viernes, 21 de junio de 2013

Carta del Suicida




Juro que esta mujer me ha partido los sesos.
Porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.

Gonzalo Rojas

miércoles, 19 de junio de 2013

Elegía como grito para una tarde de Diciembre




                                                                                                     A María Elena

Desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie grita tu nombre, nadie te espera, nadie camina
por la calle recogiendo tu sombra partida en pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos, nadie te extraña,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie grita tu nombre, nadie te espera,
sólo el silencio que baja y te destroza,
sólo el silencio que baja y te aniquila,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie camina desde la oscura zona del derrumbe,
nadie te espera, di buenas noches, estoy triste, busco a Elena,
la he buscado en todas las grietas de la tarde, no la encuentro,
estoy palpándome ceniza y no la encuentro,
busco a Elena, no vendrá nunca, dile que venga, no vendrá nunca,
llámala hasta que el musgo te nazca en la garganta,
llámala hasta que tu garganta sea de musgo, no vendrá nunca,
di su nombre, repítelo hasta que la lengua se te caiga,
repítelo hasta que los dientes se te caigan, no vendrá nunca,
sólo el silencio que cruje en la escalera te acompaña,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie te espera, di buenas noches, tengo miedo, busco a Elena,
puedes echarte a caminar buscando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza, no vendrá Elena nunca,
di su nombre, graba en la noche su perfil de sombra,
su rostro de neblina, su cuerpo sepultado en caracoles,
di su nombre, repítelo hasta que los dientes se te crujan,
clávalo en tu memoria como una enredadera de moluscos,
di su nombre, guarda lo casi nada que te queda, el último sollozo,
el recuerdo como una abandonada calavera, el llanto en pedacitos,
pregunta por Elena, desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu sombra que se hunden bajo el grito
                                                /crujiendo en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
sólo tu soledad que llega crujiendo en la escalera,
no está Elena, besa la oscura zona de sus labios,
no está Elena, muerde su sombra fría, no vendrá nunca Elena,
seguirás esperando, seguirás caminando su oquedad con los dedos,
seguirás consumiéndote en tu furia, no vendrá Elena nunca,
recoge su tristeza, envuélvela en su grito,
dile que busque a Elena por las calles,
dile que llame a Elena en las esquinas,
no vendrá nunca, seguirás esperando,
seguirás caminando los muros de la noche,
seguirás destrozando las paredes del sueño,
di su nombre, repítelo hasta que el miedo te derrumbe,
no hay remedio, bajarás con tu sombra al fondo de la tarde,
beberás en la tarde del grito que te ahoga, desbaratado el grito,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nunca Elena, desbaratado tú y tu cuerpo, no vendrá
                                                      /Elena nunca,
sal a la calle y grita, búscala en donde sea,
rompe las puertas, destroza las ventanas, derriba las paredes,
no ha venido, pregunta a los que pasan, no ha venido,
asómate al espejo, Elena, ven, gritando al borde del espejo,
no ha venido, seméjate a su sombra, parécete a su ausencia,
no vendrá nunca, todo duele, nada importa,
desbaratado el grito, el sonido que llega de repente para decir
                                                     /no hay nadie
nadie camina subiendo la escalera, no vendrá nadie,
sólo tu soledad que sube crujiendo a tu esqueleto,
sólo tu soledad crujiendo en tu esqueleto, desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu cuerpo, y el grito con que gritan,
mira tu cuerpo que se hunde en el espejo,
mira tu cuerpo que se hunde tras tu grito en el espejo,
entrarás al espejo, seguirás a tu cuerpo que se hunde
                                                /tras su grito en el espejo,
te hundirás tras tu cuerpo y tras tu grito en el cuerpo de Elena,
                                                    /oculto en el espejo,
volverás del espejo con el cuerpo de Elena metido entre tu cuerpo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá Elena nunca,
seguirás esperando, seguirás escarbando entre la noche
                                                               /en busca de su cuerpo,
no vendrá Elena nunca, quedarás para siempre roída la conciencia,
amargo el llanto, fúnebre el recuerdo, no vendrá Elena nunca,
sólo la sombra de su sombra habita en el espejo,
sólo la sombra de tu sombra baja crujiendo la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nadie nunca,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie jamás te llamará en la noche,
nadie jamás recogerá tu cuerpo partido en pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos,
desbaratados tú y tu calavera abandonada,
un sonido de luna se derrumba, un sonido de espanto se desploma,
vete por el espejo, Elena, ven, gritando en el espejo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá nunca,
ámala y húndete en la furia, no vendrá nunca,
desbaratados para siempre tú y tu cuerpo,
desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nunca nadie,
y cerrar esta puerta. 



Max Rojas

(Ciudad de México, 1940)

Milorad Pavic


"Los pensamientos humanos son como cuartos. Entre ellos hay salas lujosas y cuartuchos saturados. Los hay soleados y sombríos. Algunos dan al río y al cielo, otros al traspatio o al sótano. Las palabras en ellos semejan cosas y pueden ser cambiadas de un cuarto a otro. Los pensamientos dentro de nosotros en realidad, esas habitaciones en nuestro interior, agrupadas en palacios o cuarteles, pueden ser moradas de otros donde uno resulta ser sólo un inquilino. A veces, sobre todo de noche, encontramos que las salidas de esos aposentos están cerradas con llave y no podemos abandonarlos. Estamos encerrados como en un calabozo hasta que nuestros sueños nos liberan y nos dejan salir. Pero los sueños son como los invitados de una boda, hay que esperarlos. Mientras tanto, reina el insomnio. Dicen que existen dos insomnios, como dos hermanas. El de antes de dormirse y el otro, después de despertar en plena noche. El primero es madre de la mentira, el otro es madre de la verdad."

Milorad Pavic
Siete Pecados Capitales
Traducción de Dubravka Sunzjevic
Editorial Sexto Piso, 2011,
México, DF

martes, 11 de junio de 2013

Una ocupación mortal


William Arnold, el gran buscador de orquídeas de la época victoriana, murió ahogado durante una expedición por el Orinoco. Schoeder, contemporáneo de Arnold, halló la muerte al despeñarse durante una expedició a Sierra Leona. Y Falkenberg también perdió la vida en una expedición por Panamá. David Bowman murió de disentería en Bogotá. Klabock fue asesinado en México. Brown, en Madagascar. Endres murió de un disparo en Río Hacha. Gustave Wallis murió de unas fiebres en Ecuador. A Digans le dispararon los indígenas brasileños. Osmers desapareció sin dejar rastro en Asia. El lingüista y coleccionista Augustus Margary sobrevivió a las infecciones de muelas, al reumatismo, a la pleuresía y a la disentería sufridos mientras navegaba por el Yang-tzê en solitario, pero encontró la muerte cuando ya había completado su misión y había pasado Bhamo (Birmania).

Coleccionar orquídeas es una ocupación mortal, lo cual siempre ha formado parte de su atractivo. Laroche amaba las orquídeas, pero llegué al convencimiento de que amaba la dificultad de obtenerlas casi tanto como las propias flores. Cuanto peor la pasaba en el pantano, más entusiasmado estaba con las plantas que había logrado conseguir.

Ese perverso placer por el sufrimiento que sentía Laroche es característico de los buscadores de orquídeas. Un artículo publicado en 1906 en una revista decía: “La mayor parte del encanto relacionado con el culto a las orquídeas se halla en ir a buscarlas al lugar en el que crecen, que bien puede tratarse de un pantano en el que se contraen todo tipo de fiebres o bien puede tratarse de un país lleno de indígenas hostiles dispuestos a matar y, muy probablemente, a comerse al intrépido aventurero.” En 1901 ocho buscadores de orquídeas organizaron una expedicion a Filipinas. En el espacio de un mes a uno de ellos se lo comió un tigre; otro, empapado de aceite, se quemó vivo; cinco desaparecieron y sólo uno logro sobrevivir y salió de la selva llevando consigo cuarenta y siete mil ejemplares de Phalaenopsis. Un joven al que en 1889 el coleccionista inglés Sir Trevor Lawrence encargó que buscara Cattleyas, caminó entre el fango de la selva durante catorce días y después no se supo nada más de él. Docenas de exploradores fueron aniquilados por la fiebre, los accidentes y la malaria o murieron asesinados. Otros se convirtieron en trofeos de cazadores de cabezas o en presas de horribles criaturas como las lagartijas amarillas voladoras, las serpientes de cascabel, los jaguares, las garrapatas y la marabunta de hormigas mordedoras. Algunos fueron asesinados por otros buscadores. Todos ellos viajaban mentalizados de que tendrían que hacer frente a la violencia. Albert Millican, que participó en una expedición al norte de los Andes en 1891, escribió en su diario que lo más importante que llevaba consigo eran los cuchillos, machetes, revólveres, dagas, rifles, pistoles y el tabaco para un año. Ser buscador de orquídeas siempre ha sido sinónimo de ir a lugares horribles en busca de cosas hermosas. Cuando la búsqueda de orquídeas estaba en su apogeo, entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, los lugares horribles eran realmente horribles. Cualquier hombre que se presentase como buscador había de ser duro y listo y tenía que estar dispuesto a morir lejos de casa.

El ladrón de orquídeas
Una historia verdadera de belleza y obsesión
Susan Orlean
Editorial Anagrama, Barcelona