera vez...

Y lloré porque este es uno de los textos más hermosos que he leído sobre gatos y me recordó al otro Cortázar, el mío... El buen Julio pertenecía a la no pequeña cofradía de los amantes de los felinos, y Teodoro W. Adorno es el nombre que en honor a un filósofo le dio a uno de sus gatos más queridos, con el que por cierto aparece retratado arriba.

Este texto viene en Último round, y es un ejercicio interesante porque uno se queda con la impresión de haber leído apenas algunos fragmentos y sin embargo se entera perfectamente de todo. En la red hasta ahora sólo he encontrado extractos, así que yo aquí les dejo el texto completo. ¡Disfrútenlo mucho!

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/ escrito casi nada sobre gatos, cosa más bien rara porque gato y yo somos como los gusanitos del Yin y el Yang interenroscándose (eso es el Tao) y no se me escapa que cada gato en español es amo de las tres letras del Tao, con la g a manera del agujerito que dejan en los ponchos las mujeres de los indios navajos para que no se les quede el alma prisionera en el tejido; pero ya Kipling mostró que el gato walks by himself y no hay Tao ni prosa mágica que lo retenga más allá de sus horas y sus ánimos / W. Adorno no anduvo muchas veces por las páginas de Saignon, hay que explicar que su Yin y mi Yang (o al revés, según las lunas y las hierbas) se fueron amistando y entrelazando sin el menor contrato, sin eso de que te regalan un gatito y vos le das la leche y entonces el animal desenvuelve reflejos condicionados, arma su territorio y duerme en tus rodillas y te caza los ratones, el triste pacto de las viejas con sus gatos, de las gatas con sus viejos. Nada de eso, mi mujer y yo vimos llegar a Teodoro por el sendero que baja al ranchito y era un gato sucio y canalla, negro debajo de la ceniza polvorienta que mal le tapaba las mataduras, porque Teodoro con otros diez gatos de Saignon vivía del vaciadero de basuras como cirujas de la quema, y cada esqueleto de arenque era Austerlitz, los Campos Cataláunicos o Cancha Rayada, pedazos de orejas arrancadas, colas sangrantes, la vida de un gato libre. Ahora que este animal era más inteligente, se vio en seguida cuando nos maulló desde la entrada, sin dejar que nos acercáramos pero dando a entender que si le poníamos leche en una aceptable no cat’s land condescendería a bebérsela. Nosotros cumplimos y él entendió que no éramos despreciables; salvamos por mutuo acuerdo tácito la zona neutralizada, sin tanta Cruz Roja y Naciones Unidas, una puerta quedó entornada con dignidad para no ofender orgullos, y un rato después la mancha negra empezó a dibujar su espiral cautelosa sobre las baldosas rojas del living, buscó una alfombrita cerca de la chimenea, y yo que leía a Paco Urondo escuché por ahí el primer mensaje de la alianza, un ronroneo confianzudo, entrega de cola estirada y sueño entre amigos. A los dos días me dejó que lo cepillara, a la semana le curé las mataduras con azufre y aceite; todo ese verano vino de mañana y de noche, jamás aceptó quedarse a dormir en casa, qué te creés, y nosotros no insistimos porque pronto nos volveríamos a París y no podíamos llevarlo con nosotros, los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse, gato de la pintura, jamás Jackson Pollock o Appell / día que nos fuimos, sentimiento de culpabilidad inevitable: ¿y si se había ablandado, si tanta leche y fideos y arrumacos lo dejaban en desventaja frente a los duros de la quema, los machazos de orejas recortadas y costumbres de tropas de asalto? Nos miró irnos, sentado en la parecita de piedra, limpio y brillante, comprendiendo, aceptando. Ese invierno pensé tantas veces en él, lo di por muerto, hablábamos de Teodoro con la voz de la elegía. Vino el verano, vino Saignon, cuando fui a vaciar por primera vez la basura vi de nuevo el salto vertiginoso de ocho gatos al mismo tiempo, barcinos y blancos y negros pero no Teodoro, su corbatita blanca inconfundible en tanto azabache. Previsiones confirmadas, selección natural, ley del más fuerte, pobre animalito. A los cinco o seis días, cenando en la cocina, lo vimos sentado detrás del vidrio de la ventana, fantasma lunar y Mizoguchi. Su boca dibujó un maullido que el vidrio volvía cine mudo; a mí se me mojaron los ojos como a un imbécil, abrí la ventana y le tendí prudentemente la mano, sabiendo lo que ocho meses de ausencia liman y destruyen en una relación. Se dejó tomar en brazos, sucio y enfermo, aunque ya en el suelo se vio que estaba huraño y distante, que reclamaba su comida como un mero derecho; se fue casi en seguida con esa manera suya de acercarse a la puerta y maullar como si le estuvieran aplastando el alma. A la mañana siguiente ya jugaba por ahí, manso y alegre, pronto al cepillo y al azufre. Al otro año fue lo mismo pero entonces tardó casi un mes en reaparecer, castigándonos, haciéndonos sentir su muerte, remordiéndonos; pero vino, más flaco y enfermo que nunca, y ése fue el tercero y último año de la vida pagana y alegre de Teodoro W. Adorno, la época en que lo fotografié y escribí sobre él y volví a curarlo de algo que parecía una indigestión de pelos, aparte de que Teodoro se enamoró y eso lo tenía completamente estúpido, se paseaba por la casa con la cabeza en alto y gimiendo, por la tarde cruzaba el jardín como en un trance, flotando entre los tréboles, y una vez que lo seguí discretamente lo vi descender el sendero que llevaba a una de las granjas del valle y perderse en un atajo, gimiendo y llorando, Teodoro Werther, arrasado de amor por alguna gata de escabroso acceso. ¿Qué destino tuvo ese idilio entre la lavanda de Vaucluse? El de Juan de Mañara, no el de Werther: lo comprendí este año, después de dos meses de Saignon con la ausencia irrefutable de Teodoro. ¿Muerto, esta vez sin duda decididamente muerto, la garganta abierta por alguno de los taitas del vaciadero, pobrecito Teodoro tan débil y enamorado y esas cosas? / once y media es la mejor hora para comprar el pan y de paso despachar las cartas y vaciar la basura; subí el sendero sin pensar en nada, como casi siempre en el momento de las revelaciones (a estudiar una vez más cómo toda distracción profunda entreabre ciertas puertas, y cómo hay que distraerse si no se es capaz de concentrarse) / por expreso y ésta por avión, allez, au revoir monsieur Serre, un pan redondo y caliente, charla con monsieur Blanc, cambio de nociones meteorológicas con madame Amourdedieu, de golpe la manchita de sombra bajo el derroche amarillo del mediodía, la puerta de mademoiselle Sophie, la mancha de sombra ovillada delante de la puerta, no puede ser, cómo va a ser, qué diablos va a ser, de día todos los gatos son negros y además cómo es posible que el gran pagano esté tomando el sol delante de la puerta de mademoiselle Sophie pequeñita y jibosa y señorita y sacristana de Saignon, con anteojos y sombrero y una boca perdida entre una nariz que baja y un mentón que sube, Teodoro, Teodoro! Le pasé al lado y no me miró, dije despacito: Teodoro, Teodoro chat, y no me miró, Juan de Mañara había entrado en religión, vi el platito de leche y el hueso de una costilla tan frágil como las de mademoiselle Sophie, las raciones de una vida minúscula de ratoncito de iglesia con olor a jabón barato y a cirios, Teodoro convertido, bautizado, ignorándome, preparándose para la vida eterna, convencido de tener un alma, quizá de noche durmiendo en la casa, la última de las humillaciones, la penitencia final, yo pecador él que jamás aceptaba una puerta cerrada y ahora las rodillas puntuadas de mademoiselle Sophie, las carpetitas bordadas, las oraciones y los ronroneos al mismo tiempo, la vida cristiana en una aldea provenzal. ¿Y el Tao, y los amores, y esa manera de jugar con las pelotas de papel que hacíamos con los suplementos dominicales de La Nación? / vuelto a ver dos o tres veces y nunca me reconociste y está bien porque tampoco yo te reclamaré, con qué derecho podría, vos el más libre de los gatos paganos y el más prisionero de los gatos católicos, tendido delante de la puerta de tu sacristana como un perro que la defiende. Ah Teodoro, qué bonito era verte bajar por el sendero, la cola al aire, gimiendo por tu gatita entre la lavanda, qué dulce era encontrarte otra vez cada año, el día en que se te antojaba, la noche de luna que elegías displicente para saltar a la ventana y quedarte unas horas con nosotros antes de volver a tu libertad que como tantos de nosotros has cambiado por una jubilación de gato, por el cielo que te tienen prometido.
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Último Round, tomo I
(1969)

Teodoro W. Adorno fotografiado por Julio Cortázar.


lunes, 26 de noviembre de 2007

Por escrito gallina una


Julio Cortázar es uno de los escritores que están más cerca de mí. Las primeras veces que leí sus cuentos me desconcertaba que los finales eran como un dibujo que a mí me tocaba terminar. Incluso llegué a "molestarme" con el autor que me hacía leer varias páginas y a fin de cuentas no me resolvía el misterio... Tiempo después leí que en una entrevista, Cortázar comentaba su rechazo hacia el "lector hembra" en el sentido del lector pasivo que esperaba que el escritor hiciera todo por él, olvidando que un libro no es un programa de televisión: un texto demanda (o debería demandar) de quien lo lee su atención y su voluntad de ser por un momento cómplice de otro ser humano en la creación de algo único.

Cortázar jugaba con las palabras, es la forma más precisa que encuentro para describir lo que hacía, no es una casualidad que el mundo de los niños se encuentre presente constantemente en sus cuentos y que su novela más emblemática se titule Rayuela. Amar la literatura no necesariamente implica solemnidad, y un ejemplo se encuentra en este texto que se desprende del primer tomo de La vuelta al día en ochenta mundos: un minicuento escrito ni más ni menos que por una raza de gallinas mutantes que se dispone a conquistar el universo.

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Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocias por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.


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De La vuelta al día en ochenta mundos, tomo I.
Julio Cortázar.
1967.




miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mozart con gafas de espejo


Mirrorshades es una antología de cuentos
ciberpunks a cargo de Bruce Sterling y publicada por primera vez en 1984.

De este libro ya antes subimos un fragmento, y en esta ocasión les dejo Mozart con gafas de espejo, del propio Sterling y Lewis Shiner: una delirante y divertidísima fantasía sobre los viajes en el tiempo y los mundos paralelos, con apariciones especiales de Thomas Jefferson, Maria Antonieta y Genghis Khan!!

Que se diviertan, amigos!


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Mozart salió a escena. De su guitarra brotaron arpegios en forma de minueto que sonaban sobre las secuencias de motivos corales. Las pilas de amplificadores retumbaron con ráfagas de sintetizadores, sacadas de una cinta de los cuarenta principales de K-Tel. La enfervorizada audiencia arrojó sobre Mozart confeti arrancado del papel artesanal del club.

Luego, Mozart se fumó un porro de hachís turco y le preguntó a Rice sobre su futuro.

-¿El mío, quieres decir? –dijo Rice-. No te lo creerías. Seis mil millones de personas y nadie tiene que trabajar si no quiere. Quinientos canales de televisión en cada casa. Coches, helicópteros y ropas que te sacarían los ojos de las órbitas. Mogollón de sexo fácil. ¿Te gusta la música? Puedes tener tu propio estudio de grabación que te pone a tope en escena, como con tu jodido clavicordio.

-¿De verdad? Daría cualquier cosa por ver eso. No puedo entender por qué regresas.

Rice se encogió de hombros.

-Quizás lo deje dentro de unos quince años. Cuando vuelva, tendré lo mejor de lo mejor. Todo lo que quiera.

-¿Quince años?

-Sí. Tienes que entender cómo funciona el Portal. Ahora mismo es tan alto como tú, del tamaño justo para un cable telefónico y un oleoducto, y quizás para las ocasionales sacas de correo dirigidas a Tiempo Real. Hacerlo tan grande como para trasladar gente o equipo resultaría increíblemente caro. Tan caro que sólo lo hacen en dos ocasiones; al principio y al final del proyecto. Así que, sí, imagino que estamos atrapados aquí.

Rice tosió violentamente y se bebió su copa. Ese hachís del Imperio Otomano había soltado sus ataduras mentales. Ahí estaba, confiando en Mozart, haciendo que el chico quisiera emigrar, y no había ninguna jodida manera de que Rice pudiera conseguirle una carta verde. No con los millones que querían un viaje gratis al futuro, miles de millones si se contaban otros proyectos como el Imperio Romano o el Nuevo Reino de Egipto.

-Pero estoy realmente contento de estar aquí –dijo Rice-. Es como… como barajar las cartas de la historia. Nunca sabes qué saldrá en la siguiente –Rice le pasó el porro a una de las fans de Mozart, Antonia no-sé-qué. Es genial estar vivo. Mírate. Te va estupendamente, ¿no? –se inclinó sobre la mesa, hacia delante, poseído por una súbita sinceridad-. Quiero decir, todo está bien, ¿no? ¿No nos odiarás a todos nosotros por haber jodido este mundo o algo así?

-¿Bromeas? Estás mirando al héroe de Salzsburgo. De hecho, se supone que su señor Parker va a hacer una grabación de mi último número de esta noche. ¡Me conocerán pronto en toda Europa! –alguien le gritó a Mozart en alemán, desde el otro extremo del club. Mozart le miró y le saludó crípticamente-. Enróllate, tío –se volvió a Rice-. Ya ves que me va bien.

-Sutherland se preocupa por cosas como esas sinfonías que nunca vas a escribir.

-¡Tonterías! No quiero escribir sinfonías. ¡Puedo escucharlas cada vez que quiera! ¿Quién es Sutherland? ¿Es tu novia?

-No, a ella le gustan los locales. Danton, Robespierre, gente así. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien?

-Nadie en especial. No desde que era niño.

-¿Ah, sí?

-Bueno, cuando era niño vivía en la corte de María Teresa. Acostumbraba jugar con su hija Maria Antonia. Maria Antonieta se llama a sí misma ahora. La chica más bella de su época. Solíamos tocar duetos. Solíamos bromear acerca de nuestra boda, pero se fue a Francia con ese cerdo de Luis.

-Mierda –dijo Rice-. Esto es realmente sorprendente, ¿sabes?, ella es prácticamente una leyenda en el lugar de donde vengo. Le cortaron la cabeza durante la Revolución Francesa por organizar demasiadas fiestas.

-No, no lo hicieron…

-Eso fue en nuestra Revolución Francesa –dijo Rice-. La vuestra fue una bronca mucho menor.

-Debes ir a verla, si es que te interesa. Ciertamente, te debe un favor por haberle salvado la vida.

Antes de que Rice pudiera contestar, Parker llegó hasta su mesa, rodeado de ex damas casaderas, con minifaldas de spándex y sujetadores con las copas de lentejuelas.

-¡Hola, Rice! –gritó Parker, despreocupadamente anacrónico con su camiseta y sus vaqueros de cuero negro-. ¿De dónde has sacado ese par de palos de escoba sin caderas? ¡Ven, vámonos de juerga!

Rice miró a las chicas que se sentaban alrededor de la mesa y descorchaban botellas de champán de una caja. A pesar de lo pequeño, gordo y repulsivo que era Parker, ellas se acuchillarían sin pestañear por la oportunidad de dormir entre sus limpias sábanas para asaltar luego el botiquín de su baño.

-No, gracias –dijo Rice, sorteando los largos cables conectados al equipo de grabación de Parker.

La imagen de Maria Antonieta le había atrapado, y ya no se libraría de ella.

jueves, 8 de noviembre de 2007

El libro en el ocaso del humanismo

Este es un ameno y poco pretencioso ensayo de Guillermo Fadanelli, en un afán por plantear algunas preguntas en torno al papel de los libros y el oficio del escritor en nuestra actual sociedad:
¿por qué la gente está cada vez menos interesada en leer?


A ver qué les parece este fragmento:

Tenemos casi un siglo asombrándonos frente al espejo. ¿Qué caso tiene dedicarle una página más a la sociedad de masas? Una multitud va a la plaza para protestar por el aumento en los precios de servicios o para exigir la renuncia de un funcionario. Pero la masa en realidad no está en la plaza, es el ojo que mira extasiado a esa curiosa multitud que reclama airada delante de las cámaras de televisión. Después del mitin, los participantes vuelven a sus casas, encienden la televisión, ven sus rostros en el noticiario nocturno, se reconocen, están allí, son protagonistas. Por unos momentos han experimentado la efímera sensación de ser entes históricos que expresan sus convicciones en la plaza pública. Hace unos años, cuando vivía en el centro de la ciudad de México tuve la oportunidad de ser testigo de una escena que aún no he podido olvidar:

Uno de los pisos más altos de una torre de veinte pisos comienza a incendiarse. Las llamas hacen estallar los cristales. Los empleados corren despavoridos escaleras abajo tratando de salvar su vida. No han pasado más de cinco minutos cuando dos helicópteros de las cadenas más importantes de noticias sobrevuelan el edificio. En diez minutos, cientos de periodistas en tierra y aire están produciendo información sobre el accidente. Los últimos en llegar son los bomberos quienes, además, dan muestras de poseer una tecnología precaria, incapaz de competir con el sofisticado equipo de los periodistas. Sus escaleras no son lo suficientemente largas y sus mangueras tienen cientos de pequeños orificios por donde escapa el agua. El gentío, que desde una prudente distancia observa el siniestro, sonríe divertido. Además el buen humor de los espectadores se puede deducir de este episodio que la sociedad invierte más dinero en la comunicación que en su modesto cuerpo de bomberos: el negocio de la exhibición de la realidad no su transformación.

Jean Baudrillard, quien ha escrito varios libros acerca de la sociedad contemporánea, sostiene que no estamos instalados en el drama de la alienación sino en el éxtasis de la comunicación. Una sociedad carente de ilusiones revolucionarias, ansiosa de noticias que ocupen los cuartos vacíos de su memoria. El joven impetuoso y pedante, Simon Tanner, personaje voz de una novela de Robert Walser exclama: “No quiero un futuro, lo que quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo se tiene un futuro cuando no se tiene un presente.” Así parece expresarse la masa, hundida en el éxtasis de las telecomunicaciones: queremos tener noticias sólo de nuestro presente para de esa manera ser futuro sepultando el pasado.

Nuestros vecinos, las personas con quienes tenemos relación en la plaza pública, en el ciberespacio, carecen en general de opiniones razonadas, están saturados de habladurías, son consumidores de slogans, y no es necesario acudir una vez más a Nietzsche o a tantos escritores y filósofos quejumbrosos para probar que los hombres actuales se sienten más cómodos evitando reflexionar o pensar por sí mismos. ¿Pero acaso se quiere un mundo donde todos sean filósofos? En absoluto, nada más pretencioso además de imposible, sólo que quien renuncia a la lectura no se acostumbra a pensar –quiero decir a ser crítico, a establecer diferencias, a reflexionar e intentar comprender la complejidad de lo real– porque no rebasa los límites de ser pura presencia. Deja morir las palabras en la dulce inmovilidad de la superficie.

El hombre contemporáneo prefiere ver, es mirón, desea ser antes que nada espectador, pero su voz interior se empobrece porque no tiene manera de abrirle paso con una gramática: el paso de lo sensible a lo inteligible se pierde para siempre. Una hipótesis distinta es que el hombre lúdico se ha liberado por fin de la gramática, eligiendo la aventura del caos sobre el lógico ejercicio de cualquier ciencia del lenguaje, y renunciando a poner en juego sentimientos intransferibles, imposibles de ser representados. Ojalá esto fuera posible, pero ninguna sociedad contemporánea puede ya elegir ese camino porque el tren corre a una velocidad que no nos permite descender a riesgo de morir en la caída: el tren corre hacia un final predecible y ridículo. El juego, el arte, lo bello, la actividad impráctica como recursos individuales para estar en el mundo suponen riesgos que una sociedad globalizada obsesionada por elevar los niveles de producción no puede permitirse. La hipótesis del triunfo del hombre lúdico hace agua por todos lados.

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En busca de un lugar habitable,
el libro en el ocaso del humanismo.

Fadanelli, Guillermo.
Ed. Almadia, 2006.

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jueves, 1 de noviembre de 2007

Pasto Verde

Esta es la primera novela de Parménides García Saldaña, otro producto del convulso año de 1968. Lo único que les diré es que este texto por siempre adolescente me ha devuelto la capacidad de asombro y las ganas de escribir, sin mayor pretensión que divertirme y documentar mi momento. El resto de la reseña, la dejo a cargo de Marco X, un rocker que generosamente escaneó su libro para que todos lo pudiésemos disfrutar:

"... que lo que publiques en tu blog y mi pequeña colaboración sirva de ofrenda, junto con un buen cigarro y un drink, para que Parménides Garcia Saldaña sea recordado y no muera realmente, reconociendo su formidable vigencia, a estas alturas del nuevo siglo, que se reconozca su capacidad literaria y más allá de condenar sus actitudes, vicios y hasta locuras, se recuerde a un hombre que vivió su tiempo con una actitud comprometida consigo mismo y que nunca claudicó o transformó su pensar a cambio de fama o comodidad, ¡yo me muero como viví!, diría el gran Silvio.

más que la apología de las drogas el alcohol el rock and roll y el sexo, o el uso de un lenguaje violento sucio, ofensivo o clasista, Parménides escribe la realidad de su tiempo: la hipocresía, la falsa moral, la política y las poses de una generación subyugada por sus padres, el estado, la iglesia. También escribe de sus vivencias sin freno, de la libertad vivida hasta las últimas consecuencias, llámese pisar carcel, hospital siquiatrico, baldíos, cantinas de buena muerte y cuartuchos de azotea.

cuando leí el libro, sus páginas se convirtieron en una gran ventana por la cual me veía volando en un cielo azul con mis zapatos alas y vi a muchos amigos y parientes siendo felices en el rol, cotorreando bien acá y disfrutando de la música, fumando y simplemente viviendo! ahi sabor."

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si Cristo no pudo cambiar al mundo menos lo voy a cambiar yo

por eso nena estoy ahora metido de camionero viajando por todo el país para ver si de veras vivimos como en parís

aquí estoy escribiendo esto y no un libro de texto aquí estoy viviendo un día más No de veras que no sé qué voy a hacer mañana No sé qué vas a hacer tú nena te vas a levantar temprano y vas a ir a la escuela y vas a estar todo el día aburrida o vas a ir a la oficina y vas a esperar que las horas pasen y pasen para regresar a tu casa y estar aburrida

pero nena ya no hay que confundir los colores

sé donde está el blanco en este Paraísodelanada y trataré diario de ser como no fui ayer y trataré de no ser como los demás y por eso hoy uso lentes oscuros nada más para distinguirme y por eso uso botas de cuero con barro para no olvidarme del camino andado y por eso escucho discos de los Rolling Stones y los Beatles para no confundirme con la gente fresa y para no confundirme con la gente cuadrada uso la melena abultada y nena recuerda que de tu situación tus papás no tienen la culpa de nada nada más que tú debes de saber quién decide tu vida si la estulticia o la calma si el nuevo bravo mundo o la decadencia yo no soy del pri porque las instituciones me enferman

me enferma no sentirme libre y en la vida nena hay que ser libres libres como el viento libres como los pájaros y las abejas como los árboles y las flores

las instituciones asesinaron a Cristo nena

que predicaba el bien el amor el cielo la vida

y los estoy viendo a ustedes banqueros comerciantes licenciados en derecho militares pelusarios los estoy viendo crucificando a Cristo

¡Los estoy viendo a ustedes bastardos ustedes los dignos representantes de las instituciones!

ustedes los dueños de las joyas y los edificios ustedes los señores directores de las oficinas públicas ustedes césares albañiles del odio dueños de las vidas ajenas

lo bueno es que yo nunca me he creído un perro faldero lo bueno es que yo nunca he seguido modelos yo me he instruido he leído libros extranjeros ajenos a su idiosincrasia o idiotagracia pero no se espanten chaparroburgueses yo sólo sé leer en inglés y todo lo que estoy diciendo lo leí en las obras de Shakespeare y también en la vida del Buscón de Quevedo yo más que mexicano debo de ser un charro francés y desde entonces ando en el camino regalando Howl que es un poema de Allen Ginsberg!

y lo más seguro es que mañana no me importe porque mañana es otro día un día nuevo y no sé si haré otra cosa porque en primera y en segunda y en tercera no sé a qué hora voy a levantarme porque no uso reloj despertador para no atrofiarme los oídos

Recuerden hijos míos que cuando se vive en las tinieblas se le quiere arrojar piedras a cualquiera y hay veces qu a uno mismo pero esto cuando menos es más honesto. But ¿para qué arrojar piedras? ¿Para qué? No tiene caso sería participar en el juego. Y cuando uno juega termina confundido porque la gente que juega no piensa y la que piensa llena la vida de reglas y es muy fácil demostrar esto le da uno una palmada a alguien y de pronto esa gente se queda empty y a mitad del camino desaparece La onda es hacer lo que uno quiera y punto y ya

* * *

sábado, 20 de octubre de 2007

Una vida de microbios

Las fábulas pánicas de Alejandro Jodorowsky se publicaron semanalmente en el Heraldo de México entre 1967 y 1973.

Recientemente se reunieron y editaron en un solo tomo, y ahí fue cuando tuve la oportunidad de leerlas. Los temas son los que han caracterizado la obra de Jodorowsky tanto en cine como en teatro y literatura. Son además un maravilloso producto de su época, a pesar de que el propio autor ha "confesado" que cuando empezó con esta serie, sus conocimientos de dibujo eran tan limitados que se vio obligado a borrar y rehacer sus bocetos en varias ocasiones. El resultado es una estética lisérgica y unas historias que abrevan de mitos sufíes, películas, textos de Gurdieff, tarot y más.

Para muestra, aquí les dejo la fábula del 18 de febrero de 1968:


La fábula lista para imprimirse, aquí.

miércoles, 17 de octubre de 2007

El beso de la mujer araña

Esta novela la leí hace como diez años, y desde entonces la recuerdo, la recomiendo, y de vez en cuando regreso a algunas de sus páginas por el puro gusto de volver a leerlas.

¿De qué trata? De dos hombres que comparten una celda, y conversan. Valentín es un preso político y Molina está acusado de corrupción de menores, para disfrazar su verdadero “crimen”: la homosexualidad. Ellos no podrían ser más diferentes, pero ante el azar de encontrarse juntos y sin mucho qué hacer, Molina se pone a contarle sus películas preferidas a Valentín. La novela empieza de golpe en una de estas detalladas narraciones, pero la verdadera historia se va tejiendo poco a poco, mientras Valentín y Molina empiezan a conocerse e intercambiar anécdotas, su relación crece y madura en medio de las paredes que los aíslan del exterior pero les permiten acercarse más a sí mismos.

Una peculiaridad en las novelas de Manuel Puig (y esta no es la excepción) es que la voz del narrador está totalmente ausente. Las historias son construidas a base de puros diálogos, cartas, canciones y anuncios de revistas, por esto es considerado un artista pop. El autor, nacido en Argentina, decidió venir a vivir a México en 1976, debido a las amenazas que a causa de su obra constantemente recibía, y fue aquí donde concluyó esta novela, que espero que disfruten:

* * *

... La pantera está dormida, pero el olor de Irena la despierta, Irena la mira a través de las rejas. Se acerca despacio a la puerta, pone la llave en la cerradura, abre. Mientras tanto, los otros van llegando, se oyen los autos acercándose con las sirenas para abrirse camino entre el tráfico, aunque a esa hora ya está casi desierto el lugar. Irena descorre la barra y abre la puerta, le deja paso libre a la pantera. Irena está como transportada a otro mundo, tiene una expresión rara, entre trágica y de placer, los ojos húmedos. La pantera se escapa de la jaula de un salto, por un momentito parece suspendida en el aire, delante no tiene otra cosa que Irena. No más con el mismo envión que trae, ya la voltea. Los autos se están acercando. La pantera corre por el parque y cruza la carretera, justo cuando pasa a toda velocidad uno de los autos de la policía. El auto la pisa. Bajan y encuentran a la pantera muerta. El muchacho va hasta las jaulas y encuentra a Irena tirada en el pedregullo, ahí mismo donde la conoció. Irena tiene la cara desfigurada de un zarpazo, está muerta. La muchacha colega llega hasta donde está él y juntos se van abrazados, tratando de olvidarse de ese espectáculo terrible que acaban de ver, y fin.

- …

- ¿Te gustó?

- Sí…

- ¿Mucho o poco?

- Me da lástima que se terminó.

- Pasamos un buen rato, ¿no es cierto?

- Sí, claro.

- Me alegro.

- Yo estoy loco.

- ¿Qué te pasa?

- Me da lástima que se terminó.

- Y bueno, te cuento otra.

- No, no es eso. Te vas a reír de lo que te voy a decir.

- Dale.

- Que me da lástima porque me encariñé con los personajes. Y ahora se terminó, y es como si estuvieran muertos.

- A final, Valentín, vos también tenés tu corazoncito.

- Por algún lado tiene que salir… la debilidad, quiero decir.

- No es debilidad, che.

- Es curioso que uno no puede estar sin encariñarse con algo… Es… como si la mente segregara sentimiento, sin parar…

- ¿Vos creés?

- … lo mismo que el estómago segrega jugo para digerir.

- ¿Te parece?

- Sí, como una canilla mal cerrada. Y esas gotas van cayendo sobre cualquier cosa, no se las puede atajar.

- ¿Por qué?

- Qué se yo… porque están rebasando ya el vaso que las contiene.

- Y vos no querés pensar en tu compañera.

- Pero es como si no pudiese evitarlo… porque me encariño con cualquier cosa que tenga algo de ella.

- Contame un poco cómo es.

- Daría… cualquier cosa por poder abrazarla, aunque fuera un momento sólo.

- Ya llegará el día.

- Es que a veces pienso que no va a llegar.

- Vos no estás a cadena perpetua.

- Es que a ella le puede pasar algo.

- Escribile, decile que no se arriesgue, que vos la necesitás.

- Eso nunca. Si vas a pensar así nunca vas a poder cambiar nada en el mundo.

- ¿Y vos te creés que vas a cambiar el mundo?

- Sí, y no importa que te rías… Da risa decirlo, pero lo que yo tengo que hacer antes que nada… es cambiar el mundo.

- Pero no podés cambiarlo de golpe, y vos solo no vas a poder.

- Es que no estoy solo ¡eso es! … ¿me oís?... ahí está la verdad, ¡eso es lo importante! … En este momento no estoy solo, estoy con ella y con todos los que piensan como ella y yo, ¡eso es!, … y no me lo tengo que olvidar. Es ésa la punta del ovillo que a veces se me escapa. Pero por suerte ya la tengo. Y no la voy a soltar… Yo no estoy lejos de todos mis compañeros, ¡estoy con ellos!, ¡ahora, en este momento!..., no importa que no los pueda ver.

- Si así te podés conformar, fenómeno.

- ¡Mirá que sos idiota!

- Qué palabras…

- No seas irritante entonces… No digas eso, como si fuese yo un iluso que se engaña con cualquier cosa, ¡sabés que no es así! No soy un charlatán que habla de política en el bar, no?, la prueba es que estoy acá, ¡no en un bar!

* * *

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lunes, 8 de octubre de 2007

Pregúntale al polvo

Como casi todos, llegué a John Fante vía Bukowski que siempre lo recomendó con pasión y vehemencia, chequen si no el prólogo con que inicia esta novela. Ambos fueron contemporáneos y Pregúntale al polvo es parte de la serie que presenta a Arturo Bandini, un hijo de inmigrantes italianos que vive en California, y pasa sus años de juventud y vagancia mientras observa el mundo y busca fortuna como escritor.

* * *
6

Subí mi habitación por los polvorientos peldaños de Bunker Hill y pasé ante los edificios forrados de hollín que jalonaban aquella calle en sombras; la arena, el aceite y la grasa asfixiaban las palmeras inútiles que se erguían cual prisioneros moribundos, encadenados a un mínimo pedazo de tierra y con los pies ocultos por el asfalto negro. Polvo y edificios viejos, viejos asomados a las ventanas, viejos que salían tambaleándose por las puertas, viejos que avanzaban con esfuerzo infinito por la calle en sombras. Viejos procedentes de Indiana, de Iowa, de Illinois, procedentes de Boston, de Kansas City, de Des Moines, viejos que habían vendido la casa y la tienda, que habían llegado en tren y en autobús a la tierra del sol, para morir al sol, apenas con el dinero necesario para vivir hasta que el sol los exterminase, los arrancara de raíz cuando les llegara la hora, lejos de la prosperidad pretenciosa de Kansas City, de Chicago y de Peoria para encontrar un lugar en el sol. Pero cuando llegaron se dieron cuenta de que otros ladrones, más listos que ellos, se habían quedado con todo, que hasta el sol era de los demás; Smith, Jones, Parker, farmacéuticos, banqueros, panaderos, polvo de Chicago, Cincinnati y Cleveland en los zapatos, condenados a morir al sol, unos dólares en el banco, suficientes para suscribirse a Los Angeles Times, suficientes para mantener vivo el espejismo de que estaban en el paraíso, de que sus casas de cartón piedra eran castillos. Los desarraigados, los vacíos y melancólicos, los viejos y los jóvenes, gente de mi tierra. Tales eran mis vecinos, tales eran los nuevos californianos. Con sus jerseys deportivos y sus gafas de sol, estaban en el paraíso, estaban en su medio natural.

Pero en la parte baja, en Main Street, Towne y San Pedro y en los dos últimos kilómetros de Fifth Street vivían decenas de miles de ciudadanos distintos; no tenían para comprarse gafas de sol ni jerseys deportivos aunque fueran baratos, y se ocultaban durante el día en las callejas y por la noche se metían en pensiones de mala muerte. Ningún policía de Los Angeles detenía por vagancia a nadie que llevase jersey grueso como los que se llevan en los países fríos. De modo, chicos, que ya pueden comprarse un jersey deportivo, unas gafas oscuras y unos zapatos blancos; si pueden. Intégrense en algún club o sociedad. De todos modos no tienen escapatoria. Al cabo de un tiempo, tras ingerir dosis masivas del Times y el Examiner, también ustedes la querrán correr en el soleado sur. Comerán hamburguesas año tras año y vivirán en pisos y hoteles polvorientos e infestados de bichos, pero todas las mañanas verán el sol maravilloso, el sempiterno azul del cielo, y las calles estarán llenas de mujeres provocativas que no ustedes no poseerán jamás, y las tórridas noches cuasitropicales les hablarán de historias de amor que no vivirán nunca; pero no se preocupen, muchachos, seguirán estando en el paraíso, en la tierra del sol.

En cuanto a los del mismo lugar que ustedes, les pueden mentir, porque no soportan la verdad, no querrán aceptarla y antes o después también ellos querrán mudarse al paraíso. A los del mismo lugar que ustedes no los pueden engañar. Saben lo que es la Baja California. Leen los periódicos, leen las revistas ilustradas que se venden en todos los quioscos y librerías de América. Han visto fotos de las casas que tienen los astros y estrellas de la pantalla. No les pueden contar nada nuevo sobre California.

Tumbado en la cama me puse a pensar en ellos mientras contemplaba el ir y venir de las luces rojas y parpadeantes del St. Paul Hotel, y me sentí muy mal, porque aquella noche me había comportado como ellos. Como Smith, como Parker, como Jones, aunque nunca había pertenecido a su misma clase. ¡Ah, Camila! De niño, allá en Colorado, eran Smith, Parker y Jones los que me ofendían con sus motes despectivos, los que me llamaban macarroni, espaguetini y aceitoso, y sus hijos me insultaban como yo te he insultado esta noche. Me hicieron tanto daño que jamás podría ser como ellos, me obligaron a encerrarme en los libros, a encerrarme en mí mismo, a huir de aquel pueblo de Colorado, y a veces, Camila, cuando les veo la cara vuelvo a experimentar la misma humillación, el mismo desprecio de entonces, y a veces me alegro de que estén aquí, pudriéndose al sol, desarraigados, engañados por su propia inhumanidad, las mismas caras, las mismas bocas rígidas y endurecidas, caras de mi pueblo, deseosas de llenar su vacío existencial con un sol abrasador.

Los veo en el vestíbulo de los hoteles, los veo tomando el sol en los parques, salir renqueando de las iglesias pequeñas y feas, con una cara tan volcada sobre sus dioses extraños que sólo refleja pesimismo, en el Templo de Aimée, la predicadora radiofónica, en la Iglesia de Yo Soy El Que Soy.

Los he visto salir haciendo eses de sus palacios de cine, entornar sus ojos vacíos ante la realidad de todos los días, volver a casa tamaleándose para leer el Times, para saber qué pasa en el mundo. He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, comido su comida, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y odian a mi padre, y al padre de mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol y en el polvo tórrido del camino, y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas y de amor por mi patria y mi época, y cuando te llamo sudaca y aceitosa, no te lo digo con el corazón, sino por el resabio de una antigua herida, y siento vergüenza por el daño que te he hecho.

* * *
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¡Que lo disfruten!