
viernes, 29 de junio de 2012
Relaciones Peligrosas

viernes, 12 de noviembre de 2010
Para una breve poética del rock

Bájense el texto de aquí:
Para una breve poética del rock
Crines, Otras Lecturas de Rock
Carlos Chimal, compilador
Ediciones Era
México, D.F. 1994
martes, 8 de junio de 2010
Sobre La Prosa del Transiberiano

La literatura es parte de la vida. No es algo "aparte". No escribo por profesión. Vivir no es una profesión. No hay así artista alguno. Los cuerpos vivos no trabajan. No me gusta el sudor de mi frente a pesar de las opiniones sanas de un libro, aunque sea famoso. No hay especializaciones. No soy un hombre de letras. Denuncio a los aprovechados y a los arribistas. No hay escuelas. Yo escribiría de otro modo en Grecia o en la cárcel de Sing-Sing. He hecho mis más hermosos poemas en ciudades grandes, entre cinco millones de hombres, o a cinco mil leguas bajo mares en compañía de Julio Verne, por no olvidar los más hermosos juegos de mi niñez. Cualquier vida es un poema, un movimiento. Sólo soy una palabra, un verbo, una profundidad, en el sentido más salvaje, más místico, más vivo.
Por lo tanto, La Prosa del Transiberiano, es de verdad un poema, porque es la obra de un libertino. Puesto que esto es su amor, su pasión, su vicio, su grandeza, su vómito. Es una parte de él aún. Su Eva. La cita que él arrancó. Es una obra mortal, herida de amor, preñada...
Una risa que horroriza. De la vida, la vida. Algún rojo y azul, de sueño y de sangre, como en los cuentos. Me gustan las leyendas, los dialectos, la falta de lenguaje, las novelas policíacas, la carne de las niñas, el sol, la Torre Eiffel, los apaches, los negros y la astucia del europeo quien disfruta silencioso e irónico de la modernidad. ¿A dónde voy? No sé nada sobre ello. En cuanto a mis medios, son inagotables; nací pródigo.
El gato doméstico tiene su abrigo sedoso; su columna vertebral es flexible, eléctrica; se abandona así a sus buenos ejércitos: a sus garras fuertes; él brinca sobre la presa y obtiene lo que él desea. Pero el gato salvaje brinca mucho mejor: su golpe siempre es certero. Tengo altura de gato salvaje.
París, septiembre de 1913
viernes, 10 de octubre de 2008
Generación & Monografico.net




viernes, 5 de septiembre de 2008
El ataúd de la Contracultura, Guillermo Fadanelli

Sí... me gusta mucho Fadanelli, me fascina el contraste que hay entre su ficción tosca y nada pretenciosa, y sus ensayos llenos de lucidez y claridad.
También les cuento que voy a volver a ausentarme porque me van a operar el ojo que me falta. Pero si les interesa checar la revista completa sólo díganlo y cuando regrese la pongo a su disposición. Quizá no sea rápido pero será seguro, y de antemano les agradezco su paciencia.
EL ATAUD DE LA CONTRACULTURA
Guillermo Fadanelli
Es difícil encontrar una opinión común respecto de lo que significa en nuestros días la palabra contracultura. Mucho más complicado es ponerse de acuerdo sobre los escritores o artistas que pertenecen o forman parte de este movimiento. A pesar de las claras divergencias, es más o menos común aceptar que la Contracultura representa el conjunto de obras y actitudes que tuvieron lugar en Estados Unidos durante la sexta y séptima década de este siglo con el fin de oponerse a las instituciones y, en general, al pensamiento racional propio de Occidente: el que en Chicago un grupo de hippies se manifestara para proponer a un cerdo como candidato a la presidencia de Estados Unidos nos habla muy bien del espíritu de aquellos años. Otro ejemplo análogo sería la discusión llevada a cabo por dos internos de un pabellón siquiátrico para saber quién de ellos estaba más loco. Uno afirmaba que no había nadie adentro más perturbado que él y como prueba reconocía haber votado por Eisenhower para presidente de Estados Unidos. Su oponente respondió que su locura no era nada comparada con la suya, puesto que él había votado por Eisenhower en ¡dos ocasiones!, finalmente la discusión quedó saldada una vez que el primero confesó estr tan encabronadamente loco que volvería a votar por Eisenhower una vez más, acto que todos en el pabellón aceptaron como el más estúpido y menos cuerdo que sería capaz de hacer un hombre. La discusión tiene lugar en el libro de Ken Kesey, Alguien voló sobre el nido del cucú.
Estos ejemplos nos muestran (hay muchos más) que la Contracultura estuvo ligada a los movimientos políticos que se opusieron al capitalismo, además que estableció relaciones estrechas con el arte y buscó en el Oriente una inspiración para resistirse a la hegemonía de la marcha del progreso. Esta idea de contracultura proviene de una referencia histórica que supone a los escritores beat (Burroughs y sus amigos) como los ejemplos más publicitados de una literatura contracultural. No obstante, en estos días a pocos les interesa la historia y muchos escritores y artistas utilizan indistintamente las palabras subterránea o alternativa para referirse a una contracultura. En muchos casos poco tiene que ver lo subterráneo con la idea de oposición política o la crítica a las instituciones: yo he tenido en mis manos pubicaciones subterráneas de corte fascista, o fanzines que responden sólo al estímulo de las obsesiones personales.
Es imposible hacer un recuento de los escritores que han pertenecido o forman parte hoy en día de la cultura subterránea: igual que un granjero no sabe con exactitud cuántos y de qué tamaño son los topos que se comen sus hortalizas. Lo que sí es posible hacer es sugerir algunos rasgos naturales del supuesto escritor de la contracultura, de entrada, se trata de un escritor incómodo porque trata en sus obras temas tabú, o porque es un escandaloso o porque sus libros rompen las reglas del juego limpio. La última salida a Brooklyn es la novela de un autor incómodo para la estricta moral de la Inglaterra de mediados del siglo veinte: Hubert Selby Jr. La obra fue juzgada públicamente por un tribunal londinense debido a que, según los acusadores, tendía a depravar y corromper a los lectores. En lo personal recuerdo muy bien el pasaje de la novela en la que una mujer embarazada irrumpe en la fiesta privada de un grupo de travestidos para dar a luz, o la crucifixión de un líder sindical acusado de violar a un adolescente (De Selby Jr. hay un libro más o menos reciente: The song of the silent snow).
miércoles, 23 de abril de 2008
En la Ruta de la Onda

Aprovecho el Día mundial del libro y el derecho de autor, para retomar este espacio que tanto me gusta, y al mismo tiempo compartir un texto que es clave para enterarse de cómo pasaron las cosas en torno al nacimiento del rock tanto en Estados Unidos como en México: un ensayo histórico y filosófico desde el mismísimo interior del movimiento, donde Parménides García Saldaña nos lo cuenta todo con la naturalidad, el sentido crítico y la crema que nunca le faltan.
Del "incidente" de Altamont a Jack Kerouac, los beatniks y el jazz, James Dean, Elvis Presley y el papel del negro en la música gabacha, Bob Dylan, el folk, la onda yippie, el lenguaje de la onda, la marihuana, "el ñero", la falocracia y las pandillas, Tin Tán, el swing, "el junior", la clase media, Chuck Berry, la beatlemanía y la desacralización de los Rolling Stones...
Este es un libro que todos los rockers deben conocer y difundir. Acompáñenlo con cerveza fría, un porro y por supuesto ¡mucho rocanrol!
En el lenguaje de la onda está el síntoma del adolescente clase media por vivir la aventura. Ir hacia ese modo distinto de hablar –penetrando en los barrios bajos- es viajar hasta la fuente de la libertad que se cree localizable en los impulsos, en el instante. En ese instante donde no interviene la conducta condicionada, predeterminada por la educación y las convenciones, sino que sólo requiere la participación del individuo en el momento: la vida hay que vivirla. En el otro lado de la conciencia.
EN LA RUTA DE LA ONDA
Parménides García Saldaña
Ed. Diógenes
1972
miércoles, 9 de enero de 2008
Corrientes de lo alterno, vol.1

Además de abordar la historia de los géneros y dar buenas referencias de discos quehayqueescuchar, este libro trae una amplia colección de anécdotas del rock, e información sobre ciertos temas que están estrechamente relacionados con él, como el sadomasoquismo, el cyberpunk o el (des)uso del vinil.
Este tema llamó mi atención porque soy fan de los acetatos, tengo algunos que atesoro y por supuesto que escucho (también me hice ya de algunas agujas porque quien sabe hasta cuando siga siendo posible encontrarlas). Los textos en torno a este friki pero rockerísimo vicio que es el vinil son muy buenos y aquí se los dejo todos por si tienen ganas de leerlos:
- El acetato, últimos estertores (David Cortés)
- ¡Ay, mis discos! (Hugo García Michel)
- Los negritos, o cuando el monoaural cumplía funciones monoptéricas (Héctor León Diez)
- Los últimos románticos del vinil (José Xavier Návar)
- Un anacronismo delicioso (Xavier Quirarte)
- Aquellos ojos negros (Carlos Rubio Rosell)
- El long play, una forma de arte perdida para siempre (Jorge R. Soto)
- Confesiones de un traidor (Xavier Velasco)
- Un aura que devuelve la mirada (Sergio Monsalvo C.)
- Semblanza a 33 R.P.M. (Sergio Monsalvo C.)
* * *
EL ACETATO, ÚLTIMOS ESTERTORES
David Cortés
Hace unos meses, el colectivo de músicos y, al mismo tiempo, sello independiente Quiet Artworks puso en circulación Akasa/Für Cleo y No Is E Monocle, dos álbumes en los cuales lo sorprendente es la cantidad de ideas puestas en juego y el formato que las contiene. Sin proclamar la nostalgia, la naciente compañía ha lanzado este par de discos en un material digno de anticuarios: el vinil.
Un acto osado al final del milenio. ¿Quién, en los tiempos modernos se atreve a grabar en vinil? La conversión de la industria fue veloz, convirtió al acetato en un objeto prehistórico, pero cada vez que un nuevo compacto aparece y deja de lado a un vinil en el camino, quien esto escribe recuerda las ocasiones en las cuales solía hacerse de sus primeros discos.
La convivencia con un trozo de acetato que guarda música en cada uno de sus surcos ha sido una de las más gratas. Esas piezas, para algunos un trozo sin significado ni valor alguno –emocional o económico-, son los objetos de una relación fructífera. Fieles, los discos esperaban su turno para ser tocados, sabedores de que no importaba el tiempo en el cual permanecían silenciosos, tarde o temprano se regresaba a ellos para extraer sus secretos.
La emoción empezaba con la selección. Ir a la tienda mejor surtida –en ese entonces ninguna superaba a Hit 70- y hurgar entre las interminables cajas. Tal vez uno tuviera en mente un disco en particular, pero siempre sucedía algo curioso. Uno se detenía para ver las portadas y las examinaba con sumo cuidado, incluso aquellas cuya música no era del interés personal. El arte gráfico de entonces era más gratificante, sin duda alguna, y cuando uno emergía de la tienda con un par de discos la rabia era incontenible. Adentro quedaba un universo entero por descubrir, y el par de acetatos bajo el brazo únicamente mitigarían el hambre momentáneamente.
Comenzaba entonces una suerte de ritual. Subir al metro o al camión, esperar que alguien desocupara el asiento y entonces abismarse en la contemplación de las portadas; leer, cuando los brincoteos del automotor lo permitían, la información de la compra, reconocer nombres, extrañarse ante aquellos desconocidos e, incapaz de contener el ansia, abrir el celofán para revisar el interior. Las letras, generalmente impresas en la funda interior, eran la lectura obligada en el trayecto a casa.
No hay nada más hermoso que la límpida superficie de un acetato recién abierto. Su característico olor penetraba el olfato y al descender la aguja sobre el surco, sin producir ruido alguno, se tendía un manto en el que era imposible no dejarse llevar. Todas las devociones de mi melomanía nacieron de este contubernio: Bowie, Stones, Eagles, el rock progresivo, Gabriel. Ellos se encargaron de marcarme muy temprano y extendieron la capacidad de mis sentidos no sólo con su música; también eligieron la imagen de las portadas como sus ayudantes en esa iniciación. No había goce más excitante que toparse con una portada de funda doble y seguir a través de ella una historia delirante (Gong o Genesis, por ejemplo).
Hoy el acetato es un objeto en desuso, el patito feo de una industria, incluso el cassette lo ha logrado vencer; pero los compactos, tal vez por su excesiva pulcritud y por aceptar un manejo tosco, no merecen el mismo respeto de sus antecesores. De alguna manera los CDs han degradado el amor por la música. Han elevado su fidelidad, alargado el contenido y eliminado el molesto scratch, pero también esa relación de extremos cuidados se ha roto.
Por eso, ahora que la compañía Quiet Artworks ha editado este par de acetatos no deja de sorprenderme. Han optado por la contracorriente, a la espera de que su ejemplo se mantenga como una muestra de la devoción a un arte por el arte mismo, y no como un ente mercantil con la posibilidad de acceder a un mercado masivo, pero desgraciadamente los tiempos son poco favorables y hoy el acetato, ése que tantas alegrías y decepciones procurara en el pasado, termina por dar sus últimos estertores de vida.
Ed. Ponciano Arriaga
San Luis Potosí, 1998
jueves, 8 de noviembre de 2007
El libro en el ocaso del humanismo

¿por qué la gente está cada vez menos interesada en leer?
A ver qué les parece este fragmento:
Tenemos casi un siglo asombrándonos frente al espejo. ¿Qué caso tiene dedicarle una página más a la sociedad de masas? Una multitud va a la plaza para protestar por el aumento en los precios de servicios o para exigir la renuncia de un funcionario. Pero la masa en realidad no está en la plaza, es el ojo que mira extasiado a esa curiosa multitud que reclama airada delante de las cámaras de televisión. Después del mitin, los participantes vuelven a sus casas, encienden la televisión, ven sus rostros en el noticiario nocturno, se reconocen, están allí, son protagonistas. Por unos momentos han experimentado la efímera sensación de ser entes históricos que expresan sus convicciones en la plaza pública. Hace unos años, cuando vivía en el centro de la ciudad de México tuve la oportunidad de ser testigo de una escena que aún no he podido olvidar:
Uno de los pisos más altos de una torre de veinte pisos comienza a incendiarse. Las llamas hacen estallar los cristales. Los empleados corren despavoridos escaleras abajo tratando de salvar su vida. No han pasado más de cinco minutos cuando dos helicópteros de las cadenas más importantes de noticias sobrevuelan el edificio. En diez minutos, cientos de periodistas en tierra y aire están produciendo información sobre el accidente. Los últimos en llegar son los bomberos quienes, además, dan muestras de poseer una tecnología precaria, incapaz de competir con el sofisticado equipo de los periodistas. Sus escaleras no son lo suficientemente largas y sus mangueras tienen cientos de pequeños orificios por donde escapa el agua. El gentío, que desde una prudente distancia observa el siniestro, sonríe divertido. Además el buen humor de los espectadores se puede deducir de este episodio que la sociedad invierte más dinero en la comunicación que en su modesto cuerpo de bomberos: el negocio de la exhibición de la realidad no su transformación.
Jean Baudrillard, quien ha escrito varios libros acerca de la sociedad contemporánea, sostiene que no estamos instalados en el drama de la alienación sino en el éxtasis de la comunicación. Una sociedad carente de ilusiones revolucionarias, ansiosa de noticias que ocupen los cuartos vacíos de su memoria. El joven impetuoso y pedante, Simon Tanner, personaje voz de una novela de Robert Walser exclama: “No quiero un futuro, lo que quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo se tiene un futuro cuando no se tiene un presente.” Así parece expresarse la masa, hundida en el éxtasis de las telecomunicaciones: queremos tener noticias sólo de nuestro presente para de esa manera ser futuro sepultando el pasado.
Nuestros vecinos, las personas con quienes tenemos relación en la plaza pública, en el ciberespacio, carecen en general de opiniones razonadas, están saturados de habladurías, son consumidores de slogans, y no es necesario acudir una vez más a Nietzsche o a tantos escritores y filósofos quejumbrosos para probar que los hombres actuales se sienten más cómodos evitando reflexionar o pensar por sí mismos. ¿Pero acaso se quiere un mundo donde todos sean filósofos? En absoluto, nada más pretencioso además de imposible, sólo que quien renuncia a la lectura no se acostumbra a pensar –quiero decir a ser crítico, a establecer diferencias, a reflexionar e intentar comprender la complejidad de lo real– porque no rebasa los límites de ser pura presencia. Deja morir las palabras en la dulce inmovilidad de la superficie.
El hombre contemporáneo prefiere ver, es mirón, desea ser antes que nada espectador, pero su voz interior se empobrece porque no tiene manera de abrirle paso con una gramática: el paso de lo sensible a lo inteligible se pierde para siempre. Una hipótesis distinta es que el hombre lúdico se ha liberado por fin de la gramática, eligiendo la aventura del caos sobre el lógico ejercicio de cualquier ciencia del lenguaje, y renunciando a poner en juego sentimientos intransferibles, imposibles de ser representados. Ojalá esto fuera posible, pero ninguna sociedad contemporánea puede ya elegir ese camino porque el tren corre a una velocidad que no nos permite descender a riesgo de morir en la caída: el tren corre hacia un final predecible y ridículo. El juego, el arte, lo bello, la actividad impráctica como recursos individuales para estar en el mundo suponen riesgos que una sociedad globalizada obsesionada por elevar los niveles de producción no puede permitirse. La hipótesis del triunfo del hombre lúdico hace agua por todos lados.
el libro en el ocaso del humanismo.
Fadanelli, Guillermo.
Ed. Almadia, 2006.
miércoles, 22 de agosto de 2007
La máquina de follar

Este es uno de mis libros favoritos de Bukowski. Su estilo, preciso y simple, se encuentra en cada uno de los relatos, que como casi siempre resultan ser aventuras medio ficticias y medio reales que te llevan del mundo de las revistas y editoriales under de los 60's, a los pabellones de una beneficencia para pobres o a la sala de su casa con un sofa y un radio que toca a Mahler; vagabundos, borrachos, prostitutas, escritores en ciernes y hasta una robot en el sótano de una cantina -la mismísima máquina de follar- son algunos de sus personajes.

Tambien hay sorpresas: Animales hasta en la sopa es un cuento delirante y muy distinto a lo que normalmente está acostumbrado un lector de Buk. A pesar de que él vivía en California durante la explosión del flower power, hay muy pocas referencias a los hippies o incluso los beatniks en su obra, pero aquí se puede encontrar un texto donde expone de forma contundente y exquisita su opinión acerca del LSD y la prohibición:
¿nunca habéis pensado que el LSD y la televisión en color llegaron para nuestro consumo más o menos al mismo tiempo? nos llega toda esta pulsación explorativa de color y ¿qué hacemos? prohibimos una cosa y jodemos la otra. la televisión, desde luego, es inútil en las manos actuales; creo que no hay mucho que discutir al repecto. y leí que en un registro reciente se declaraba que un agente había recibido una rociada de ácido en la cara, arrojada por un supuesto fabricante de droga. alucinógena. esto es también un derroche. hay ciertas razones esenciales para prohibir el LSD, el DMT, el STP. puede hacer que un hombre pierda permanentemente el juicio. claro que lo mismo podría aplicarse a la recolección de remolacha, o al trabajo en cadena apretando tornillos en una fábrica de coches o a lavar platos o a enseñar primer curso de inglés en una de las universidades locales. si prohibiésemos todo lo que vuelve locos a los hombres, toda la estructura social se derrumbaría: el matrimonio, la guerra, las líneas de autobuses, los mataderos, la apicultura, la cirugía, todo lo que se te ocurra. cualquier cosa puede volver loco a un hombre, porque la sociedad se asienta en bases falsas. hasta que no lo derribemos todo y lo reconstruyamos, los manicomios seguirán descuidados. y los recortes que hace nuestro buen gobierno a los presupuestos de los manicomios los tomo como una sugerencia implícita de que a los enloquecidos por la sociedad no debe mantenerlos y curarlos esa sociedad misma, en este período de inflación y locura fiscal generalizadas. ese dinero sería mejor para hacer carreteras, o para rociarlo con mucha medida sobre los negros, y que no quemen y arrasen nuestras ciudades. y tengo una idea espléndida: ¿por qué no asesinar a los locos? piensa en el dinero que nos ahorraríamos. incluso un loco come demasiado y necesita un sitio para dormir, y los cabrones son tan repugnantes... chillan y embadurnan de mierda las paredes, y demás. bastaría con un pequeño cuadro médico que tome las decisiones y un par de enfermeras o enfermeros que tengan buena pinta y que mantengan a un nivel satisfactorio las actividades sexuales extralaborales de los psiquiatras.
en fin, volvamos, más o menos, al LSD. lo mismo que es cierto que cuanto menos recibes más arriesgas (pensemos en la recolección de remolacha) también es cierto que cuanto más recibes más arriesgas. cualquier complejidad exploratoria, pintar, escribir poesía, asaltar bancos, ser dictador, etc., te lleva a ese punto en que peligro y milagro son casi como hermanos siameses. raras veces conectas, pero mientras estás en movimiento, la vida es sumamente interesante. es bastante agradable acostarse con la mujer de otro, pero tú sabes que algún día te van a coger con el culo al aire. esto únicamente hace más placentero el acto. nuestros pecados se manufacturan en el cielo para crear nuestro propio infierno, cosa que evidentemente necesitamos. sé lo bastante bueno en cualquier cosa y te crearás tus propios enemigos. los campeones reciben abucheos. la multitud está deseando verles hundidos para arrastrarles a su propio cuenco de mierda. son pocos los idiotas que resultan asesinados; un ganador puede ser liquidado, con un rifle comprado por correo (eso dice la historia) o con su propio rifle en una ciudad pequeña como Ketchum. o como Adolfo y su puta cuando Berlín se desternilla en la última página de su historia.
el LSD puede machacarte también porque no es terreno adecuado para empleados leales. concedido, el mal ácido, como las malas putas, te puede liquidar. la ginebra casera, el licor de contrabando, también tuvo su día. la ley crea su propia enfermedad en mercados negros ponzoñosos. pero, en el fondo, la mayoría de los malos viajes se deben a que el individuo ha sido moldeado y envenenado previamente por la sociedad misma. si un hombre está preocupado por el alquiler, los plazos del coche, los horarios, una educación universitaria para su hijo, una cena de doce dólares para su novia, la opinión del vecino, levantarse por la bandera o qué va a pasarle a Brenda Starr, una píldora de LSD probablemente le vuelva loco, porque, en cierto modo ya lo está y sólo soporta las mareas sociales por las rejas externas y los sordos martillos que le hacen insensible a cualquier pensamiento individualista. un viaje exige un hombre que aún no esté enjaulado, un hombre aún no jodido por el gran Miedo que hace funcionar toda la sociedad. por desgracia, la mayoría de los hombres sobrestiman su mérito y su dignidad como individuos esenciales y libres, y el error de la generación hippie es no confiar en nadie de más de 30. 30 no significa nada. la mayoría de los seres humanos quedan capturados y moldeados, por completo, a la edad de siete u ocho años. muchos de los jóvenes PARECEN libres pero esto no es más que una cuestión química del organismo y la energía y no algo real del espíritu. he encontrado hombres libres en los sitios más extraños y de TODAS las edades. (conserjes, ladrones de coches, lavacoches, y también algunas mujeres libres, la mayoría enfermeras o camareras, y de TODAS las edades). el alma libre es rara, pero la identificas cuando la ves: básicamente porque te sientes a gusto, muy a gusto, cuando estás con ellas o cerca de ellas.
un viaje de LSD te muestra cosas que no abarcan las reglas. te muestra cosas que no vienen en los libros de texto, y cosas por las que no puedes reclamar a los concejales del ayuntamiento. la yerba sólo hace más soportable la sociedad presente. el LSD es otra sociedad en sí mismo. si tienes tendencia social, puede que etiquetes el LSD como «droga alucinógena», lo cual es fácil medio de eliminar y olvidar el asunto. pero lo de alucinación, la definición de ella, depende del polo desde el que operes. todo lo que te está sucediendo en el momento en que lo está, constituye la realidad misma: ya sea una película, un sueño, una relación sexual, un asesinato, que te maten a ti o el tomarse un helado. las mentiras se imponen más tarde; lo que pasa, pasa. alucinación es sólo una palabra del diccionario y un zanco social.
cuando un hombre está muriendo, para él es muy real. para los demás, no es más que mala suerte o algo que hay que esquivar. la funeraria se cuida de todo. cuando el mundo empiece a admitir que TODAS las partes ajustan en el todo, entonces empezaremos a tener una oportunidad. todo lo que ve un hombre es real. no lo puso allí una fuerza externa, estaba allí antes de que naciera él. no le acuséis de que lo vea ahora, no le reprochéis volverse loco porque la educación y las fuerzas espirituales de la sociedad no fueron lo bastante sabias para decirle que la exploración nunca termina. no le digáis que debemos ser todos mierdecitas encajonadas en nuestro abecé y nada más. no es el LSD la causa del mal viaje: fue tu madre, tu presidente, la chiquita de la puerta de al lado, el heladero de las manos sucias, un curso de, álgebra o de español obligatorios, fue el hedor de una cagada de 1926, fue un hombre de nariz demasiado larga cuando te dijeron que las narices largas eran feas; fue un laxante, fue la brigada Abraham Lincoln, fueron los caramelos y las galletas, fue la cara de F. Delano Roosevelt, fueron las gotas de limón, fue el trabajar diez años en una fábrica y que te echaran por llegar un día cinco minutos tarde, fue aquel viejo idiota que te enseñó historia en sexto curso, fue aquel perro tuyo atropellado y el que nadie supiera trazarte el mapa luego, fue una lista de treinta páginas de largo y seis kilómetros de anchura.
¿un mal viaje? todo este país, todo este mundo, es un mal viaje, amigo. pero te meterán en la cárcel por tomarte una píldora.
yo aún sigo con cerveza porque, en realidad, tengo ya cuarenta y siete años y ando muy enganchado. sería tonto del todo si me creyera libre de todas sus redes. creo que Jeffers lo expresó muy bien cuando dijo, más o menos, cuidado con las trampas, amigo, hay muchísimas, dicen que hasta Dios quedó atrapado en una cuando bajó a la tierra. por supuesto, ahora algunos no estamos tan seguros de que fuese dios, pero fuese quien fuese tenía trucos muy buenos, pero da la sensación de que habló demasiado. cualquiera puede hablar demasiado. hasta Leary. o yo.
ahora es un sábado frío. se hunde el sol. ¿qué hacer en el ocaso? si yo fuese Liza, me peinaría el pelo, pero no soy Liza. en fin, cojí este National Geograpbic viejo y las páginas brillan como si algo realmente estuviese pasando. no es así, por supuesto. a mi alrededor, en este edificio, hay borrachos. toda una colmena de borrachos de principio a fin. pasan las mujeres caminando ante mi ventana. emito, silbo, una palabra más bien cansada y suave como «mierda» y, luego, arranco esta cuartilla de la máquina.
es vuestra.
Ed. Anagrama

Si deseas leer el libro completo, lo puedes bajar aquí. Que lo disfrutes!

viernes, 11 de mayo de 2007
crimen

La justicia no puede obtenerse bajo ninguna Ley; la acción de acuerdo a la naturaleza espontánea, la acción que es justa, no puede ser definida por el dogma. Los crímenes por los que se aboga en estos pasquines no pueden ser cometidos contra uno mismo o contra otros sino sólo contra la mordaz cristalización de las ideas en la estructura de venenosos Tronos y Dominaciones.
Es decir, no crímenes contra la naturaleza o la humanidad sino crímenes legalmente acreditados. Tarde o temprano el descubrimiento y la revelación del yo/naturaleza transforman a una persona en un malhechor -como salir a otro mundo y después volver a éste para descubrir que has sido declarado un traidor, un hereje, un proscrito-.
La Ley espera a que des un traspiés en algún modo del ser, que te conviertas en un alma diferente a la habitual carne muerta aprobada y sellada en púrpura por las autoridades sanitarias; y tan pronto como empiezas a actuar en armonía con la naturaleza la Ley te da el garrote y estrangula; así que no jueges al bendito mártir liberal de clase media; acepta el hecho de que eres un criminal y prepárate para actuar como tal.
Paradoja: abrazar a CAOS no significa deslizarse hacia la entropía sino emerger hacia una energía como estrellas, hacia un patrón de gracia instantánea; hacia un orden orgánico espontáneo completamente diferente a las pirámides de carroña de sultanes, muftíes, cadíes y verdugos sonrientes.
Después de CAOS viene Eros -el principio de orden implícito en la nada del Uno incualificado-. El amor es estructura, sistema, es el único código no narcotizado ni manchado por la esclavitud. Hemos de convertirnos en ladrones y timadores para proteger su belleza espiritual en una faceta de clandestinidad, en un jardín oculto de espionaje.
No sobrevivas meramente a la espera de que la revolución de otros te decida a tomar partido, no te alistes a los ejércitos de la anorexia o la bulimia; actúa como si ya fueras libre, calcula los riesgos, sal fuera, recuerda la Ley de Duelo -fuma grifa/come pollo/bebe te-. Cada hombre su propia viña e higuera (Circle Seven Koran, Noble Drew Alí); lleva tu pasaporte moro con orgullo, guarda tus espaldas, que no te cojan en el fuego cruzado; pero asume el riesgo, baila antes de calcificarte.
El modelo social natural del anarquismo ontológico es la pandilla de niños o la banda de atracadores. El dinero es un camelo - esta aventura ha de ser posible sin él - el botín y el pillaje habría que gastarlos antes de que vuelvan al polvo. Hoy es el Día de la Resurrección -el dinero empleado en belleza será transmutado alquímicamente en elixir-. Como mi tío Melvin solía decir, el melón robado sabe más dulce.
El mundo ya ha sido rehecho de acuerdo a los deseos del corazón; pero la civilización es la dueña de todos los contratos y de la mayoría de las pistolas. Nuestros ángeles feraces exigen la trasgresión, porque sólo se manifiestan en suelo prohibido. Bandolero. El yoga del sigilo, el golpe relámpago, el disfrute del tesoro.
De CAOS, los pasquines del anarquismo ontológico.
1985.
martes, 12 de septiembre de 2006
Sobre los amigos

Me acuerdo: estaba de espaldas, sudando, deshecho. Gemía despacio, con sacudidas bruscas que me exasperaban por un exceso de piedad, una piedad que acababa en cólera al verlo tan vencido, tan sordamente entregado.
Le lavé la cara con algodón y alcohol, lo enderecé, refrescándole las muñecas y los dedos, dándole masaje en los brazos. Ahora gemía menos, me miraba con cariño, un poco avergonzado, el pelo cayéndole por la frente. Lo peiné, lo hice instalarse cómodamente entre las almohadas. Olía a sudor y a ácido, a un comienzo de suciedad, como cera rancia. Cuando le traía café con leche y empezaba a dárselo a cucharaditas, la sangre le saltó por la nariz, un chorro incontenible. Tuve que echarle la cabeza hacia atrás, taponarlo con algodón; y los dolores volvían, y estaba como exasperado y espantado.
Después, aprovechando que tuve que irme dos días de Buenos Aires, entró en lo peor de su enfermedad y tuve el tiempo justo de verlo morirse una noche de salvaje luna blanca sobre el patio.
Me recuento esto porque cada día tengo más asco de nuestras amistades condicionadas. No creo que muchas resistieran una semana de convivencia física, de llevar trapos mojados, de enjugar vómitos.
Alguien me dice: “Me resultan inaceptables las amistades intelectuales”. Sé muy bien lo que busca expresar. Quiere amigos, no colegas. Pero aún así, qué distancia a la amistad. En Buenos Aires yo no podría (porque sé que no debo) llegar de sopetón a la casa de mi mejor amigo; hay que telefonear primero, ceremoniosamente. Además no se debe buscar dos días seguidos al mismo amigo –por eso tenemos tres o cuatro y los turnamos, y nos turnamos-; probablemente la segunda visita sería aburrida. Cambiando apenas un dicho italiano: L’amico e come il pesce: dopo tre giorni, puzza.
La segunda visita es aburrida porque la primera sirvió y sobró para la ejecución de la función amistosa: viz, para intercambiar todas las informaciones y pareceres canjeables, agotar juntos un espectáculo o una música, y gozar del cariño viéndose. Como baterías descargadas, hay que esperar cuatro o cinco días a que la tensión retorne. “¡Pero qué ganas de verte!” Aquí llamamos discreción al montaje habilidoso de la indiferencia. Me asombra advertir que mi mejor amigo me quiere en el fondo sin saber por qué; por lo irracional del cariño, y por los fragmentos personales que le confío. Lo peor es que evitamos con elegancia, deportivamente y con una gran belleza, esas postraciones de piel viva que cabe englobar en la atroz palabra confidencias. Pensar que ciertas cosas capitales en la vida de mi mejor amigo, las sé por terceros. Y aquí se roza el terreno de la especialización: no es raro que a otro (nada íntimo, por lo regular) le contemos sin temor lo que al amigo se calla. Hay un estante para sombreros y otro para calzoncillos.
No creo en los que tutean a los diez minutos y se tupac-amarutean una mujer a las dos horas. No creo en las confidencias, en la sexualidad verbal entre copas. Tuve pruebas de que vale menos que nuestra hidalga técnica del compartimento estanco.
Sólo duele verificar, en plena compañía, tanta isla insalvable.
Julio Cortázar,
De Diario de Andrés Fava, 1950/1995.
lunes, 4 de septiembre de 2006
Sobre el teatro terapéutico

Si alguien deseaba expresar los residuos psíquicos, serpientes de sombra, que lo roían por dentro, le comunicaba la siguiente teoría: “El teatro es una fuerza mágica, una experiencia personal e intransmisible. Pertenece a todo el mundo. Basta con que te decidas a actuar en otra forma que la cotidiana para que esa fuerza transforme tu vida. Ya es hora de que rompas con los reflejos condicionados, los círculos hipnóticos, las autoconcepciones erróneas. La literatura le concede un gran lugar al tema del “doble”, alguien idéntico a ti que poco a poco te expulsa de tu propia vida, se apropia de tu territorio, de tus amistades, de tu familia, de tu trabajo, hasta transformarte en un paria e incluso tratar de asesinarte… Te debo decir que en realidad eres el “doble” y no el original. La identidad que crees la tuya, tu ego, no es más que una copia pálida, una aproximación de tu ser esencial. Te identificas con ese doble tan irrisorio como ilusorio y de pronto aparece el auténtico. El amo del lugar vuelve a tomar el sitio que le corresponde. En ese momento tu Yo limitado se siente perseguido, en peligro de muerte, lo que es cierto. Porque el ser auténtico terminará por disolver al doble. Nada te pertenece. Tu única posibilidad de ser es que aparezca el otro, tu naturaleza profunda, y te elimine. Se trata de un sacrificio sagrado en el cual deberás entregarte por entero al amo, sin angustia… Puesto que vives preso en tus ideas locas, sentimientos confusos, deseos artificiales, necesidades inútiles, ¿por qué no adoptas puntos de vista totalmente distintos? Por ejemplo, mañana serás un inmortal. Como un inmortal te levantarás y te cepillarás los dientes, como inmortal te vestirás y pensarás, como un inmortal recorrerás la ciudad… Durante una semana, veinticuatro horas al día, y para ningún cómplice espectador salvo tú mismo, serás el hombre que nunca morirá, actuando cual otra persona con tus amigos y conocidos, sin darles ninguna explicación. Lograrás ser un autor-actor-espectador, presentándote no en un teatro sino en la vida”.
Aunque dedicara la mayor parte de mi tiempo al cine, creando filmes como Fando y Lis, El Topo, La montaña sagrada o Santa sangre, actividad que me otorgó experiencias que necesitarían un libro entero para narrarlas, seguí desarrollando el arte del teatro-consejo. Establecía una serie de actos para realizar en un tiempo dado: cinco horas, doce horas, veinticuatro… Un programa elaborado en función del problema que acarreaba el consultante, destinado a romper el personaje con el que se había identificado para ayudarlo a restablecer los lazos con su naturaleza profunda. “Aquel que se deprime o alucina o fracasa, no eres tú.” A un ateo le hice adoptar durante una semana la personalidad de un santo. A una mujer, que sufría por odiar a sus hijos, le asigné el deber por contrato escrito y firmado con una gota de su sangre, de imitar durante cien años el amor materno. A un juez, preocupado del poder que tenía de castigar en nombre de una ley y una moral que le ofrecían dudas, le di la tarea de disfrazarse de vagabundo para ir a mendigar frente a la terraza de un restaurante, y de sus bolsillos debía extraer puñados de ojos de muñeca. A un hombre enfermizamente celoso, de dudosa virilidad, le hice llegar a una reunión familiar vestido de señora.
De este modo creaba sobre el personaje una persona destinada a visitar la vida cotidiana y mejorarla. En esa etapa mi búsqueda teatral fue adquiriendo una dimensión terapéutica. De autor y director, me transformé en consejero, dando instrucciones a las personas para que se liberaran del personaje y se comportaran como seres auténticos en la comedia de la existencia. La vía que les ofrecía era la de la imitación. El joven inexperto, que creyendo imitar a un santo civil se había aprovechado sexualmente de una pobre muchacha, ya estaba superado. Ahora el proceso se fundaba en un deseo real de cambiar. Si un buen católico practicaba la imitación de Cristo, ¿por qué un ateo harto de su incredulidad no comenzaría a imitar a un sacerdote? ¿Acaso un débil, sintiéndose impotente, con los testículos pintados de rojo, no podía imitar la fuerza viril? ¿Acaso una mujer, a quien la familia educó como un hombrecillo, para vencer su esterilidad no podía meterse una almohadilla bajo el vestido imitando que estaba encinta? Yo mismo, imitando aquello que más me faltaba, la fe, me di cuanta de lo lejos que estaba de creer en Dios, en el ser humano, en lo que fuera. Dudé del arte. ¿Para qué sirve? Si es para entretener a gente que teme despertarse, no me interesa. Si es un medio de triunfar económicamente, no me interesa. Si es una actividad adoptada por mi ego para ensalzarse, no me interesa. Si debo ser el bufón de aquellos que tienen el poder, que envenenan al planeta y que hambrean a millones, no me interesa. ¿Cuál es entonces la finalidad del arte? Después de una crisis tan profunda que me hizo pensar en el suicidio, llegué a la conclusión de que la finalidad del arte era sanar. “Si el arte no sana, no es arte”, me dije y decidí unir en mis actividades el arte y la terapia. No quiero que se me entienda mal. La terapia que yo conocía era realizada por espíritus científicos, que se enfrentaban al caótico inconsciente y trataban de darle un orden; extraían de los sueños un mensaje racional… Yo no llegaba de la ciencia a la terapia, sino del arte. Mi meta, por el contrario, era enseñarle a la razón a hablar el lenguaje de los sueños. No me interesaba el arte que se hacía terapia sino la terapia convertida en arte.
Alejandro Jodorowsky,
De La danza de la realidad, 2001.