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miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mozart con gafas de espejo


Mirrorshades es una antología de cuentos
ciberpunks a cargo de Bruce Sterling y publicada por primera vez en 1984.

De este libro ya antes subimos un fragmento, y en esta ocasión les dejo Mozart con gafas de espejo, del propio Sterling y Lewis Shiner: una delirante y divertidísima fantasía sobre los viajes en el tiempo y los mundos paralelos, con apariciones especiales de Thomas Jefferson, Maria Antonieta y Genghis Khan!!

Que se diviertan, amigos!


* * *

Mozart salió a escena. De su guitarra brotaron arpegios en forma de minueto que sonaban sobre las secuencias de motivos corales. Las pilas de amplificadores retumbaron con ráfagas de sintetizadores, sacadas de una cinta de los cuarenta principales de K-Tel. La enfervorizada audiencia arrojó sobre Mozart confeti arrancado del papel artesanal del club.

Luego, Mozart se fumó un porro de hachís turco y le preguntó a Rice sobre su futuro.

-¿El mío, quieres decir? –dijo Rice-. No te lo creerías. Seis mil millones de personas y nadie tiene que trabajar si no quiere. Quinientos canales de televisión en cada casa. Coches, helicópteros y ropas que te sacarían los ojos de las órbitas. Mogollón de sexo fácil. ¿Te gusta la música? Puedes tener tu propio estudio de grabación que te pone a tope en escena, como con tu jodido clavicordio.

-¿De verdad? Daría cualquier cosa por ver eso. No puedo entender por qué regresas.

Rice se encogió de hombros.

-Quizás lo deje dentro de unos quince años. Cuando vuelva, tendré lo mejor de lo mejor. Todo lo que quiera.

-¿Quince años?

-Sí. Tienes que entender cómo funciona el Portal. Ahora mismo es tan alto como tú, del tamaño justo para un cable telefónico y un oleoducto, y quizás para las ocasionales sacas de correo dirigidas a Tiempo Real. Hacerlo tan grande como para trasladar gente o equipo resultaría increíblemente caro. Tan caro que sólo lo hacen en dos ocasiones; al principio y al final del proyecto. Así que, sí, imagino que estamos atrapados aquí.

Rice tosió violentamente y se bebió su copa. Ese hachís del Imperio Otomano había soltado sus ataduras mentales. Ahí estaba, confiando en Mozart, haciendo que el chico quisiera emigrar, y no había ninguna jodida manera de que Rice pudiera conseguirle una carta verde. No con los millones que querían un viaje gratis al futuro, miles de millones si se contaban otros proyectos como el Imperio Romano o el Nuevo Reino de Egipto.

-Pero estoy realmente contento de estar aquí –dijo Rice-. Es como… como barajar las cartas de la historia. Nunca sabes qué saldrá en la siguiente –Rice le pasó el porro a una de las fans de Mozart, Antonia no-sé-qué. Es genial estar vivo. Mírate. Te va estupendamente, ¿no? –se inclinó sobre la mesa, hacia delante, poseído por una súbita sinceridad-. Quiero decir, todo está bien, ¿no? ¿No nos odiarás a todos nosotros por haber jodido este mundo o algo así?

-¿Bromeas? Estás mirando al héroe de Salzsburgo. De hecho, se supone que su señor Parker va a hacer una grabación de mi último número de esta noche. ¡Me conocerán pronto en toda Europa! –alguien le gritó a Mozart en alemán, desde el otro extremo del club. Mozart le miró y le saludó crípticamente-. Enróllate, tío –se volvió a Rice-. Ya ves que me va bien.

-Sutherland se preocupa por cosas como esas sinfonías que nunca vas a escribir.

-¡Tonterías! No quiero escribir sinfonías. ¡Puedo escucharlas cada vez que quiera! ¿Quién es Sutherland? ¿Es tu novia?

-No, a ella le gustan los locales. Danton, Robespierre, gente así. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien?

-Nadie en especial. No desde que era niño.

-¿Ah, sí?

-Bueno, cuando era niño vivía en la corte de María Teresa. Acostumbraba jugar con su hija Maria Antonia. Maria Antonieta se llama a sí misma ahora. La chica más bella de su época. Solíamos tocar duetos. Solíamos bromear acerca de nuestra boda, pero se fue a Francia con ese cerdo de Luis.

-Mierda –dijo Rice-. Esto es realmente sorprendente, ¿sabes?, ella es prácticamente una leyenda en el lugar de donde vengo. Le cortaron la cabeza durante la Revolución Francesa por organizar demasiadas fiestas.

-No, no lo hicieron…

-Eso fue en nuestra Revolución Francesa –dijo Rice-. La vuestra fue una bronca mucho menor.

-Debes ir a verla, si es que te interesa. Ciertamente, te debe un favor por haberle salvado la vida.

Antes de que Rice pudiera contestar, Parker llegó hasta su mesa, rodeado de ex damas casaderas, con minifaldas de spándex y sujetadores con las copas de lentejuelas.

-¡Hola, Rice! –gritó Parker, despreocupadamente anacrónico con su camiseta y sus vaqueros de cuero negro-. ¿De dónde has sacado ese par de palos de escoba sin caderas? ¡Ven, vámonos de juerga!

Rice miró a las chicas que se sentaban alrededor de la mesa y descorchaban botellas de champán de una caja. A pesar de lo pequeño, gordo y repulsivo que era Parker, ellas se acuchillarían sin pestañear por la oportunidad de dormir entre sus limpias sábanas para asaltar luego el botiquín de su baño.

-No, gracias –dijo Rice, sorteando los largos cables conectados al equipo de grabación de Parker.

La imagen de Maria Antonieta le había atrapado, y ya no se libraría de ella.

miércoles, 4 de octubre de 2006

Paraísos artificiales, s.a.


Tienes que sentir lo que era tener veinte
metros de largo y ser dueño del mundo.
STEVEN UTLEY


Deseó ser una célula.
Al instante era una membrana llena de protoplasma gelatinoso que viajaba por los conductos que irrigaban el ala cartilaginosa de un pteranodón.
Dinosaurios, qué vulgar, pensó, y se transformó en neurona.
Sintió el paso de un impulso eléctrico recorrer hasta la última ramificación de su nueva anatomía. Se abandonó al placer de la sinapsis.
Después de algunas horas –o días, o meses- se hartó de las experiencias citológicas. Contra su costumbre, se lanzó hacia delante en complejidad pero no demasiado, razonaba.
Una medusa fue la decisión lógica.
Nadaba tranquila en las tibias aguas de aquel océano de un solo ocupante. Pocas cosas gozaba tanto como fundirse en estructuras diferentes, en morfologías ajenas, y descubrir otros mecanismos de percepción, tan absolutamente distintos.
Al hartarse, se lanzó hacia la superficie, y tras atravesarla era un insecto alado semejante a una libélula. Revoloteó un poco entre galaxias y nebulosas, y decidió regresar a la Madrerred. Al instante estaba ahí, en ese caos infinito, sinfonía silenciosa de millones de voces, de presencias.
Aunque le aburría comunicarse con otros, entabló conversación con un hombre cuyo cuerpo era de brillante metal líquido. Descubrió que en realidad era mujer, así que comenzó a aletear hacia otro lado.
Encontró una ciudad de cristal poblada por insectos metálicos. Transformó su exoesqueleto de quitina en placas de cobalto y voló entre las torres transparentes. Abajo, por las calles, vio arrastrarse una cucaracha de hierro oxidado. Nunca había visto que alguien tomara un aspecto tan antipoético. Su curiosidad venció, y se lanzó hacia los suelos.
-Tienes una forma poco común, ¿No? –preguntó, volando a poca distancia del suelo.
-Toda esta frivolidad es deprimente. Me he aburrido –repuso la cucaracha, lúgubre.
-Aquí nadie se aburre –contestó, y elevó de nuevo el vuelo. Como siempre, encontraba aburridísima la Madrerred. No entendía que hubiera gente que pasara todo el tiempo ahí. Sobre todo existiendo el nuevo software que permitía al usuario generar a voluntad sus propios paraísos artificiales, sin depender de las realidades virtuales creadas por otros.
Ya nadie necesita comunicarse con nadie… alabados sean todos los dioses pensaba mientras se convertía en unicornio y alejaba de la Madrerred, retozando por un valle lleno de hongos multicolores.

Bernardo Fernández BEF,
De ¡¡BZZZZZZT, ciudad interfase. 1998.

domingo, 1 de octubre de 2006

Zona Libre


Miró alrededor del Semiconductor y deseó que el Retro Club hubiera abierto ya. Había una fuerte presencia de retros en el RC, incluso algunos rockabillies, y algunos de ellos hasta sabían cómo sonaba realmente el rockabilly. El Semiconductor era un local minimono.

La masa minimono llevaba el pelo largo, extendido sobre los hombros y estrechado hacia un punto en medio de la cabeza, y liso, completamente liso y tieso, por lo que desde atrás cada cabeza tenía la forma de un tipi negro, gris, rojo o blanco. Estos colores eran los únicos aceptables y siempre monocromos; colores planos y sin rayas. Sus ropas eran extensiones estilísticas de su corte de pelo. El minimono era una reacción contra el “brillo” y el caos de la guerra, y contra la economía y la amorfa volubilidad de la Parrilla. El estilo brillo estaba desapareciendo, muriendo.

Rickenharp siempre había sido remiso hacia los estilizados brillos, pero los prefería a los minimono. Después de todo, el brillo tenía energía.

El brillo había crecido como uno más de los provocativos estilos anti-control, populares en las últimas décadas del siglo XX. Se esperaba que un “brillo” llevara su pelo subido, tan alto como fuera posible, ya que de alguna forma esto expresaba, enfatizaba la individualidad y la originalidad de su portador. Cuantos más colores, mejor. No eras un “individuo” a menos que tuvieras un expresivo brillo. Formas de tuerca, ganchos, aureolas, arabescos multicolores. Se hicieron fortunas en las tiendas para moldear pelo estilo brillo, que desaparecieron cuando la moda brillo desapareció. Pero duró más que la mayoría de las modas. Tenían infinitas variedades y el atractivo de su energía para aguantar. Un montón de gente llegó a la conclusión de que era necesario inventar una expresión individual para un modelo político de brillo. Moldea tu pelo según el emblema del país favorito del tercer mundo que está siendo pisoteado (cuando todavía estaban pisoteados, antes del nuevo esquema de mercado). Los brillos eran tan problemáticos que mucha gente se acostumbró a tener postizos listos para ponérselos cuando salían. Y sus drogas también estaban diseñadas para encajar con esta moda. Neurotransmisores excitadores de todo tipo, antidepresivos, drogas que hacían a uno que pareciera resplandecer. Los brillos más ricos tenían cinturones nimbados, que creaban auras artificiales. Los brillos más ortodoxos consideraban que esto era de un narcisismo de mal gusto, lo cual resultaba una broma para los no-brillos, pues para éstos todos los brillos eran floridamente vanidosos.

Rickenharp nunca había teñido o moldeado su pelo excepto para animar su cresta punk.

Pero Rickenharp no era un punk. Se identificaba con el pre-punk de finales de los cincuenta, de mediados de los sesenta y de principios de los setenta. Rickenharp era un anacronismo. Simplemente era un rockero tradicional, tan fuera de lugar en el Semiconductor como lo habría estado un bebop en las discotecas de los ochenta.

John Shirley, Zona Libre (cuento, fragmento)
De Mirrorshades, una antología ciberpunk. 1986.
Edición y prólogo de Bruce Sterling.

martes, 1 de agosto de 2006

Radiotekhnika cantina

La peregrinación llegaba a su fin. La iguana tenía rato de muerta, era un cartón viejo, planchado sobre el asfalto del enorme estacionamiento. Se freía a fuego lento, al igual que la Caribe roja que entraba al lugar. Ya nadie construía SAM’S en medio del desierto, al menos no tan lejos de Hermosillo. Entre la reverberación, los tripulantes del vehículo distinguieron el esqueleto del supermercado mayorista: siempre había sido un falso oasis.
-Va-mos-a-va-ler-ma-dres –tarareaba ella mientras bajaba de la Caribe, bailando al ritmo de la música que emitía su discman sin baterías. Él la ignoró, mientras sacaba el cuerpo del Tanates para dejarlo al lado de la iguana, para que al menos se hicieran compañía. Lo dejó boca arriba, con el hoyo de la bala expuesto en la frente, pensó que así le hubiera gustado quedar.

Gerardo Sifuentes, Radiotekhnika cantina (cuento, fragmento)
De Perro de luz, 1999.

Conversaciones con Yoni Rei

CORTE A:
Fotografía de Yoni Rei con cara de felicidad, mientras conecta una terminal eléctrica al soquet que tiene en la cabeza, directo a sus centros de placer.

Yoni Rei tenía que ir cada semana, imaginen ustedes, a la sucursal indicada por la corporación para que le dieran una dosis de Fribidol, necesaria para poder vivir. Todos los ahora jóvenes resultado de este experimento lo tienen que hacer. ¿Por qué? Eso es fácil, los hacían adictos desde pequeños, era una forma de control. Una voz metálica y engañosamente amable, le decía: Yoni Rei, deja de jugar con la pierna mecánica de tu compañero, o deja de jalar los cables de tu hermanito, o vuelve a poner la batería de tal o cual muchacho en sus espalda, o no te vamos a dar de tus dulces. Y los dulces eran tabletas de Fribidol cubiertas de caramelo. Y Yoni Rei lloraba con los primeros síntomas de necesidad de la droga, cuando las conexiones que unían su piel y los circuitos electrónicos empezaban a doler como una continua extracción dental, cuando su boca se llenaba, lentamente, del sabor a la desesperación, del saber que tienes una comezón que no puedes rascar, de la sensación de que hay insectos que hacen sus nidos y tienen sus crías bajo tu piel, de esa hambre insaciable del alma que sufre cualquier drogadicto. Quizás por eso Yoni Rei se sacó un ojo, con sus propios dedos, cuando tenía seis años de edad. Pero no tenía que preocuparse; gracias a la ciencia moderna, gracias a la tecnología y a la buena voluntad de TELCOR, Yoni Rei recibió un ojo nuevo, un ojo metálico, un ojo impuesto en su cuerpo con tanta violencia como fue arrancado.


Pepe Rojo, Conversaciones con Yoni Rei (cuento, fragmento)
De Yonke, 1998.

viernes, 28 de julio de 2006

Wonderama

25 de marzo de 1974

Desayuné Chocotorros con Perk, y mi papá me llevó al concurso del que se viste de niño. Desde que recuerdo, tenía ganas de ir. Por los pasillos de los foros de televisión, me crucé con Batman y le pedí un autógrafo. Le dije que él era mejor que el Santo. El concurso, en realidad, era bastante simple, se trataba de escoger entre tres llaves, una de las cuales abría la puerta del sabor. Escogí la correcta y gané una dotación de yoghurt y una avalancha. Al final del programa, el animador me preguntó:
-Cuate, ¿Te quedas con tus premios, o entras a la catafixia?
No lo entiendo, siempre he pensado que los que lo hacen son francamente mensos, pero le contesté que entraba a la catafixia.
-A ver, Lupita, qué hay detrás de la puerta dos…
A lo lejos escuché la voz del títere del mago de barba, el conejo, que decía:
-Jajaay, se llevó el burro de planchar.
Pero lo realmente extraño es que tras el burro había un letrero enorme que decía:
LA VERDAD, TODO ES MENTIRA
y al parecer, sólo lo vi yo.

Bernardo Fernández BEF
Wonderama (cuento, frag.)
De BZZZZZZTT!! Ciudad interfase.