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martes, 11 de marzo de 2008

Hasta la madre de rock

En este libro viene uno de los primeros cuentos que encontré cuya temática giraba en torno al rock, hace ya bastantes años... jajaja bueno, no tantos. Me gusta mucho y siempre que lo leo me lo imagino con una tonada de fondo que yo misma inventé. El autor se llama Juan Martín Cárdenas y es un potosino que en la actualidad da clases en la UASLP.

El libro es de la editorial Ponciano Arriaga, y el tiraje fue de sólo 500 ejemplares, así que si les gusta el fragmento que les pongo, no lo duden y bájense el cuento completo, está chingón.


* * *
El día que nos vimos de nuevo llevé mis audífonos, para no perder la sincronía con la música que me acompañó durante la espera. Sentir el agobio del pulso acelerado y el humo de los vehículos, mientras miro por la ventanilla del ruta 100 cómo circulan los fantasmas citadinos; el saber que nos veríamos más o menos por aquí sin precisar el lugar, y en un momento parado en una esquina ver cómo se aproxima ese mar profundo de tus ojos, añil más intenso en esa tarde cuando abordamos otro autobús que nos llevaría a una fiesta. Viajar por la calzada de los misterios, como el de tus ojos, tu rostro, tu nombre, tu todo. Sólo te conozco a través de los estallidos rockeros que compartimos las otras ocasiones, y que me confirman tu presencia en las tardes solitarias. Bajamos en el mercado de la villa en donde la gente observa tu silueta descontextuada, contrastante, el color de tu vestido estrecho, tus piernas abriéndose paso entre las miradas curiosas y sorprendidas. Te sigo sin cuestionarlo mientras comemos gorditas secas de maíz como mazapanes, cuando el ruido en el altavoz del vendedor de perlas de hígado de tiburón que sirven para todo, ahoga el deseo por escuchar algo más musical y mirar más adentro de tu mirada azul, en donde se reflejan compases deshilados, percusión-bajos percusión-bajos percusión-bajos y el temblor de mis manos cuando te acercas y tu voz apenas me responde. Después de caminar media hora por calles grises como esta tarde, con las casas tan parecidas que juntan basura en sus banquetas, llegamos a donde te invitaron; ver por fin el interior de una de ellas, de gran patio y habitaciones del lado izquierdo, con los techos de láminas como en toda la colonia. El polvo del piso que vuela en los bailes frenéticos, los vidrios que tiemblan cuando golpea la batería el greñudo de los lentes oscuros, los otros con guitarras, bajos, teclados. Y el humo que circula con los cigarros que nos prenden. Luces de colores mezclándose con el aire de la noche, te persigo entre la masa de jóvenes a veces que te alejas, busco tu sensualidad que decapita mi cordura y el recuerdo del pasado diluido en unos tragos de vino tinto. En un rincón las latas de cerveza que todos tiran, frente a un muro estampado con una cruz negra. Al comunicarte que me retiro de todo y de todos te me pierdes entre la fiesta. Me encuentro de nuevo contigo ofreciéndome la copa de tinto, por cuyos bordes escurre la sangre que ha brotado de tu muñeca, herida con una tapa de lata de cerveza. Tus labios impregnados de ella, las marcas que dejaste en algunos botes de tecate, como fósiles de besos eróticos, en espera de encontrarlos para consumar lo que deseamos, lo que deseo, emerja de estas tumbas de mi pasado. Tu copa de tinto más rojo, el desafío de tomarlo y tomarte, fusionarnos entre el estallido del rock que envuelve la noche y contaminarnos de todo lo letal y lo placentero.