Respondiendo a la solicitud de nutrocker, por acá les dejo otro libro de Parménides García Saldaña. Estos cuentos además de estar llenos de anécdotas y cosas de la vida diaria de un adolescente cuyas principales preocupaciones son el sexo (o su ausencia) y el rock, también ofrecen un retrato de la clase media mexicana de finales de los sesentas, con su doble moral y otras enormes contradicciones.El texto que le da título al libro, es una crónica muy sabrosa del estreno en México de King Creole, la peli de Elvis. Y sobre todo, del desmadre, la rivalidad entre pandillas, los prejuicios machistas que aún entre los "alivianados" persistían y persisten, así como el rocanrol y el delirio que El Rey es capaz de provocar. Al final viene un epílogo de José Agustín que no hay que perderse, así que a leer... ¡y a bailar!
Bueno como decía, todos le tienen mala fe a Elvis, como dicen que dijo que prefería besar a tres negras que a una mexicana, uy, pues todo eso influyó y pues nada más es por coraje, porque Elvis, aunque no les guste, es un chingón y punto. Canta a toda madre, baila a todo dar, y por algo es el Rey del Rocanrol, y pues los grandes ya caducaron. Que Gardel era divino y que Pedro Vargas también y que Jorge Negrete y que Pedro Infante y que Nicolás Urcelay canta precioso y que las canciones de borrachos y putas de Agustín Lara, ay sí tú… Digo, vale madre, yo me digo: ¿Cómo les van a gustar las canciones de Elvis? ¿Cómo las van a entender? ¿Cómo les va a gustar “Hound Dog”, “All Shook Up”, “King Creole”, “Hard Headed Woman”, “Are You Lonesome Tonight”, “Fever”, “One Night”, “Blue Suede Shoes”, “Treat Me Nice”? Que música de locos y todo eso. Digo, digo, a uno le da un poco de coraje todo esto, aunque pues me vale madres. Y pues, como dice mi hermana, hay que vivir la vida. Si a mi papá le gusta esa de estoy-en-el-rincón-de-una-cantina… pues no me interesa, digo-que-me-vale-madres.
Bueno, pues yo decía que fui a ver King Creole, y que aquello había sido un maldito relajo, un verdadero destrampe. En parte yo me sentía un poco no sé cómo, pero me sentía un poco mal. Mi novia Lulú me había rogado como desesperada que la llevara al cine. Ama a Elvis. Que se moría de las ganas de verlo, que no seas así, que nada más te gusta divertirte solo y andar con tus amigos, mamá me dio permiso de ir contigo y con mi hermana; cómo me choca que las mujeres quieran hacer su santa voluntad, bueno, pero no me importa, digo, ya saben cómo son las mujeres, y Lulú diciéndome que yo no la quería y que parecía que me amargaba la vida y que era mi juguete y esas cosas que le reprochan a uno las mujeres y yo mira gorda que te adoro, comprende las circunstancias, ya quedé con mis amigos y eso, y ella: prefieres andar con tus amigos, y yo: gordita chula, te quiero mucho, bien lo sabes pero no te llevo, imposible. Y bueno, para no prolongarla, nos enojamos.
Es que yo sé qué clase de viejas van a ver las películas del Rey Presley, puras de la danza moderna y guerreras y pues preferí que nos enojáramos a llevarla. Digo todo esto porque al Gordo le sucedió una cosa bien chistosa. Cuando llegamos al movies y uno de nosotros se formó en la cola para lo que se forma uno en la cola de un cine, el Gordo vio entre la cola a su novia. Y que se encabrona el Gordo y los cachetes se le pusieron rojos del coraje y de pena. Y claro, tenía razón. Y fue a donde estaba su gorda y le dijo:
-No entres… vete a tu casa.
Su gorda prefirió a Elvis.
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