miércoles, 19 de diciembre de 2007

Semana Santa


Bueno, ya sé que la que se acerca es una semana navideña y no una semana santa, pero estoy segura de que habrá tantos buenos posts de navidad, que no se extrañará que por acá no hagamos referencia a esas fechas, hoy tengo ganas de dejarles un cuento de Víctor Roura.


Este pequeño libro llegó a mis manos casi por casualidad, recuerdo que me llamó la atención por ser de las ediciones del Gallito, y que lo leí vorazmente porque me conquistaron sus cuentos llenos de situaciones altamente absurdas y graciosas. Las palabras en negritas las puse yo sólo por diversión. Si les gusta sólo díganlo y subo el libro completo.

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SEMANA SANTA

Cuando agarré el remo para empezar a deslizarnos por el lago de Chapultepec y sin querer le pegué en la nuca, supe que mi semana no iba a ser tan santa.

- ¿Te descalabré? –le pregunté, acercándome a ella.

No contestó, pero la sangre comenzaba a fluir de manera violenta.

Ya que aún estábamos cerca del embarcadero, la gente empezó a arremolinarse.

-El joven la quiso matar –dijo una señora, enfadada.

Un hombre, malencarado, nos gritó:

-¡Acérquense, déjeme ver a la paciente!

Era un doctor, seguramente.

Quise remar, pero no pude. Lo único que logré fue darle al bote cinco vueltas en el mismo círculo.

-¿No sabes… remar? –preguntó ella, sollozando quedito.

Negué con la cabeza.

-Me hubieras dicho –dijo.

Al querer controlar el bote, le di a ella en el brazo con el otro remo.

-Perdón –exclamé, a punto de sacarme de quicio.

La gente se reía de mis torpes maniobras.

-¡Deje de hacer payasadas, la muchacha se desangra! –gritó, de nuevo, el tipo que seguramente era doctor.

Ella lloraba como para sí.

-¡Si quiere dar vuelta a la izquierda, clave su remo de la izquierda en el agua y con suavidad gire el de la derecha haciendo ruedas diminutas! –gritó un mozuelo.

Clavé, entonces, mi remo izquierdo en el agua sucia pero no tocó fondo y se hundió, se me fue de las manos, perdí el control. Ella se llevó las dos manos a su rostro. Su llanto aumentaba. La sangre goteaba de su cabeza. El sol ardía. Poco a poco nos alejábamos del embarcadero. Empecé a sudar.

-No te desesperes, alguien vendrá a recatarnos –le dije.

Me miró con odio.

-Más de una hora formados en la fila para alquilar un bote –dijo, de pronto, quebrada por el llanto.

Me dolió su tono de voz.

-Algo positivo saldrá –dije, apenas.

Y con redoblado ánimo le di con fuerza al remo para intentar conducir con tino el bote. Empero, sólo conseguí que nos empapáramos de manera infame.

-¡Mi vestido! –gritó ella, al sentir que el agua se le venía encima.

Yo aguanté con estoicismo la mojada.

Pasó un bote cerca de nosotros. Iba una pareja. El tipo remaba con sabiduría. Al ver que ella sollozaba inconteniblemente, el tipo me guiñó el ojo.

-¡La has vencido, macho! –dijo, al pasar.

Su acompañante, una niña casi, rió y se alejaron besándose de modo brutal.

Ella levantó la mirada. Me vio con desgano.

-Haz algo, por favor –dijo, vencida la voz.

Asentí.

Y de nuevo le di duro a la remada, inútilmente.

Cuando le pegué sin querer en su cintura, gritó desesperada:

-¡Auxilio!

Nervioso, solté el remo. Intenté ir a su lado.

-¡Ni te me acerques! –sentenció.

-Pero…

-Un golpe más y te juro que no sé qué hago…

Y se puso a llorar con una fuerza inusitada. Otro bote pasó a nuestro lado. Un señor, al verla llorosa, mojadísima, sangrante, me dijo, movido quizá por su morbo:

-¿Están filmando una nueva telenovela?

Dije que sí. Y siguió su camino, feliz, buscando a los lados las cámaras escondidas.

El sol caía con vigor.

-¿De veras no vas a hacer nada? –preguntó ella.

¡Qué podía hacer, Dios mío!

-Me hubiera ido con mis amigos a Pahuatlán –dijo, retadora.

Alcé los hombros.

-Alguien me advirtió que no saliera nunca contigo –dijo, envalentonada.

“Ese alguien no me conoce bien”, pensé.

-Soy capaz de ganar la orilla a nado –dijo.

Al ver mi gesto de fastidio, se puso de pie y se tiró, de un fino clavado, al agua. Se fue nadando hasta el embarcadero. Ahí fue socorrida prontamente por algunas personas. Vi cómo una señora le daba una toalla y vi también cómo se la llevaron quién sabe hacia qué sitios.

Yo me estuve ahí todavía como una hora más, sin hacer nada, quemándome en el sol, hasta que fui rescatado por unos jóvenes punks quienes, con gentileza, me llevaron hasta el embarcadero, donde pagué el tiempo extra del bote que se había quedado, solo, en medio del sucio lago.

-Hubiera nadado, joven, como su novia –dijo, con sarcasmo, un señor formado en la interminable cola.

“Si supiera”, pensé.

Ella podría darme unas clasecitas de natación, por cierto.

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viernes, 7 de diciembre de 2007

El rey criollo

Respondiendo a la solicitud de nutrocker, por acá les dejo otro libro de Parménides García Saldaña. Estos cuentos además de estar llenos de anécdotas y cosas de la vida diaria de un adolescente cuyas principales preocupaciones son el sexo (o su ausencia) y el rock, también ofrecen un retrato de la clase media mexicana de finales de los sesentas, con su doble moral y otras enormes contradicciones.

El texto que le da título al libro, es una crónica muy sabrosa del estreno en México de King Creole, la peli de Elvis. Y sobre todo, del desmadre, la rivalidad entre pandillas, los prejuicios machistas que aún entre los "alivianados" persistían y persisten, así como el rocanrol y el delirio que El Rey es capaz de provocar. Al final viene un epílogo de José Agustín que no hay que perderse, así que a leer... ¡y a bailar!

Bueno como decía, todos le tienen mala fe a Elvis, como dicen que dijo que prefería besar a tres negras que a una mexicana, uy, pues todo eso influyó y pues nada más es por coraje, porque Elvis, aunque no les guste, es un chingón y punto. Canta a toda madre, baila a todo dar, y por algo es el Rey del Rocanrol, y pues los grandes ya caducaron. Que Gardel era divino y que Pedro Vargas también y que Jorge Negrete y que Pedro Infante y que Nicolás Urcelay canta precioso y que las canciones de borrachos y putas de Agustín Lara, ay sí tú… Digo, vale madre, yo me digo: ¿Cómo les van a gustar las canciones de Elvis? ¿Cómo las van a entender? ¿Cómo les va a gustar “Hound Dog”, “All Shook Up”, “King Creole”, “Hard Headed Woman”, “Are You Lonesome Tonight”, “Fever”, “One Night”, “Blue Suede Shoes”, “Treat Me Nice”? Que música de locos y todo eso. Digo, digo, a uno le da un poco de coraje todo esto, aunque pues me vale madres. Y pues, como dice mi hermana, hay que vivir la vida. Si a mi papá le gusta esa de estoy-en-el-rincón-de-una-cantina… pues no me interesa, digo-que-me-vale-madres.

Bueno, pues yo decía que fui a ver King Creole, y que aquello había sido un maldito relajo, un verdadero destrampe. En parte yo me sentía un poco no sé cómo, pero me sentía un poco mal. Mi novia Lulú me había rogado como desesperada que la llevara al cine. Ama a Elvis. Que se moría de las ganas de verlo, que no seas así, que nada más te gusta divertirte solo y andar con tus amigos, mamá me dio permiso de ir contigo y con mi hermana; cómo me choca que las mujeres quieran hacer su santa voluntad, bueno, pero no me importa, digo, ya saben cómo son las mujeres, y Lulú diciéndome que yo no la quería y que parecía que me amargaba la vida y que era mi juguete y esas cosas que le reprochan a uno las mujeres y yo mira gorda que te adoro, comprende las circunstancias, ya quedé con mis amigos y eso, y ella: prefieres andar con tus amigos, y yo: gordita chula, te quiero mucho, bien lo sabes pero no te llevo, imposible. Y bueno, para no prolongarla, nos enojamos.

Es que yo sé qué clase de viejas van a ver las películas del Rey Presley, puras de la danza moderna y guerreras y pues preferí que nos enojáramos a llevarla. Digo todo esto porque al Gordo le sucedió una cosa bien chistosa. Cuando llegamos al movies y uno de nosotros se formó en la cola para lo que se forma uno en la cola de un cine, el Gordo vio entre la cola a su novia. Y que se encabrona el Gordo y los cachetes se le pusieron rojos del coraje y de pena. Y claro, tenía razón. Y fue a donde estaba su gorda y le dijo:

-No entres… vete a tu casa.

Su gorda prefirió a Elvis.

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