miércoles, 28 de noviembre de 2007

La entrada en religión de Teodoro W. Adorno


En esta ocasión dedico al mismo escritor dos posts seguidos, y lo hago con la convicción de que no necesitamos razones para hacer las cosas que nos gustan, más allá del enorme placer que nos generan. El libro anterior me despertó la sed de Cortázar, y al releer La entrada en religión de Teodoro W. Adorno, les confieso que volví a llorar como la primera vez...

Y lloré porque este es uno de los textos más hermosos que he leído sobre gatos y me recordó al otro Cortázar, el mío... El buen Julio pertenecía a la no pequeña cofradía de los amantes de los felinos, y Teodoro W. Adorno es el nombre que en honor a un filósofo le dio a uno de sus gatos más queridos, con el que por cierto aparece retratado arriba.

Este texto viene en Último round, y es un ejercicio interesante porque uno se queda con la impresión de haber leído apenas algunos fragmentos y sin embargo se entera perfectamente de todo. En la red hasta ahora sólo he encontrado extractos, así que yo aquí les dejo el texto completo. ¡Disfrútenlo mucho!

* * *

/ escrito casi nada sobre gatos, cosa más bien rara porque gato y yo somos como los gusanitos del Yin y el Yang interenroscándose (eso es el Tao) y no se me escapa que cada gato en español es amo de las tres letras del Tao, con la g a manera del agujerito que dejan en los ponchos las mujeres de los indios navajos para que no se les quede el alma prisionera en el tejido; pero ya Kipling mostró que el gato walks by himself y no hay Tao ni prosa mágica que lo retenga más allá de sus horas y sus ánimos / W. Adorno no anduvo muchas veces por las páginas de Saignon, hay que explicar que su Yin y mi Yang (o al revés, según las lunas y las hierbas) se fueron amistando y entrelazando sin el menor contrato, sin eso de que te regalan un gatito y vos le das la leche y entonces el animal desenvuelve reflejos condicionados, arma su territorio y duerme en tus rodillas y te caza los ratones, el triste pacto de las viejas con sus gatos, de las gatas con sus viejos. Nada de eso, mi mujer y yo vimos llegar a Teodoro por el sendero que baja al ranchito y era un gato sucio y canalla, negro debajo de la ceniza polvorienta que mal le tapaba las mataduras, porque Teodoro con otros diez gatos de Saignon vivía del vaciadero de basuras como cirujas de la quema, y cada esqueleto de arenque era Austerlitz, los Campos Cataláunicos o Cancha Rayada, pedazos de orejas arrancadas, colas sangrantes, la vida de un gato libre. Ahora que este animal era más inteligente, se vio en seguida cuando nos maulló desde la entrada, sin dejar que nos acercáramos pero dando a entender que si le poníamos leche en una aceptable no cat’s land condescendería a bebérsela. Nosotros cumplimos y él entendió que no éramos despreciables; salvamos por mutuo acuerdo tácito la zona neutralizada, sin tanta Cruz Roja y Naciones Unidas, una puerta quedó entornada con dignidad para no ofender orgullos, y un rato después la mancha negra empezó a dibujar su espiral cautelosa sobre las baldosas rojas del living, buscó una alfombrita cerca de la chimenea, y yo que leía a Paco Urondo escuché por ahí el primer mensaje de la alianza, un ronroneo confianzudo, entrega de cola estirada y sueño entre amigos. A los dos días me dejó que lo cepillara, a la semana le curé las mataduras con azufre y aceite; todo ese verano vino de mañana y de noche, jamás aceptó quedarse a dormir en casa, qué te creés, y nosotros no insistimos porque pronto nos volveríamos a París y no podíamos llevarlo con nosotros, los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse, gato de la pintura, jamás Jackson Pollock o Appell / día que nos fuimos, sentimiento de culpabilidad inevitable: ¿y si se había ablandado, si tanta leche y fideos y arrumacos lo dejaban en desventaja frente a los duros de la quema, los machazos de orejas recortadas y costumbres de tropas de asalto? Nos miró irnos, sentado en la parecita de piedra, limpio y brillante, comprendiendo, aceptando. Ese invierno pensé tantas veces en él, lo di por muerto, hablábamos de Teodoro con la voz de la elegía. Vino el verano, vino Saignon, cuando fui a vaciar por primera vez la basura vi de nuevo el salto vertiginoso de ocho gatos al mismo tiempo, barcinos y blancos y negros pero no Teodoro, su corbatita blanca inconfundible en tanto azabache. Previsiones confirmadas, selección natural, ley del más fuerte, pobre animalito. A los cinco o seis días, cenando en la cocina, lo vimos sentado detrás del vidrio de la ventana, fantasma lunar y Mizoguchi. Su boca dibujó un maullido que el vidrio volvía cine mudo; a mí se me mojaron los ojos como a un imbécil, abrí la ventana y le tendí prudentemente la mano, sabiendo lo que ocho meses de ausencia liman y destruyen en una relación. Se dejó tomar en brazos, sucio y enfermo, aunque ya en el suelo se vio que estaba huraño y distante, que reclamaba su comida como un mero derecho; se fue casi en seguida con esa manera suya de acercarse a la puerta y maullar como si le estuvieran aplastando el alma. A la mañana siguiente ya jugaba por ahí, manso y alegre, pronto al cepillo y al azufre. Al otro año fue lo mismo pero entonces tardó casi un mes en reaparecer, castigándonos, haciéndonos sentir su muerte, remordiéndonos; pero vino, más flaco y enfermo que nunca, y ése fue el tercero y último año de la vida pagana y alegre de Teodoro W. Adorno, la época en que lo fotografié y escribí sobre él y volví a curarlo de algo que parecía una indigestión de pelos, aparte de que Teodoro se enamoró y eso lo tenía completamente estúpido, se paseaba por la casa con la cabeza en alto y gimiendo, por la tarde cruzaba el jardín como en un trance, flotando entre los tréboles, y una vez que lo seguí discretamente lo vi descender el sendero que llevaba a una de las granjas del valle y perderse en un atajo, gimiendo y llorando, Teodoro Werther, arrasado de amor por alguna gata de escabroso acceso. ¿Qué destino tuvo ese idilio entre la lavanda de Vaucluse? El de Juan de Mañara, no el de Werther: lo comprendí este año, después de dos meses de Saignon con la ausencia irrefutable de Teodoro. ¿Muerto, esta vez sin duda decididamente muerto, la garganta abierta por alguno de los taitas del vaciadero, pobrecito Teodoro tan débil y enamorado y esas cosas? / once y media es la mejor hora para comprar el pan y de paso despachar las cartas y vaciar la basura; subí el sendero sin pensar en nada, como casi siempre en el momento de las revelaciones (a estudiar una vez más cómo toda distracción profunda entreabre ciertas puertas, y cómo hay que distraerse si no se es capaz de concentrarse) / por expreso y ésta por avión, allez, au revoir monsieur Serre, un pan redondo y caliente, charla con monsieur Blanc, cambio de nociones meteorológicas con madame Amourdedieu, de golpe la manchita de sombra bajo el derroche amarillo del mediodía, la puerta de mademoiselle Sophie, la mancha de sombra ovillada delante de la puerta, no puede ser, cómo va a ser, qué diablos va a ser, de día todos los gatos son negros y además cómo es posible que el gran pagano esté tomando el sol delante de la puerta de mademoiselle Sophie pequeñita y jibosa y señorita y sacristana de Saignon, con anteojos y sombrero y una boca perdida entre una nariz que baja y un mentón que sube, Teodoro, Teodoro! Le pasé al lado y no me miró, dije despacito: Teodoro, Teodoro chat, y no me miró, Juan de Mañara había entrado en religión, vi el platito de leche y el hueso de una costilla tan frágil como las de mademoiselle Sophie, las raciones de una vida minúscula de ratoncito de iglesia con olor a jabón barato y a cirios, Teodoro convertido, bautizado, ignorándome, preparándose para la vida eterna, convencido de tener un alma, quizá de noche durmiendo en la casa, la última de las humillaciones, la penitencia final, yo pecador él que jamás aceptaba una puerta cerrada y ahora las rodillas puntuadas de mademoiselle Sophie, las carpetitas bordadas, las oraciones y los ronroneos al mismo tiempo, la vida cristiana en una aldea provenzal. ¿Y el Tao, y los amores, y esa manera de jugar con las pelotas de papel que hacíamos con los suplementos dominicales de La Nación? / vuelto a ver dos o tres veces y nunca me reconociste y está bien porque tampoco yo te reclamaré, con qué derecho podría, vos el más libre de los gatos paganos y el más prisionero de los gatos católicos, tendido delante de la puerta de tu sacristana como un perro que la defiende. Ah Teodoro, qué bonito era verte bajar por el sendero, la cola al aire, gimiendo por tu gatita entre la lavanda, qué dulce era encontrarte otra vez cada año, el día en que se te antojaba, la noche de luna que elegías displicente para saltar a la ventana y quedarte unas horas con nosotros antes de volver a tu libertad que como tantos de nosotros has cambiado por una jubilación de gato, por el cielo que te tienen prometido.
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Último Round, tomo I
(1969)

Teodoro W. Adorno fotografiado por Julio Cortázar.


lunes, 26 de noviembre de 2007

Por escrito gallina una


Julio Cortázar es uno de los escritores que están más cerca de mí. Las primeras veces que leí sus cuentos me desconcertaba que los finales eran como un dibujo que a mí me tocaba terminar. Incluso llegué a "molestarme" con el autor que me hacía leer varias páginas y a fin de cuentas no me resolvía el misterio... Tiempo después leí que en una entrevista, Cortázar comentaba su rechazo hacia el "lector hembra" en el sentido del lector pasivo que esperaba que el escritor hiciera todo por él, olvidando que un libro no es un programa de televisión: un texto demanda (o debería demandar) de quien lo lee su atención y su voluntad de ser por un momento cómplice de otro ser humano en la creación de algo único.

Cortázar jugaba con las palabras, es la forma más precisa que encuentro para describir lo que hacía, no es una casualidad que el mundo de los niños se encuentre presente constantemente en sus cuentos y que su novela más emblemática se titule Rayuela. Amar la literatura no necesariamente implica solemnidad, y un ejemplo se encuentra en este texto que se desprende del primer tomo de La vuelta al día en ochenta mundos: un minicuento escrito ni más ni menos que por una raza de gallinas mutantes que se dispone a conquistar el universo.

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Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocias por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.


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De La vuelta al día en ochenta mundos, tomo I.
Julio Cortázar.
1967.




miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mozart con gafas de espejo


Mirrorshades es una antología de cuentos
ciberpunks a cargo de Bruce Sterling y publicada por primera vez en 1984.

De este libro ya antes subimos un fragmento, y en esta ocasión les dejo Mozart con gafas de espejo, del propio Sterling y Lewis Shiner: una delirante y divertidísima fantasía sobre los viajes en el tiempo y los mundos paralelos, con apariciones especiales de Thomas Jefferson, Maria Antonieta y Genghis Khan!!

Que se diviertan, amigos!


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Mozart salió a escena. De su guitarra brotaron arpegios en forma de minueto que sonaban sobre las secuencias de motivos corales. Las pilas de amplificadores retumbaron con ráfagas de sintetizadores, sacadas de una cinta de los cuarenta principales de K-Tel. La enfervorizada audiencia arrojó sobre Mozart confeti arrancado del papel artesanal del club.

Luego, Mozart se fumó un porro de hachís turco y le preguntó a Rice sobre su futuro.

-¿El mío, quieres decir? –dijo Rice-. No te lo creerías. Seis mil millones de personas y nadie tiene que trabajar si no quiere. Quinientos canales de televisión en cada casa. Coches, helicópteros y ropas que te sacarían los ojos de las órbitas. Mogollón de sexo fácil. ¿Te gusta la música? Puedes tener tu propio estudio de grabación que te pone a tope en escena, como con tu jodido clavicordio.

-¿De verdad? Daría cualquier cosa por ver eso. No puedo entender por qué regresas.

Rice se encogió de hombros.

-Quizás lo deje dentro de unos quince años. Cuando vuelva, tendré lo mejor de lo mejor. Todo lo que quiera.

-¿Quince años?

-Sí. Tienes que entender cómo funciona el Portal. Ahora mismo es tan alto como tú, del tamaño justo para un cable telefónico y un oleoducto, y quizás para las ocasionales sacas de correo dirigidas a Tiempo Real. Hacerlo tan grande como para trasladar gente o equipo resultaría increíblemente caro. Tan caro que sólo lo hacen en dos ocasiones; al principio y al final del proyecto. Así que, sí, imagino que estamos atrapados aquí.

Rice tosió violentamente y se bebió su copa. Ese hachís del Imperio Otomano había soltado sus ataduras mentales. Ahí estaba, confiando en Mozart, haciendo que el chico quisiera emigrar, y no había ninguna jodida manera de que Rice pudiera conseguirle una carta verde. No con los millones que querían un viaje gratis al futuro, miles de millones si se contaban otros proyectos como el Imperio Romano o el Nuevo Reino de Egipto.

-Pero estoy realmente contento de estar aquí –dijo Rice-. Es como… como barajar las cartas de la historia. Nunca sabes qué saldrá en la siguiente –Rice le pasó el porro a una de las fans de Mozart, Antonia no-sé-qué. Es genial estar vivo. Mírate. Te va estupendamente, ¿no? –se inclinó sobre la mesa, hacia delante, poseído por una súbita sinceridad-. Quiero decir, todo está bien, ¿no? ¿No nos odiarás a todos nosotros por haber jodido este mundo o algo así?

-¿Bromeas? Estás mirando al héroe de Salzsburgo. De hecho, se supone que su señor Parker va a hacer una grabación de mi último número de esta noche. ¡Me conocerán pronto en toda Europa! –alguien le gritó a Mozart en alemán, desde el otro extremo del club. Mozart le miró y le saludó crípticamente-. Enróllate, tío –se volvió a Rice-. Ya ves que me va bien.

-Sutherland se preocupa por cosas como esas sinfonías que nunca vas a escribir.

-¡Tonterías! No quiero escribir sinfonías. ¡Puedo escucharlas cada vez que quiera! ¿Quién es Sutherland? ¿Es tu novia?

-No, a ella le gustan los locales. Danton, Robespierre, gente así. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien?

-Nadie en especial. No desde que era niño.

-¿Ah, sí?

-Bueno, cuando era niño vivía en la corte de María Teresa. Acostumbraba jugar con su hija Maria Antonia. Maria Antonieta se llama a sí misma ahora. La chica más bella de su época. Solíamos tocar duetos. Solíamos bromear acerca de nuestra boda, pero se fue a Francia con ese cerdo de Luis.

-Mierda –dijo Rice-. Esto es realmente sorprendente, ¿sabes?, ella es prácticamente una leyenda en el lugar de donde vengo. Le cortaron la cabeza durante la Revolución Francesa por organizar demasiadas fiestas.

-No, no lo hicieron…

-Eso fue en nuestra Revolución Francesa –dijo Rice-. La vuestra fue una bronca mucho menor.

-Debes ir a verla, si es que te interesa. Ciertamente, te debe un favor por haberle salvado la vida.

Antes de que Rice pudiera contestar, Parker llegó hasta su mesa, rodeado de ex damas casaderas, con minifaldas de spándex y sujetadores con las copas de lentejuelas.

-¡Hola, Rice! –gritó Parker, despreocupadamente anacrónico con su camiseta y sus vaqueros de cuero negro-. ¿De dónde has sacado ese par de palos de escoba sin caderas? ¡Ven, vámonos de juerga!

Rice miró a las chicas que se sentaban alrededor de la mesa y descorchaban botellas de champán de una caja. A pesar de lo pequeño, gordo y repulsivo que era Parker, ellas se acuchillarían sin pestañear por la oportunidad de dormir entre sus limpias sábanas para asaltar luego el botiquín de su baño.

-No, gracias –dijo Rice, sorteando los largos cables conectados al equipo de grabación de Parker.

La imagen de Maria Antonieta le había atrapado, y ya no se libraría de ella.

jueves, 8 de noviembre de 2007

El libro en el ocaso del humanismo

Este es un ameno y poco pretencioso ensayo de Guillermo Fadanelli, en un afán por plantear algunas preguntas en torno al papel de los libros y el oficio del escritor en nuestra actual sociedad:
¿por qué la gente está cada vez menos interesada en leer?


A ver qué les parece este fragmento:

Tenemos casi un siglo asombrándonos frente al espejo. ¿Qué caso tiene dedicarle una página más a la sociedad de masas? Una multitud va a la plaza para protestar por el aumento en los precios de servicios o para exigir la renuncia de un funcionario. Pero la masa en realidad no está en la plaza, es el ojo que mira extasiado a esa curiosa multitud que reclama airada delante de las cámaras de televisión. Después del mitin, los participantes vuelven a sus casas, encienden la televisión, ven sus rostros en el noticiario nocturno, se reconocen, están allí, son protagonistas. Por unos momentos han experimentado la efímera sensación de ser entes históricos que expresan sus convicciones en la plaza pública. Hace unos años, cuando vivía en el centro de la ciudad de México tuve la oportunidad de ser testigo de una escena que aún no he podido olvidar:

Uno de los pisos más altos de una torre de veinte pisos comienza a incendiarse. Las llamas hacen estallar los cristales. Los empleados corren despavoridos escaleras abajo tratando de salvar su vida. No han pasado más de cinco minutos cuando dos helicópteros de las cadenas más importantes de noticias sobrevuelan el edificio. En diez minutos, cientos de periodistas en tierra y aire están produciendo información sobre el accidente. Los últimos en llegar son los bomberos quienes, además, dan muestras de poseer una tecnología precaria, incapaz de competir con el sofisticado equipo de los periodistas. Sus escaleras no son lo suficientemente largas y sus mangueras tienen cientos de pequeños orificios por donde escapa el agua. El gentío, que desde una prudente distancia observa el siniestro, sonríe divertido. Además el buen humor de los espectadores se puede deducir de este episodio que la sociedad invierte más dinero en la comunicación que en su modesto cuerpo de bomberos: el negocio de la exhibición de la realidad no su transformación.

Jean Baudrillard, quien ha escrito varios libros acerca de la sociedad contemporánea, sostiene que no estamos instalados en el drama de la alienación sino en el éxtasis de la comunicación. Una sociedad carente de ilusiones revolucionarias, ansiosa de noticias que ocupen los cuartos vacíos de su memoria. El joven impetuoso y pedante, Simon Tanner, personaje voz de una novela de Robert Walser exclama: “No quiero un futuro, lo que quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo se tiene un futuro cuando no se tiene un presente.” Así parece expresarse la masa, hundida en el éxtasis de las telecomunicaciones: queremos tener noticias sólo de nuestro presente para de esa manera ser futuro sepultando el pasado.

Nuestros vecinos, las personas con quienes tenemos relación en la plaza pública, en el ciberespacio, carecen en general de opiniones razonadas, están saturados de habladurías, son consumidores de slogans, y no es necesario acudir una vez más a Nietzsche o a tantos escritores y filósofos quejumbrosos para probar que los hombres actuales se sienten más cómodos evitando reflexionar o pensar por sí mismos. ¿Pero acaso se quiere un mundo donde todos sean filósofos? En absoluto, nada más pretencioso además de imposible, sólo que quien renuncia a la lectura no se acostumbra a pensar –quiero decir a ser crítico, a establecer diferencias, a reflexionar e intentar comprender la complejidad de lo real– porque no rebasa los límites de ser pura presencia. Deja morir las palabras en la dulce inmovilidad de la superficie.

El hombre contemporáneo prefiere ver, es mirón, desea ser antes que nada espectador, pero su voz interior se empobrece porque no tiene manera de abrirle paso con una gramática: el paso de lo sensible a lo inteligible se pierde para siempre. Una hipótesis distinta es que el hombre lúdico se ha liberado por fin de la gramática, eligiendo la aventura del caos sobre el lógico ejercicio de cualquier ciencia del lenguaje, y renunciando a poner en juego sentimientos intransferibles, imposibles de ser representados. Ojalá esto fuera posible, pero ninguna sociedad contemporánea puede ya elegir ese camino porque el tren corre a una velocidad que no nos permite descender a riesgo de morir en la caída: el tren corre hacia un final predecible y ridículo. El juego, el arte, lo bello, la actividad impráctica como recursos individuales para estar en el mundo suponen riesgos que una sociedad globalizada obsesionada por elevar los niveles de producción no puede permitirse. La hipótesis del triunfo del hombre lúdico hace agua por todos lados.

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En busca de un lugar habitable,
el libro en el ocaso del humanismo.

Fadanelli, Guillermo.
Ed. Almadia, 2006.

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jueves, 1 de noviembre de 2007

Pasto Verde

Esta es la primera novela de Parménides García Saldaña, otro producto del convulso año de 1968. Lo único que les diré es que este texto por siempre adolescente me ha devuelto la capacidad de asombro y las ganas de escribir, sin mayor pretensión que divertirme y documentar mi momento. El resto de la reseña, la dejo a cargo de Marco X, un rocker que generosamente escaneó su libro para que todos lo pudiésemos disfrutar:

"... que lo que publiques en tu blog y mi pequeña colaboración sirva de ofrenda, junto con un buen cigarro y un drink, para que Parménides Garcia Saldaña sea recordado y no muera realmente, reconociendo su formidable vigencia, a estas alturas del nuevo siglo, que se reconozca su capacidad literaria y más allá de condenar sus actitudes, vicios y hasta locuras, se recuerde a un hombre que vivió su tiempo con una actitud comprometida consigo mismo y que nunca claudicó o transformó su pensar a cambio de fama o comodidad, ¡yo me muero como viví!, diría el gran Silvio.

más que la apología de las drogas el alcohol el rock and roll y el sexo, o el uso de un lenguaje violento sucio, ofensivo o clasista, Parménides escribe la realidad de su tiempo: la hipocresía, la falsa moral, la política y las poses de una generación subyugada por sus padres, el estado, la iglesia. También escribe de sus vivencias sin freno, de la libertad vivida hasta las últimas consecuencias, llámese pisar carcel, hospital siquiatrico, baldíos, cantinas de buena muerte y cuartuchos de azotea.

cuando leí el libro, sus páginas se convirtieron en una gran ventana por la cual me veía volando en un cielo azul con mis zapatos alas y vi a muchos amigos y parientes siendo felices en el rol, cotorreando bien acá y disfrutando de la música, fumando y simplemente viviendo! ahi sabor."

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si Cristo no pudo cambiar al mundo menos lo voy a cambiar yo

por eso nena estoy ahora metido de camionero viajando por todo el país para ver si de veras vivimos como en parís

aquí estoy escribiendo esto y no un libro de texto aquí estoy viviendo un día más No de veras que no sé qué voy a hacer mañana No sé qué vas a hacer tú nena te vas a levantar temprano y vas a ir a la escuela y vas a estar todo el día aburrida o vas a ir a la oficina y vas a esperar que las horas pasen y pasen para regresar a tu casa y estar aburrida

pero nena ya no hay que confundir los colores

sé donde está el blanco en este Paraísodelanada y trataré diario de ser como no fui ayer y trataré de no ser como los demás y por eso hoy uso lentes oscuros nada más para distinguirme y por eso uso botas de cuero con barro para no olvidarme del camino andado y por eso escucho discos de los Rolling Stones y los Beatles para no confundirme con la gente fresa y para no confundirme con la gente cuadrada uso la melena abultada y nena recuerda que de tu situación tus papás no tienen la culpa de nada nada más que tú debes de saber quién decide tu vida si la estulticia o la calma si el nuevo bravo mundo o la decadencia yo no soy del pri porque las instituciones me enferman

me enferma no sentirme libre y en la vida nena hay que ser libres libres como el viento libres como los pájaros y las abejas como los árboles y las flores

las instituciones asesinaron a Cristo nena

que predicaba el bien el amor el cielo la vida

y los estoy viendo a ustedes banqueros comerciantes licenciados en derecho militares pelusarios los estoy viendo crucificando a Cristo

¡Los estoy viendo a ustedes bastardos ustedes los dignos representantes de las instituciones!

ustedes los dueños de las joyas y los edificios ustedes los señores directores de las oficinas públicas ustedes césares albañiles del odio dueños de las vidas ajenas

lo bueno es que yo nunca me he creído un perro faldero lo bueno es que yo nunca he seguido modelos yo me he instruido he leído libros extranjeros ajenos a su idiosincrasia o idiotagracia pero no se espanten chaparroburgueses yo sólo sé leer en inglés y todo lo que estoy diciendo lo leí en las obras de Shakespeare y también en la vida del Buscón de Quevedo yo más que mexicano debo de ser un charro francés y desde entonces ando en el camino regalando Howl que es un poema de Allen Ginsberg!

y lo más seguro es que mañana no me importe porque mañana es otro día un día nuevo y no sé si haré otra cosa porque en primera y en segunda y en tercera no sé a qué hora voy a levantarme porque no uso reloj despertador para no atrofiarme los oídos

Recuerden hijos míos que cuando se vive en las tinieblas se le quiere arrojar piedras a cualquiera y hay veces qu a uno mismo pero esto cuando menos es más honesto. But ¿para qué arrojar piedras? ¿Para qué? No tiene caso sería participar en el juego. Y cuando uno juega termina confundido porque la gente que juega no piensa y la que piensa llena la vida de reglas y es muy fácil demostrar esto le da uno una palmada a alguien y de pronto esa gente se queda empty y a mitad del camino desaparece La onda es hacer lo que uno quiera y punto y ya

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