
martes, 30 de noviembre de 2010
José Agustín - Dos Horas de Sol

viernes, 7 de diciembre de 2007
El rey criollo

El texto que le da título al libro, es una crónica muy sabrosa del estreno en México de King Creole, la peli de Elvis. Y sobre todo, del desmadre, la rivalidad entre pandillas, los prejuicios machistas que aún entre los "alivianados" persistían y persisten, así como el rocanrol y el delirio que El Rey es capaz de provocar. Al final viene un epílogo de José Agustín que no hay que perderse, así que a leer... ¡y a bailar!

Bueno como decía, todos le tienen mala fe a Elvis, como dicen que dijo que prefería besar a tres negras que a una mexicana, uy, pues todo eso influyó y pues nada más es por coraje, porque Elvis, aunque no les guste, es un chingón y punto. Canta a toda madre, baila a todo dar, y por algo es el Rey del Rocanrol, y pues los grandes ya caducaron. Que Gardel era divino y que Pedro Vargas también y que Jorge Negrete y que Pedro Infante y que Nicolás Urcelay canta precioso y que las canciones de borrachos y putas de Agustín Lara, ay sí tú… Digo, vale madre, yo me digo: ¿Cómo les van a gustar las canciones de Elvis? ¿Cómo las van a entender? ¿Cómo les va a gustar “Hound Dog”, “All Shook Up”, “King Creole”, “Hard Headed Woman”, “Are You Lonesome Tonight”, “Fever”, “One Night”, “Blue Suede Shoes”, “Treat Me Nice”? Que música de locos y todo eso. Digo, digo, a uno le da un poco de coraje todo esto, aunque pues me vale madres. Y pues, como dice mi hermana, hay que vivir la vida. Si a mi papá le gusta esa de estoy-en-el-rincón-de-una-cantina… pues no me interesa, digo-que-me-vale-madres.
Bueno, pues yo decía que fui a ver King Creole, y que aquello había sido un maldito relajo, un verdadero destrampe. En parte yo me sentía un poco no sé cómo, pero me sentía un poco mal. Mi novia Lulú me había rogado como desesperada que la llevara al cine. Ama a Elvis. Que se moría de las ganas de verlo, que no seas así, que nada más te gusta divertirte solo y andar con tus amigos, mamá me dio permiso de ir contigo y con mi hermana; cómo me choca que las mujeres quieran hacer su santa voluntad, bueno, pero no me importa, digo, ya saben cómo son las mujeres, y Lulú diciéndome que yo no la quería y que parecía que me amargaba la vida y que era mi juguete y esas cosas que le reprochan a uno las mujeres y yo mira gorda que te adoro, comprende las circunstancias, ya quedé con mis amigos y eso, y ella: prefieres andar con tus amigos, y yo: gordita chula, te quiero mucho, bien lo sabes pero no te llevo, imposible. Y bueno, para no prolongarla, nos enojamos.
Es que yo sé qué clase de viejas van a ver las películas del Rey Presley, puras de la danza moderna y guerreras y pues preferí que nos enojáramos a llevarla. Digo todo esto porque al Gordo le sucedió una cosa bien chistosa. Cuando llegamos al movies y uno de nosotros se formó en la cola para lo que se forma uno en la cola de un cine, el Gordo vio entre la cola a su novia. Y que se encabrona el Gordo y los cachetes se le pusieron rojos del coraje y de pena. Y claro, tenía razón. Y fue a donde estaba su gorda y le dijo:
-No entres… vete a tu casa.
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martes, 19 de septiembre de 2006
En la madre, está temblando

El viejo se detuvo en la esquina, junto a un puesto de periódicos. Su visión se había ablandado y le costaba trabajo respirar, es la bola de años, se dijo. De vez en cuando le ocurrían pérdidas casi totales de energía, claro que en esta ocasión también están los tragos, pensó.
Frente a él se hallaba la avenida Álvaro Obregón, con sus réplicas de viejas estatuas. Había bancas en el camellón y franjas de prado con jardineras y altos árboles, el sitio perfecto para aterrizar un momento y recargar la pila, pensó al ver una banca desocupada bajo la sombra. Dejó pasar un grupo de autos pero después se lanzó al arroyo conteniendo a los coches con una mano quietos ahí cabroncitos, dejen pasar a La Bola. Lo insultaron con la bocina pero él no se inmutó. Jadeando, se acomodó en la banca.
Ese mediodía era pesado, el aire se había enrarecido por la contaminación y se respiraba una atmósfera reseca, como de aserrín asoleado, calificó el viejo que tomaba aire en la banca. Respiró profundamente varias veces, qué pedo me traigo, pensó y cuando se serenaba un poco lo conmocionó un estruendo de chillidos de llantas, láminas que chocan, cristales estallados. Justo frente a él un auto se detuvo tan abruptamente que el de atrás se le incrustó.
El viejo apenas contenía la temblorina que le dejó el sobresalto, necesito un trago, exactamente. Del bolsillo sacó una botellita de brandy barato y bebió de ella un largo trago; después extrajo lo que parecía una polvera de plástico y que era un vaso plegable; el viejo lo abrió como periscopio. Se sirvió un poco de brandy, lo bebió, plegó el vaso de golpe y observó el lío que el choque había causado.
La circulación se había detenido, muchos vehículos bocineaban neuróticamente y los dueños de los coches discutían rodeados por una multitud de curiosos, arréglense antes de que llegue la policía, dijo alguien, pero lo ignoraron. Los dos conductores se echaban la culpa mutuamente y no cedían. Más gente llegaba a presenciar el pleito que tenía como fondo musical una verdadera muralla de bocinazos.
Ya cállense, masculló el viejo lárguense de aquí con su ruidero, ¿qué no hay un sitio en esta ciudad donde uno pueda cultivar sus achaques en paz?, mascullaba, mira nada más qué descontón… Uno de los conductores había propinado un golpe repentino y terrible a su contrincante, y lo derribó; en el acto procedió a patearlo con vigor. Joder, murmuró el viejo cuando la gente le bloqueó la visibilidad, y se puso en pie para seguir el pleito. Pero, ya de pie, tampoco pudo ver nada, salvo el movimiento excitado de la gente. Sólo advirtió el tumulto que se había formado, el embotellamiento interminable de autos, y se fue llenando de ira desolada, porque a su edad, pensaba, le era difícil reconciliarse con todo eso. Qué cambio tan devastador había tenido la ciudad. Hasta su propia memoria le rehusaba imágenes de esa avenida en la normalidad de muchso años antes, por qué te hicieron eso, mhija, dijo, tan hermosa como eras, cómo pudiste permitir que toda la manada de estúpidos te violara y mancillara, que todos esos zánganos te devastaran, te acabaron los que se sienten los dueños del mundo, que quieren todo rápido y sin problemas, que se creen dueños del futuro y sólo son pobres topos que tragan tierra negra y creen estar en las alturas, igual que los jodidos, infeliz pueblo que te has envilecido, que has pisoteado a los pocos hombres buenos que pariste, siempre sojuzgado por alguien: españoles, franceses, gringos, mexicanos con alma de buitre, somos una verdadera mierda, decía, con más fuerza ya, y algunos se volvían para verlo; hubo un momento en que creí que íbamos a cambiar, que nos dirigíamos al verdadero encuentro con nosotros mismos, y no sé por qué lo pensé entonces pues ahora es lo mismo, sólo que antes la miseria no estaba tan a flote y la gente no era tan cínica, no se había descarado tanto; entonces creíamos que las cosas ahí iban, más o menos, y no pedíamos más; creíamos vivir ciclos, uno acaba, otro empieza, la energía se renueva y en realidad siempre era el mismo presente ruin, repugnante, el mismo embrollo, la misma confusión, la gritería, ahora todos gritan, se desgarran la ropa y no ven que sigue la misma pasividad de siempre que a todos nos tiene hundidos en la mierda desde hace años. Y que no me digan que nada ocurre, que todo está perfecto, si yo he vivido tantos años viendo cómo el aire asesinaba y todo se descomponía, a mí no me puedes andar con historias, yo vi lo que ocurrió, todos los días me he desayunado con la horrible verdad de que otro poco de vida buena se extinguía. Nos dejamos deslizar por una pendiente que íbamos edificando losa a losa, y ya que somos piojos aplastados, llantas ponchadas y reparchadas, ya que somos mierda, ni siquiera hemos podido ver verdaderos cabrones, no le damos grandeza a la maldad, ni siquiera sabemos lo que es eso, puro pobrediablismo, pinches diablitos ojetes con sus vasos de brandy barato en la mano, envueltos en polvos y humo, vestidos de cochambre, cagados y guacareados, o en autos lujosos, con ropa cara, guardaespaldas atrás, es igual ahora el viejo vociferaba con los músculos del cuello tensos y las venas hinchadas, y a mí de qué me sirvió leer megatoneladas de libros, saber tantos idiomas, almacenar tantos conocimientos, para acabar como esta puta ciudad: agonía perenne sin la bendición de la muerte, ¡húndete de una vez, hija de tu chingada madre! ¡Tu gran hazaña es ser la máxima ruina del mundo, ciudad jodida, ciudad jodida!
n la madre, se dijo. Qué pasa aquí, se preguntó el viejo al sentir un levísimo meneo que de pronto agarró fuerza y una sacudida espeluznante le bajó toda la sangre a los pies, la banca se removió entre chirridos de metal, los postes y los cables se agitaban, la gente abría los ojos con el máximo espanto, se daba cuenta perfecta de que estaba temblando y con un poder devastador. El viejo saltó de la banca pero en el suelo era lo mismo: trepidaba con fuerza, le provocaba un mareo invencible, la visión se le barría, las manos no hallaban dónde sujetarse, la agitación era pareja y, sobre todo, fuerte, alcanzaba a pensar el viejo, aún en el estupor y el terror, veía que los edificios se removían pesadamente, crujían, despedían nubes de polvo, los cables de electricidad finalmente se rompieron, chisporrotearon al caer, una explosión, un auto ardió y la gente, quemándose, salió corriendo, entre el estrépito ensordecedor de choques, golpes, gritos aterrados de gente atrapada, o que corría o trataba de permanecer en pie, más gente salía de casas y edificios, ¡ahora sí, hijos de la chingada!, ¡ahí tienen lo que buscaban!, bramaba el viejo, ebrio de terror, ¡no le saquen a las sacudidas de esta vieja madre! ¡Se está viniendo!, ¡gócenla, culeros!, caían grandes ramas, los árboles se bambolean, algunos se desplomaban pesadamente, y el viejo casi perdió el sentido cuando frente a él los rieles del tranvía no resistieron la tensión, estallaron en un chasquido sobrecogedor y el grueso lingote reblandecido se retorció como paréntesis invertidos que se alzaron en el aire, ay cabrón, ay canijo, esto sí está durísimo, está fuerte, gritaba el viejo, tambaleándose, entre la gente que huía de los autos que habían hecho explosión, de los potentísimos chorros de agua que brotaron por entre el concreto resquebrajado, la calle se agrietaba con crujidos secos, guturales, y chorros ahora turbios del drenaje volaban las tapas de las coladeras y se disparaban hacia arriba, ¡esto era lo único que nos faltaba!, ¡nos vamos a morir montados en esta montaña rusa! ¡Agárrense si pueden hijos de la chingada!, volvió a gritar el viejo con menos fuerza, las trepidaciones y las sacudidas no cesaban, eran eternas, al terror se sumaba la atroz premonición de que nunca iba a acabar, todo caería como se desplomaban los techos, un edificio de veinte pisos de pronto se ladeó y se resquebrajó, se vino abajo con una oleada de piedras, metales retorcidos, cristales, muebles, el primer piso de una casa cayó pesadamente, con nubes de polvo, explosiones, llamaradas, gritos desgarrados, no para, no para, un dolor de cabeza fulminaba al viejo, todo se está cayendo, alcanzó a musitar, esto es imposible, tiene que parar, ¡tiene que parar! La gente mostraba el máximo horror, estupor, mientras caían balcones, otros edificios se desmoronaban sobre la calle, los vehículos y la gente; los ruidos, golpes, gritos, ensordecían y el viejo no pudo sostenerse más en pie y se desplomó sentado, con las piernas extendidas, con las manos plantadas en la tierra del camellón, como niño. Entonces descubrió que el terremoto había cesado.
José Agustín.
De La palabra en juego (selección de Lauro Zavala).
martes, 8 de agosto de 2006
El rey criollo
El bajo, las voces de Los Jordanaires. La voz del Rey: There’s a man in New Orleans who plays the rock n’ roll…
Abajo las viejas gritando, arriba también los cuates. Todos palmoteando, chasqueando los dedos al compás de “King Creole”. Y cuando apareció Elvis algunos gritándole.
Todos fumában como locos. Elvis, recargado en un barandal de la terraza de una casa vieja colonial de New Orleans cantaba “Crawfish”, los cuates chasqueaban los dedos. Yo fuma y fuma. Mis cuates palmoteando cuando Elvis cantaba “Trouble” en el cabaret de los años veinte, el Golden Goose, padre, digo, chingonchingonísimo. Elvis bailando depocamadre, de seguro abajo, las nenas locas, muertas, delirando, extasiadas. Algunas viejas gritaban como si las estuvieran desflorando o algo por el estilo. Pero en realidad abajo casi estaba en silencio. Entre una escena romántica entre Elvis y la heroína, unos gritaron: ¡Yacógetelabuey! ¡Esaviejaesputa! ¡Yanoesquinto! ¡Yanoseteparaniconglobos! Los cigarros volando y brillando por aquí y por allá como luciérnagas. Elvis cantaba “Don’t ask me why”. Rock lento: I’ll go on living you / Don´t ask me why / Don’t know what else to do / Don’t ask me why / Hoy wad my heart would be / if you should go… Y yo pensansando en Lulú: junto a mi en el cine. Y cuando Elvis cantaba “Lover Doll”: …You’re the cutest lover doll… I’m crazy for you… Let me rock you in my arms… I’ll take you home… Let me be your lover boy, let me be your lover boy… Yo y Lulú en una fiesta bailando, yo y Lulú en la sala de su casa, yo y Lulú caminando por una calle al atardecer, yo con mi guitarra de dos cuerdas rocanroleando. Young dreams, my Herat is fill with young dreams… In my eyes, oh can you see in my eyes that you are the only one / who make my young dreams come true… /Take my hand… Oh darlin’ take my hand… And let me make you part of all my young dreams… sentados en la alfombra, oyendo el disco en la sala de la casa de Lulú.
Bienchingona la película, cuando por lo que sea el cine estaba en silencio, unas viejas entraron, empezaron a buscar asientos. Y del silencio surgió un grito: ¡Carne! ¡Carne! ¡Caaarrneeee! Y una bola se abalanzó contra ellas. Y ellas empezaron a gritar y los cuates se las cachondeaban por todos lados… Ellas lloraban. Una de ellas gritó:
-¡Hija! ¡Hija! ¡Dios mío!
Algunos cuates las defendieron, se armaronlosmadrazos y ellas pudieron huir, medio desvestidas, luego pareció que ya todo se había calmado, pero empezaron a arrancar los asientos de las butacas y a aventarlos, todo mundo corriendo como loco por todas partes, como si se estuviera incendiando el cine. La función se interrumpió y encendieron las luces. Y siguió el desmadre hasta que llegaron los granaderos y nos sacaron a todos del cine. Las chamacas espantadas de verles la cara como nalgasdegorila a los granaderos. Nada pasó, los granaderos no le hicieron nada a nadie.
Parménides García Saldaña
El rey criollo (cuento, fragmento), de El rey criollo, 1967/1997.

La tumba
Me divertía más eso que oír las alegrías de los amigos de mi padre. Uno de ellos, el señor Noimportasunombre, estaba muy acalorado y hasta podía decirse que intimidaba a los demás. Otro señor ídem, calvo y esquelético, lo reprobaba con movimientos periódicos de cabeza.
¿Tendrá algo gris dentro de ese óvalo?, me pregunté, pareciéndome graciosa la idea.
El señor Acalorado se calmó y siguieron platicando tranquilamente. Al entrar mi padre, alguien dijo que yo era un muchacho muy serio y rió con estupidez. Después, se volvió hacia mí, paternal.
-¿Qué estudias?
-Entré en la preparatoria.
-¿Listo para sobresalir?
-¡Sí!
-¿Es cierto que hablas francés?
-Sí, señor.
-¡Qué bien!
-Escribe –terció mi padre.
-¿Qué escribes?
-Cuentos, novelas; en resumen, estupideces.
-¿Qué tratan tus novelas?
-Lo que se puede, señor.
-¿Abordas problemas sexuales?
-Cuando es necesario, señor.
-Eso es muy interesante.
-No, no lo es, señor, nunca me ha interesado el morbo ni escribir para morbosos.
La cara se le encendió cuando mi padre me lanzaba una mirada severa. Sonreí. Merecido lo tienes, por cochino.
Siguieron platicando. Alguien se lanzó a narrar, con todo lujo de precisiones, la última escaramuza de su incesante persecución de faldas. Me miraron de soslayo.
Maldije la hora en que había decidido acompañar a mi padre a su club. Jacques, que creía filosofar, alguna vez sentenció:
-Si el aburrimiento matase, en el mundo sólo habría tumbas.
Juzgué en esos momentos que tenía razón, para luego recurrir a la pregunta acerca del interior de mi cerebro.
¿Líquido?, ¡psst! -¿Qué estaría haciendo el Círculo Literario? -¿Masa encefálica, o fálica nada más? –Iban a leer a Kierkegaard, je je, una parte del Concepto de la angustia. –Un torrente de líquido artificial corre por mi cerebro. –Debí haber ido. –Y no sólo en la cabeza: en todo el organismo. -¡Ahora, seguramente, destrozan a Kierkegaard! –Las venas, llenas. –Pero cuando hablen de Nietzsche, Jacques lo defenderá con ardor. –Nos suena-. Se cree superhombre.
¡Zas!, una muchacha entró, seguida de un hombre obeso. Ojos vivos, nariz perfecta. Muy bonita. Se hacen las presentaciones. Germaine Noentendí, hija de conocido explotador extranjero.
-Mucho gusto.
-El gusto es suyo.
Nos aconsejan que salgamos a tomar un refresco.
-Encantado.
Camina muy chic. Veinte años, no más. Entramos en el bar.
-Un high.
-Ídem.
Me mira, sonriendo cortésmente. Por supuesto, trata de aquilatarme.
-¿Pasé?
-¿Cómo?
-Que si pasé el examen.
Sonríe.
-Sí.
-¿Con qué calificación?
-Mínima aprobatoria –riendo.
-Ajá.
-¿Y yo?
-Aprobadísima, con mención et all.
Pensé: Esto no va del todo mal. Llega el mesero con los whiskies. Ahora, las preguntas de rigor, comienza la ronda de siempre.
-¿Cómo te llamas?
-Gabriel Guía es el nombre.
-¿Con dos ges? Yo me llamo Germaine Giraudoux.
-Con dos ges también.
-Sí.
-Es gracioso. Y tú, ¿qué haces?
-Pretendo estudiar.
-Ah. ¿Y qué estudias?
-Filosofía.
(Que je suis un menteur!)
-Eso no está mal.
-No, no lo está. Y tú, ¿a qué te dedicas, digo, aparte de frecuentar este horrendo club de señores panzones?
-No me dedico más que a lo normal.
-¿Qué es lo normal?
-La sarta de estupideces por las que atravesamos.
-¿Qué, en resumen?
-Es claro: la vida.
-…
-¡Anda, eso es interesante!
-No, querido Gabriel, no lo es.
(Sceptique?)
-Okay.
-¿Y cómo andas de filosofía?
-Pues…
-¿Qué hay con este muchacho Kierkegaard?
-Es bueno.
-¿Heidegger?
-Ídem.
-¿Y Nietzsche?
-No exageremos.
-Pues no andamos tan lejos.
-Eso me agrada.
-¿Tienes coche?
-Yep.
-¿Todo tuyo?
-Para mí solito.
-Entonces paga. Esfumémonos de aquí.
-Perfecto. Este lugar me hincha.
Pagado el adeudo (dos jaiboles, treinta y dos pesos), salimos. En el coche iba silenciosa, sonriendo de una manera extraña. Ya había anochecido. Di algunas vueltas absurdas y luego me interné en una calle oscura. (Delectatio.) Parpadeaba con una velocidad increíble al decir:
-¿Tan rápido?
y mirándome con una casi húmeda manera, tiró el cigarro por la ventanilla. Contesté simplemente:
-¿Qué esperamos?
Besaba muy raro, con una especie de refinamiento para mí desconocido. Al preguntarle por el origen de su kissin’ way, sólo dijo:
-Es mi estilo.
José Agustín
La tumba (novela, fragmento), 1964.
