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viernes, 18 de mayo de 2012

Historia con Monstruos




Un día alguien me prestó un libro y olvidó pedirlo de vuelta. En ese libro venía este cuento y este cuento lo leí mil veces hasta que, otro día, no pude evitar regalar el libro a alguien más esperando que, como yo, leyera ese cuento hasta cansarse. A veces me gusta pensar que es un libro vagabundo, que gusta viajar de mano en mano, de librero en librero, buscando a ese último lector que por fin decida prenderle fuego.

Ayer, otro ejemplar idéntico cayó en mis manos y pasé toda la noche transcribiendo el cuento que tanto me había fascinado: Historia con Monstruos. El autor es Rodrigo Fresán, un argentino al que no he dejado de leer desde entonces, aun cuando la mayoría de sus libros son realmente difíciles de conseguir aquí en el D.F. Les resumo un poco la historia: Stanley Kubrick y la Ciencia Ficción, Susan Cabot y el Cine B, Diane Arbus y sus fotografías de "gente especial" y fenómenos de circo, ambulancias con fondo musical de los Violent Femmes...; y uno no puede dejar de preguntarse quién chingados se cree este argentino para escribir un cuento tan jodidamente bueno a partir de retazos de otras historias. Un texto, en verdad, fuera de quicio.

Bájenlo de acá:


HISTORIA CON MONSTRUOS RODRIGO FRESÁN ALMANAQUE: INVASORES DE MARTE (Antología) Editorial Mondadori 2000

domingo, 8 de noviembre de 2009

Todo en un punto


Hubo dos libros culpables de que algún día, cuando niño, yo quisiera estudiar astrofísica. El primero fue La Historia del Tiempo de Stephen Hawking; el segundo, Las Cosmicómicas de Italo Calvino. Quisiera hablarles de éste último. Tonto de mí, cuando lo leí tenía unos 10 años y mordí el anzuelo. No me daba cuenta de que la astrofísica me importaba un carajo, en realidad eran los libros y la literatura de lo que me había quedado enganchado.


Desde entonces considero a Las Cosmicómicas como uno de los libros más divertidos que he leído. Aquí, Italo Calvino parte de un puñado de artículos científicos, siempre citados al inicio del texto, para crear pequeñas historias o fábulas que no cesan de causar sorpresa en cada línea. No sé cómo, pero Calvino es capaz de hacernos sentir niños a quienes, por primera vez, les explican el mundo de nuevo; siempre recordándonos que, al final de todo, la ciencia es sólo eso: La narración de un maravilloso cuento que intenta contarlo todo.


Cada historia se desarrolla en la voz de Qfwfq, un personaje que tiene la edad del universo y que puede dar fe de todo lo que ha pasado. El origen de la materia, los dinosaurios, juegos en donde las galaxias son bicicletas y el tiempo una pista de carreras; Qfwfq ha estado en todas partes, en cualquier momento. La ciencia-ficción funge aquí como un pretexto para dar pie a una fantasía que intenta definir a la naturaleza humana, en su relación con el cosmos, de una forma poética, lúdica y hermosa. 




En fin, me callo.  Les dejo uno de los cuentos más característicos del libro. Avísenme si quieren más:

Todo en un punto.

Las Cosmicómicas

de Italo Calvino

Ediciones Minotauro


miércoles, 2 de agosto de 2006

Un plato de soledad

Si está muerta, pensé, jamás la encontraré en esta blanca riada de luz lunar sobre el mar blanco, con el oleaje que va y viene sobre la pálida, pálida arena como un gran champú. Casi siempre, los suicidas que se clavan un cuchillo o se pegan un tiro en el corazón toman la precaución de desnudarse el pecho, el mismo extraño impulso hace que, por lo general, los que se suicidan en el mar vayan desnudos.
Un poco más temprano, pensé, o más tarde, y proyectarían sombras las dunas y la espasmódica respiración de la espuma. Ahora la única sombra real era la mía, una cosa pequeña allí debajo, pero suficientemente negra como para alimentar la negrura de la sombra de un zeppelín.
Un poco antes, pensé, y podría haberla visto caminar arrastrando los pies por la orilla plateada buscando un sitio bastante solitario donde morir. Un poco después y mis piernas se rebelarían contra ese trote difícil por la arena, la exasperante arena que no podía sostener y no estaba dispuesta a ayudar a un hombre con prisa.
Mis piernas cedieron entonces y me arrodillé de pronto, sollozando: no por ella, todavía, sino por el aire. Había tantas corrientes: viento, y espuma enredada, y colores sobre colores y tonos de colores que no eran colores sino variaciones de blanco y plateado. Si una luz como aquella fuera sonido, sonaría como el mar en la arena, y si mis oídos fueran ojos, verían esa luz.
Me quedé allí en cuclillas, jadeando en medio del remolino, y entonces me golpeó el agua, una ola rápida y poco profunda, que al tocarme las rodillas saltó y giró como pétalos de flor, mojándome hasta la cintura. Apreté los ojos con los nudillos para que se abrieran de nuevo. Tenía en los labios el mar con el sabor de las lágrimas, y toda la noche blanca gritaba y lloraba en voz alta.


Theodore Sturgeon, Un plato de soledad (cuento, fragmento)
De La fuente del unicornio, 1953.

sábado, 29 de julio de 2006

Crónicas marcianas

ENERO DE 1999

El verano del cohete

Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.


El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra...


Ray Bradbury
Crónicas marcianas (novela)