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martes, 12 de febrero de 2013

***


(29 años sin Julio)



No me dejes solo frente a ti,
no me liberes a la desnuda noche,
a la luna filosa de las encrucijadas,
a no ser más que estos labios que te beben.
Quiero ir a ti desde ti misma
con ese movimiento que fustiga tu cuerpo,
lo tiende bajo el viento como un velamen negro.
Quiero llegar a ti desde ti misma,
mirándote desde tus ojos,
besándote con tu boca que me besa.

No puede ser que seamos dos, no puede ser
que seamos
dos.

Julio Cortázar

de Último Round
Editorial Siglo XXI

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La Voz del Cronopio


Ayer Karla Verde y yo platicábamos sobre Julio. Sí, ese Julio. Ése que no dejamos de releer y al cual ambos le debemos gran parte de nuestro amor por la literatura. Una cosa llevó a la otra y en un punto de la charla yo recordé que, en algún lugar, tenía guardadas estas pistas. Al escuchar apenas unas cuantas, Karla me pidió -en realidad me rogó, me exigió, me ordenó- compartirlas. Y quién soy yo para negar a Julio cuando todos lo quieren tanto, cuando él mismo dice querer sentarse con nosotros, a pesar del tiempo, para tomarse un café o unos tragos.

Después de escuchar la voz de Julio es imposible leer sus textos sin evocarla. Esas erres arrastradas y la emoción con la que va construyendo sus artificios verbales, siempre a la velocidad exacta y necesaria. No puedo evitar recordar ese capítulo de Rayuela en donde Talita graba sus palabras en un magnetófono. Y es que, al igual que ella, parece que a Julio le divertía tanto grabar su voz y jugar con todas las posibilidades encerradas en tal acto que, por momentos, nos hace sentir parte de un fenómeno fantástico -sobrenatural- y es como si de pronto él estuviera ahí, con nosotros, en el mismo cuarto, charlando y pidiendo algo caliente porque vengo de un invierno que para qué te cuento.

Y bueno, he aquí unos cuantos capítulos de Rayuela, fragmentos de El Perseguidor, historias de cronopios, algunos cuentos, poemas y demás textos leídos por Julio mismo. Además les incluyo el álbum Trottoirs de Buenos Aires, un disco de tangos grabado en 1980 en voz del Tata Cedrón y con letras de adivinen quién.



lunes, 19 de mayo de 2008

Noticias del mes de Mayo


Noticias del mes de Mayo, es el título de un texto que Julio Cortázar escribió con la finalidad de retratar a los jóvenes que en 1968 salieron a las calles francesas a hacerse ver y escuchar. Se trata de un collage que incorpora frases pintadas en las paredes de París, citas de intelectuales como Daniel Cohn-Bendit, Rudi Dutschke y Marcuse, consignas, opiniones, y mucha poesía.

En el prólogo a los cuentos completos de Cortázar, Mario Vargas Llosa habla sobre esta etapa en la vida de su amigo, dejando claro que la revolución no fué para Julio sólo un juguete con el que su intelecto pudiera recrearse, sino que él la vivió dentro del mundo y también en su persona:

"El cambio de Cortázar, el más extraordinario que me haya tocado ver nunca en ser alguno (...) ocurrió, según la versión oficial -que él mismo consagró- en el Mayo francés del 68. Se le vio entonces, en esos días tumultuosos, en las barricadas de París, repartiendo hojas volanderas de su invención, y confundido con los estudiantes que querían llevar "la imaginación al poder". Tenía cincuenta y cuatro años. Los dieciséis que le faltaba vivir sería el escritor comprometido con el socialismo, el defensor de Cuba y Nicaragua, el firmante de manifiestos y el habitué de congresos revolucionarios que fue hasta su muerte.

(...) Pero el cambio de Julio fue mucho más profundo y abarcador que el de la acción política. Yo estoy seguro de que empezó un año antes del 68, al separarse de Aurora. (...) La próxima vez que lo volví a ver, en Londres, con su nueva pareja, era otra persona. Se había dejado crecer el cabello y tenía unas barbas rojizas e imponentes, de profeta bíblico. Me hizo llevarlo a comprar revistas eróticas y hablaba de marihuana, de mujeres, de revolución, como antes de jazz y de fantasmas."

Venga pues el texto, a cuarenta años de un momento en el que la libertad, la imaginación y el arte, fueron más que palabras escritas en un libro:


Yo vi la edad de oro, la sentí brotar en la ciudad como un tigre de espigas, la edad de oro no era en absoluto de oro, ni siquiera una edad: relámpago entre dos nubes de petróleo, caricia de unos pocos días entre pasado y futuro, yo vi la edad de oro, se llamaba París en mayo, no era la edad de oro pero ardía y brillaba, en cada esquina se buscaban las manos, se abrían las sonrisas, se discutían los quehaceres, se mataban dragones escolásticos, se dibujaba una silueta humana, algo nacía hacia el encuentro algo cantaba desde nuevas gargantas para nuevas memorias.

Hay que abandonar la teoría de la “vanguardia dirigente” para
adoptar la teoría más simple y honrada de la minoría actuante que
desempeña el papel de un fermento permanente, que impulsa a la
acción sin pretender dirigirla.

Daniel Cohn-Bendit

HAY QUE EXPLORAR SISTEMÁTICAMENTE EL AZAR
(Facultad de Letras, París)

Lo único inmutable en el hombre es su vocación para lo mudable; por eso la revolución será permanente, contradictoria, imprevisible, o no será. Las revoluciones-coágulo, las revoluciones prefabricadas, contienen en sí su propia negación, el Aparato futuro.

LA INTELIGENCIA CAMINA MÁS QUE EL CORAZÓN PERO NO VA TAN LEJOS.
(Proverbio chino).

(Sorbona)

EL DERECHO DE VIVIR NO SE MENDIGA, SE TOMA
(Nanterre)

Entonces cachiporras y gases lacrimógenos
calabozo expulsiones: Ya aprenderán hijos de puta.
¿Qué importa, camaradas? Nada es seguro, y eso
es lo seguro. Porque los monolitos
durarán mucho menos que esta lluvia de imágenes
esta poesía en plena calle triturando el cemento
de la Ciudad Estable

Et qu’opposer sinon nos songes
Au pas triomphant du mensonge

Sí, nuestros sueños
una vez más los sueños golpeando como ramas de tormenta
en las ventanas ciegas
una vez más los sueños
la certidumbre de que Mayo
puso en el vientre de la noche
un semen de canción de antorcha la llamada
tierna y salvaje del amor que mira hacia lo lejos
para inventar el alba el horizonte.

DURMIENDO SE TRABAJA MEJOR: FORMEN COMITÉS DE SUEÑOS
(Sorbona)
* * *


Noticias del mes de Mayo,
de Último Round, tomo I
Siglo veintiuno editores
1969


Si deseas leer el texto completo, descárgalo aquí.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

La entrada en religión de Teodoro W. Adorno


En esta ocasión dedico al mismo escritor dos posts seguidos, y lo hago con la convicción de que no necesitamos razones para hacer las cosas que nos gustan, más allá del enorme placer que nos generan. El libro anterior me despertó la sed de Cortázar, y al releer La entrada en religión de Teodoro W. Adorno, les confieso que volví a llorar como la primera vez...

Y lloré porque este es uno de los textos más hermosos que he leído sobre gatos y me recordó al otro Cortázar, el mío... El buen Julio pertenecía a la no pequeña cofradía de los amantes de los felinos, y Teodoro W. Adorno es el nombre que en honor a un filósofo le dio a uno de sus gatos más queridos, con el que por cierto aparece retratado arriba.

Este texto viene en Último round, y es un ejercicio interesante porque uno se queda con la impresión de haber leído apenas algunos fragmentos y sin embargo se entera perfectamente de todo. En la red hasta ahora sólo he encontrado extractos, así que yo aquí les dejo el texto completo. ¡Disfrútenlo mucho!

* * *

/ escrito casi nada sobre gatos, cosa más bien rara porque gato y yo somos como los gusanitos del Yin y el Yang interenroscándose (eso es el Tao) y no se me escapa que cada gato en español es amo de las tres letras del Tao, con la g a manera del agujerito que dejan en los ponchos las mujeres de los indios navajos para que no se les quede el alma prisionera en el tejido; pero ya Kipling mostró que el gato walks by himself y no hay Tao ni prosa mágica que lo retenga más allá de sus horas y sus ánimos / W. Adorno no anduvo muchas veces por las páginas de Saignon, hay que explicar que su Yin y mi Yang (o al revés, según las lunas y las hierbas) se fueron amistando y entrelazando sin el menor contrato, sin eso de que te regalan un gatito y vos le das la leche y entonces el animal desenvuelve reflejos condicionados, arma su territorio y duerme en tus rodillas y te caza los ratones, el triste pacto de las viejas con sus gatos, de las gatas con sus viejos. Nada de eso, mi mujer y yo vimos llegar a Teodoro por el sendero que baja al ranchito y era un gato sucio y canalla, negro debajo de la ceniza polvorienta que mal le tapaba las mataduras, porque Teodoro con otros diez gatos de Saignon vivía del vaciadero de basuras como cirujas de la quema, y cada esqueleto de arenque era Austerlitz, los Campos Cataláunicos o Cancha Rayada, pedazos de orejas arrancadas, colas sangrantes, la vida de un gato libre. Ahora que este animal era más inteligente, se vio en seguida cuando nos maulló desde la entrada, sin dejar que nos acercáramos pero dando a entender que si le poníamos leche en una aceptable no cat’s land condescendería a bebérsela. Nosotros cumplimos y él entendió que no éramos despreciables; salvamos por mutuo acuerdo tácito la zona neutralizada, sin tanta Cruz Roja y Naciones Unidas, una puerta quedó entornada con dignidad para no ofender orgullos, y un rato después la mancha negra empezó a dibujar su espiral cautelosa sobre las baldosas rojas del living, buscó una alfombrita cerca de la chimenea, y yo que leía a Paco Urondo escuché por ahí el primer mensaje de la alianza, un ronroneo confianzudo, entrega de cola estirada y sueño entre amigos. A los dos días me dejó que lo cepillara, a la semana le curé las mataduras con azufre y aceite; todo ese verano vino de mañana y de noche, jamás aceptó quedarse a dormir en casa, qué te creés, y nosotros no insistimos porque pronto nos volveríamos a París y no podíamos llevarlo con nosotros, los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse, gato de la pintura, jamás Jackson Pollock o Appell / día que nos fuimos, sentimiento de culpabilidad inevitable: ¿y si se había ablandado, si tanta leche y fideos y arrumacos lo dejaban en desventaja frente a los duros de la quema, los machazos de orejas recortadas y costumbres de tropas de asalto? Nos miró irnos, sentado en la parecita de piedra, limpio y brillante, comprendiendo, aceptando. Ese invierno pensé tantas veces en él, lo di por muerto, hablábamos de Teodoro con la voz de la elegía. Vino el verano, vino Saignon, cuando fui a vaciar por primera vez la basura vi de nuevo el salto vertiginoso de ocho gatos al mismo tiempo, barcinos y blancos y negros pero no Teodoro, su corbatita blanca inconfundible en tanto azabache. Previsiones confirmadas, selección natural, ley del más fuerte, pobre animalito. A los cinco o seis días, cenando en la cocina, lo vimos sentado detrás del vidrio de la ventana, fantasma lunar y Mizoguchi. Su boca dibujó un maullido que el vidrio volvía cine mudo; a mí se me mojaron los ojos como a un imbécil, abrí la ventana y le tendí prudentemente la mano, sabiendo lo que ocho meses de ausencia liman y destruyen en una relación. Se dejó tomar en brazos, sucio y enfermo, aunque ya en el suelo se vio que estaba huraño y distante, que reclamaba su comida como un mero derecho; se fue casi en seguida con esa manera suya de acercarse a la puerta y maullar como si le estuvieran aplastando el alma. A la mañana siguiente ya jugaba por ahí, manso y alegre, pronto al cepillo y al azufre. Al otro año fue lo mismo pero entonces tardó casi un mes en reaparecer, castigándonos, haciéndonos sentir su muerte, remordiéndonos; pero vino, más flaco y enfermo que nunca, y ése fue el tercero y último año de la vida pagana y alegre de Teodoro W. Adorno, la época en que lo fotografié y escribí sobre él y volví a curarlo de algo que parecía una indigestión de pelos, aparte de que Teodoro se enamoró y eso lo tenía completamente estúpido, se paseaba por la casa con la cabeza en alto y gimiendo, por la tarde cruzaba el jardín como en un trance, flotando entre los tréboles, y una vez que lo seguí discretamente lo vi descender el sendero que llevaba a una de las granjas del valle y perderse en un atajo, gimiendo y llorando, Teodoro Werther, arrasado de amor por alguna gata de escabroso acceso. ¿Qué destino tuvo ese idilio entre la lavanda de Vaucluse? El de Juan de Mañara, no el de Werther: lo comprendí este año, después de dos meses de Saignon con la ausencia irrefutable de Teodoro. ¿Muerto, esta vez sin duda decididamente muerto, la garganta abierta por alguno de los taitas del vaciadero, pobrecito Teodoro tan débil y enamorado y esas cosas? / once y media es la mejor hora para comprar el pan y de paso despachar las cartas y vaciar la basura; subí el sendero sin pensar en nada, como casi siempre en el momento de las revelaciones (a estudiar una vez más cómo toda distracción profunda entreabre ciertas puertas, y cómo hay que distraerse si no se es capaz de concentrarse) / por expreso y ésta por avión, allez, au revoir monsieur Serre, un pan redondo y caliente, charla con monsieur Blanc, cambio de nociones meteorológicas con madame Amourdedieu, de golpe la manchita de sombra bajo el derroche amarillo del mediodía, la puerta de mademoiselle Sophie, la mancha de sombra ovillada delante de la puerta, no puede ser, cómo va a ser, qué diablos va a ser, de día todos los gatos son negros y además cómo es posible que el gran pagano esté tomando el sol delante de la puerta de mademoiselle Sophie pequeñita y jibosa y señorita y sacristana de Saignon, con anteojos y sombrero y una boca perdida entre una nariz que baja y un mentón que sube, Teodoro, Teodoro! Le pasé al lado y no me miró, dije despacito: Teodoro, Teodoro chat, y no me miró, Juan de Mañara había entrado en religión, vi el platito de leche y el hueso de una costilla tan frágil como las de mademoiselle Sophie, las raciones de una vida minúscula de ratoncito de iglesia con olor a jabón barato y a cirios, Teodoro convertido, bautizado, ignorándome, preparándose para la vida eterna, convencido de tener un alma, quizá de noche durmiendo en la casa, la última de las humillaciones, la penitencia final, yo pecador él que jamás aceptaba una puerta cerrada y ahora las rodillas puntuadas de mademoiselle Sophie, las carpetitas bordadas, las oraciones y los ronroneos al mismo tiempo, la vida cristiana en una aldea provenzal. ¿Y el Tao, y los amores, y esa manera de jugar con las pelotas de papel que hacíamos con los suplementos dominicales de La Nación? / vuelto a ver dos o tres veces y nunca me reconociste y está bien porque tampoco yo te reclamaré, con qué derecho podría, vos el más libre de los gatos paganos y el más prisionero de los gatos católicos, tendido delante de la puerta de tu sacristana como un perro que la defiende. Ah Teodoro, qué bonito era verte bajar por el sendero, la cola al aire, gimiendo por tu gatita entre la lavanda, qué dulce era encontrarte otra vez cada año, el día en que se te antojaba, la noche de luna que elegías displicente para saltar a la ventana y quedarte unas horas con nosotros antes de volver a tu libertad que como tantos de nosotros has cambiado por una jubilación de gato, por el cielo que te tienen prometido.
* * *

Último Round, tomo I
(1969)

Teodoro W. Adorno fotografiado por Julio Cortázar.


lunes, 26 de noviembre de 2007

Por escrito gallina una


Julio Cortázar es uno de los escritores que están más cerca de mí. Las primeras veces que leí sus cuentos me desconcertaba que los finales eran como un dibujo que a mí me tocaba terminar. Incluso llegué a "molestarme" con el autor que me hacía leer varias páginas y a fin de cuentas no me resolvía el misterio... Tiempo después leí que en una entrevista, Cortázar comentaba su rechazo hacia el "lector hembra" en el sentido del lector pasivo que esperaba que el escritor hiciera todo por él, olvidando que un libro no es un programa de televisión: un texto demanda (o debería demandar) de quien lo lee su atención y su voluntad de ser por un momento cómplice de otro ser humano en la creación de algo único.

Cortázar jugaba con las palabras, es la forma más precisa que encuentro para describir lo que hacía, no es una casualidad que el mundo de los niños se encuentre presente constantemente en sus cuentos y que su novela más emblemática se titule Rayuela. Amar la literatura no necesariamente implica solemnidad, y un ejemplo se encuentra en este texto que se desprende del primer tomo de La vuelta al día en ochenta mundos: un minicuento escrito ni más ni menos que por una raza de gallinas mutantes que se dispone a conquistar el universo.

* * *

Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocias por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.


* * *

De La vuelta al día en ochenta mundos, tomo I.
Julio Cortázar.
1967.




sábado, 17 de febrero de 2007

Fantomas















el comic original y el libro de Cortázar

El post sobre el Santo de mi amigo Gastón me hizo recordar un libro de Julio Cortázar que se llama Fantomas contra los vampiros multinacionales.

En una entrevista, Cortázar explicó que este libro está hecho a partir de un número real del cómic de Fantomas en el que se narraba cómo este tuvo que enfrentar a extraños enemigos de la literatura, que de alguna forma se las habían arreglado para desaparecer los libros del mundo y empezaron a mandar escritores al hospital si estos se atrevían a tratar de publicar algo.

Es en este punto de la narración donde aparece Cortázar, porque es uno de los muchos escritores mencionados (y en su caso, incluso dibujado) en la historieta. Cortázar llama a Fantomas para pedirle ayuda, porque le han dicho que si escribe una novela más ¡lo degüellan!

El Cortázar de carne y hueso encontró el argumento interesante y pensó en modificarlo especificando que los enemigos a los que Fantomas se enfrentaba no eran otros sino la CIA, la DIA, la GUA, la FOA, la REA, etc. Corporaciones interesadas en la destrucción de la cultura latinoamericana.

Puesto que a él no le pidieron permiso para usar su imagen en el cómic, Cortázar no vio problema en tomar algunas de las ilustraciones originales para intercalarlas incluso en el argumento de su narración.

Lo que me parece más interesante es que a pesar de a pesar de ser un libro de 1977, continúa siendo vigente en una Latinoamérica cuyas prioridades siguen sin ser la educación o la cultura, a pesar de que es evidente que son estas las vías mediante las cuales una persona puede realizarse y aspirar a alcanzar la libertad.

El resultado de la tremenda batalla que libró Fantomas en esta super aventura, no se los platico. Mejor chequen este fragmento con sus respectivas ilustraciones intercaladas (haciendo click en cada una de ellas pueden verlas más grandes) y si les gusta, bájenlo completo, se lee en Acrobat Reader.

¡Que lo disfruten!

* * *

De cómo el narrador alcanzó a tomar el tren in extremis (y a partir de aquí se terminan los títulos de los capítulos, puesto que empiezan numerosas y bellas imágenes para dividir y aliviar la lectura de esta fascinante historia).

Provisto de lectura en la forma que se acaba de explicar, el narrador trepó al expreso de París que ya tomaba velocidad, y después de catorce vagones protuberantes de turistas, hombres de negocios y una excursión completa de japoneses, dio con un compartimientos para seis, donde ya cinco confiaban en que con un poco de suerte tendrían más espacio. Pero plok, el narrador puso la valija la red y se constituyó del lado del pasillo, no sin prospectar en el asiento de enfrente a una rubia que empezaba por unos zapatitos con plataforma de lanzamiento estratosférico y seguía en sucesivas etapas hasta una cápsula platinada envuelta en el humito que precede al cero absoluto en Cabo Kennedy.

O sea que estos ñatos estaban así:

Lo más desagradable era que el cura, la señorita y el señor enarbolaban sendas publicaciones en el idioma nacional, tales como Le Soir, Vedettes Intimes, etcétera, razón por la cual parecía casi idiota abrir una revistita llena de colorinches en cuya tapa un gentleman de capa violeta y máscara blanca se lanzaba de cabeza hacia el lector como para reprocharle tan insensata compra, sin hablar de que en el ángulo inferior derecho había un avisito de la Pepsi Cola. Imposible dejar de advertir por lo demás que la rubia platinada desprendía una ojeada cibernética hacia la revista, seguida de una expresión general entre parece-mentira-a-su-edad y cada-día-se-nos-meten-más-extranjeros-en-el-país, doble deducción que desde luego dificultaría toda intentona colonizadora del narrador cuando empezara a reinar la atmósfera solidaria que nace en los compartimientos de los trenes después del kilómetro noventa. Pero las revistas de tiras cómicas tienen eso, uno las desprecia y demás pero al mismo tiempo empieza a mirarlas y en una de esas, fotonovela o Charlie Brown o Mafalda se te van ganando y entonces FANTOMAS. La amenaza elegante, presenta.


LA INTELIGENCIA EN LLAMAS

-Boletos –dijo el guarda.

Un episodio excepcional… arde la cultura del mundo… ¡Vea a FANTOMAS en apuros, entrevistándose con los más grandes escritores contemporáneos!

“¿Quiénes serán?”, pensó el narrador, ya captado como sardina en red de nailon pero decidido a aceptar la ley del juego y leer figurita por figurita sin apurarse como manda la experiencia de placer que todo zorro viejo conoce y acata, un poco a la fuerza es cosa de decirlo. En fin, la cuestión era que…


Cosa de entrar en conversación, hubiera sido tan agradable poder mostrarle una de las primeras figuras a la nena platinada y decirle: “¿A usted le parece que este señor tiene aire de ser el director de la biblioteca de Londres?”, para que ella renunciara por fin a sus Vedettes Intimes con tanto Alain Delon y Romy Schneider, porque en realidad ese señor parecía sobre todo un general retirado de Guadalajara, pero la sofisticada pasajera seguía línea a línea las incidencias matrimoniales de Sylvie Vartan, de manera que hubo tiempo de sobra para que el director de la biblioteca descubriera la ausencia de doscientos incunables, razón por la cual llamó horrorizado al patio escocés, más conocido por Scotland Yard, y el inspector Gerard, en fin, cualquiera podía asistir a la escena puesto que


-¿No le molesta que fume?

-Al contrario, casualmente iba a pedirle fuego –dijo la nena platinada extrayéndose con algún esfuerzo del divorcio de Claudia Cardinale.

-Se me ocurre que usted es italiana –dijo el narrador-, algo en el acento o en el pelo.

-Soy romana –dijo la nena, con gran éxito por parte del cura que le sonrió ecuménicamente.

-Justamente en Roma están pasando cosas terribles –dijo el narrador-, fíjese aquí.

-Non e possibile! –se contorsionó la nena después de mirar fijamente al diarero que anunciaba las nefandas nuevas-. ¿Se da cuenta que además han destrozado la biblioteca?

El narrador prefirió pasar por alto la ligera laguna cultural, máxime cuando lo que sucedía en la revista rebosaba de cultura, las bibliotecas europeas descubrían la desaparición de las obras de Víctor Hugo, Gautier, Proust, Dante, Petrarca y Petronio, sin hablar de manuscritos de Chaucer, Chesterton y H.G. Wells.


* * *

También hay una banda que se llama Fantômas. Y en su disco Director’s cut tienen una versión fantásticamente horripilante de El bebé de Rosemary, la pueden bajar acá.

sábado, 30 de septiembre de 2006

Más sobre escaleras


En un lugar de la bibliografía del que no quiero acordarme se explicó alguna vez que hay escaleras para subir y escaleras para bajar; lo que no se dijo entonces es que también puede haber escaleras para ir hacia atrás.

Los usuarios de estos útiles artefactos comprenderán sin excesivo esfuerzo que cualquier escalera va hacia atrás si uno la sube de espaldas, pero lo que en esos casos está por verse es el resultado de tan insólito proceso. Hágase la prueba con cualquier escalera exterior; vencido el primer sentimiento de incomodidad e incluso de vértigo, se descubrirá a cada peldaño un nuevo ámbito que si bien forma parte del ámbito del peldaño precedente, al mismo tiempo lo corrige, lo critica y lo ensancha. Piénsese que muy poco antes, la última vez que se había trepado en la forma usual por esta escalera, el mundo de atrás quedaba abolido por la escalera misma, su hipnótica sucesión de peldaños; en cambio bastará subirla de espaldas para que un horizonte limitado al comienzo por la tapia del jardín salte ahora hasta el campito de los Peñaloza, abarque luego el molino de la turca, estalle en los álamos del cementerio, y con un poco de suerte llegue hasta el horizonte de verdad, el de la definición que nos enseñaba la señorita de tercer grado. ¿Y el cielo, y las nubes? Cuéntelas cuando esté en lo más alto, bébase el cielo que le cae en plena cara desde su inmenso embudo.

A lo mejor después, cuando gire en redondo y entre en el piso alto de su casa, en su vida doméstica y diaria, comprenderá que también allí había que mirar muchas cosas en esa forma, que también en una boca, un amor, una novela, había que subir hacia atrás. Pero tenga cuidado, es fácil tropezar y caerse; hay cosas que sólo se dejan ver mientras se sube hacia atrás y otras que no quieren, que tienen miedo de ese ascenso que las obliga a desnudarse tanto; obstinadas en su nivel y en su máscara se vengan cruelmente del que sube de espaldas para ver lo otro, el campito de los Peñaloza o los álamos del cementerio. Cuidado con esa silla; cuidado con esa mujer.

Julio Cortázar,
De Último round, tomo II. 1969.

Instrucciones para subir una escalera


Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

Julio Cortázar,
De Historias de cronopios y de famas, 1962.

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas la uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Julio Cortázar,
De Historias de cronopios y de famas, 1962.

martes, 12 de septiembre de 2006

Sobre los amigos


Me acuerdo: estaba de espaldas, sudando, deshecho. Gemía despacio, con sacudidas bruscas que me exasperaban por un exceso de piedad, una piedad que acababa en cólera al verlo tan vencido, tan sordamente entregado.

Le lavé la cara con algodón y alcohol, lo enderecé, refrescándole las muñecas y los dedos, dándole masaje en los brazos. Ahora gemía menos, me miraba con cariño, un poco avergonzado, el pelo cayéndole por la frente. Lo peiné, lo hice instalarse cómodamente entre las almohadas. Olía a sudor y a ácido, a un comienzo de suciedad, como cera rancia. Cuando le traía café con leche y empezaba a dárselo a cucharaditas, la sangre le saltó por la nariz, un chorro incontenible. Tuve que echarle la cabeza hacia atrás, taponarlo con algodón; y los dolores volvían, y estaba como exasperado y espantado.

Después, aprovechando que tuve que irme dos días de Buenos Aires, entró en lo peor de su enfermedad y tuve el tiempo justo de verlo morirse una noche de salvaje luna blanca sobre el patio.

Me recuento esto porque cada día tengo más asco de nuestras amistades condicionadas. No creo que muchas resistieran una semana de convivencia física, de llevar trapos mojados, de enjugar vómitos.

Alguien me dice: “Me resultan inaceptables las amistades intelectuales”. Sé muy bien lo que busca expresar. Quiere amigos, no colegas. Pero aún así, qué distancia a la amistad. En Buenos Aires yo no podría (porque sé que no debo) llegar de sopetón a la casa de mi mejor amigo; hay que telefonear primero, ceremoniosamente. Además no se debe buscar dos días seguidos al mismo amigo –por eso tenemos tres o cuatro y los turnamos, y nos turnamos-; probablemente la segunda visita sería aburrida. Cambiando apenas un dicho italiano: L’amico e come il pesce: dopo tre giorni, puzza.

La segunda visita es aburrida porque la primera sirvió y sobró para la ejecución de la función amistosa: viz, para intercambiar todas las informaciones y pareceres canjeables, agotar juntos un espectáculo o una música, y gozar del cariño viéndose. Como baterías descargadas, hay que esperar cuatro o cinco días a que la tensión retorne. “¡Pero qué ganas de verte!” Aquí llamamos discreción al montaje habilidoso de la indiferencia. Me asombra advertir que mi mejor amigo me quiere en el fondo sin saber por qué; por lo irracional del cariño, y por los fragmentos personales que le confío. Lo peor es que evitamos con elegancia, deportivamente y con una gran belleza, esas postraciones de piel viva que cabe englobar en la atroz palabra confidencias. Pensar que ciertas cosas capitales en la vida de mi mejor amigo, las sé por terceros. Y aquí se roza el terreno de la especialización: no es raro que a otro (nada íntimo, por lo regular) le contemos sin temor lo que al amigo se calla. Hay un estante para sombreros y otro para calzoncillos.

No creo en los que tutean a los diez minutos y se tupac-amarutean una mujer a las dos horas. No creo en las confidencias, en la sexualidad verbal entre copas. Tuve pruebas de que vale menos que nuestra hidalga técnica del compartimento estanco.

Sólo duele verificar, en plena compañía, tanta isla insalvable.

Julio Cortázar,
De Diario de Andrés Fava, 1950/1995.

lunes, 31 de julio de 2006

Tu más profunda piel

No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacia de tu rostro una máscara de joven faraón nubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos. ¡Oh viajera de ti misma, máquina de olvido! Y entonces me paso la mano por la cara con un gesto distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra vez para arrancarme a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la pantalla de ese lecho donde vivimos las interminables rutas de un efímero encuentro.


Julio Cortázar
Tu más profunda piel (fragmento), de Último round, tomo I, 1969.

domingo, 30 de julio de 2006

Los exploradores

Tres cronopios y un fama se asocian espeleológicamente para descubrir las fuentes subterráneas de un manantial. Llegados a la boca de la caverna, un cronopio desciende sostenido por los otros, llevando a la espalda un paquete con sus sándwiches preferidos (de queso). Los dos cronopios-cabrestante lo dejan bajar poco a poco, y el fama escribe en un gran cuaderno los detalles de la expedición. Pronto llega un primer mensaje del cronopio: furioso porque se han equivocado y le han puesto sándwiches de jamón. Agita la cuerda y exige que lo suban. Los cronopios-cabrestante se consultan afligidos, y el fama se yergue en toda su terrible estatura y dice: NO, con tal violencia que los cronopios sueltan la soga y acuden a calmarlo. Están en eso cuando llega otro mensaje, porque el cronopio ha caído justamente sobre las fuentes del manantial, y desde ahí comunica que todo va mal, entre injurias y lágrimas informa que los sándwiches son todos de jamón, que por más que mira y mira, entre los sándwiches de jamón no hay ni uno solo de queso.

Julio Cortázar
De Historias de cronopios y de famas, 1962.