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lunes, 7 de julio de 2008

El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco

Este es el último libro que escribió el viejo Bukowski. Y no soy yo quien le dice viejo, es él quien se llama a sí mismo "viejo chocho" y da muy buenas razones por las que se le podría haber considerado así.

El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, está planteado en forma de diario, y recoge las impresiones, anécdotas y temores de un escritor que ya puede vivir de su trabajo, pero no se considera domesticado, se da cuenta de que sigue dejando semen y sudor en sus páginas, aunque ahora ya no sea su vieja máquina la que las escriba, sino su computadora, y no deja de observar sin autoengaño las ironías y pruebas a que la fama y el reconocimiento pueden someterte cuando fuiste un joven que se la pasaba borracho y nunca tenía para la renta, y luego de ser cartero casi hasta los cincuenta años, es cuando junto con su editor John Martin, decide dejar su empleo y probar suerte, con el resultado que ahora todos conocemos.

Bukowski divide sus últimos días entre su esposa Linda, la escritura ("Tienes una sola oportunidad y se acabó. Sólo quedan páginas, así que más te vale que echen humo") y como el gran observador que es, tiene mucho qué decir acerca del oficio del escritor, la música clásica y la gente. Esa gente que tiene que soportar si desea que arreglen su coche o le tapen las muelas, a pesar de que los considere pesados y monótonos. Esa gente que él sigue sintiendo tan lejana como cuando era joven y vagaba por la calle buscando algo, pero ya sin la esperanza de entonces, de encontrarlo.

El capitán... es un libro que le recomiendo ampliamente a quien ya haya leído a Charles Bukowski. Si tú aún no lo conoces, pero te interesa hermanx, yo sugiero que empieces con Cartero, le sigas con La senda del perdedor, te recetes La máquina de follar, Mujeres, Hollywood y todos los poemas que quieras, y ya entonces le entres a este librito, que te va a completar muy bien el panorama y seguramente vas a disfrutar.

15/09/92 .....................................01.06 h.

Y luego hablan del bloqueo del escritor. Creo que me mordió una araña. Tres veces. Me vi 3 grandes marcas rojas en el brazo izquierdo la noche del 08/09/92. A eso de las 9. Sentía un ligero dolor al tacto. Decidí no hacer caso. Pero a los 15 minutos le enseñé las marcas a Linda. Ella había tenido que ir a Urgencias ese mismo día. Algo le había picado en la espalda. Ahora eran más de las 9, todo estaba cerrado excepto el Servicio de Urgencias del hospital local. Yo ya había estado allí antes: me había caído a una chimenea encendida estando borracho. No me había caído directamente al fuego, sino a la superficie caliente, con pantalones cortos. Y ahora esto. Estas marcas.

—Creo que me sentiría un poco ridículo si voy allí sólo por estas marcas. Les entra gente cubierta de sangre, que ha sufrido accidentes de coche, apuñalamientos, tiroteos, intentos de suicidio, y yo lo único que tengo son las 3 marcas estas.

—No quiero despertarme por la mañana con un marido muerto —dijo Linda.

Me lo pensé unos 15 minutos.

—Muy bien, vamos —dije.

Aquello estaba muy tranquilo. La señora del mostrador estaba hablando por teléfono. Estuvo al teléfono bastante tiempo. Luego terminó de hablar.

—¿Sí? —nos preguntó.

—Creo que me ha picado algo —dije—. A lo mejor hay que echarle un vistazo.

Le di mi nombre. Estaba metido en el ordenador. Última visita: cuando tuve la tuberculosis.

Entré en una sala. La enfermera hizo lo de costumbre. Tensión arterial. Temperatura.

Luego el médico. Me examinó las marcas.

—Parece de una araña —dijo—. Suelen morder 3 veces.

Me pusieron una inyección antitetánica y me prescribieron antibióticos y Benadryl.

Pasamos por una farmacia que abría toda la noche para comprar los medicamentos.

Tenía que tomar una cápsula de Duricef 500 mg cada 12 horas. El Benadryl, una cada 4 o 6 horas.

Y empecé. Y esto es a lo que iba. Un día después o así empecé a sentirme como cuando estuve tomando los antibióticos para la tuberculosis. Sólo que en aquella ocasión, debido a mi estado general de debilidad, apenas podía subir y bajar por las escaleras, y me tenía que ayudar agarrándome a la barandilla. Ahora era sólo la sensación de náusea, la flojera mental. El cuerpo entero enfermo, la mente entera aplanada. Al tercer día me senté al ordenador para ver si salía algo. Y allí me quedé, sentado. Así es como debe sentirse uno, pensé, cuando finalmente te abandona. Y no puedes hacer nada. A los 72 años, siempre era posible que me abandonara. La capacidad de escribir. Era un miedo. Y no se trataba de la fama. Ni del dinero. Se trataba de mí. Necesitaba el desahogo, el entretenimiento, la liberación de la escritura. La seguridad de la escritura. Aquel maldito trabajo. Todo el pasado no significaba nada. La reputación no significaba nada. Lo único que importaba era la siguiente línea. Y si la siguiente línea no llegaba, estaba muerto, aunque técnicamente estuviera vivo.

Han pasado ya 24 horas desde que dejé de tomar los antibióticos, pero sigo sintiéndome bajo, un poco enfermo. A esto que escribo le falta chispa y riesgo. Qué le vamos a hacer, chico.

Ahora, mañana, tengo que ir a ver a mi médico de cabecera para que me diga si necesito más antibióticos o qué. Sigo teniendo las marcas, aunque ya no son tan grandes. ¿Quién sabe qué demonios puede pasar?

Ah, sí. Justo cuando me marchaba, la amable señora del mostrador de recepción empezó a hablar de picaduras de araña.

—Sí, tuvimos aquí a un chico, una vez, de unos veinte años. Le picó una araña, y ahora está paralizado de la cintura para arriba.

—¿En serio? —le pregunté.

—Sí —dijo—. Y luego tuvimos otro caso. Un hombre que...

—No importa —le dije—. Tenemos que marcharnos.

—Bueno —dijo—, que tengan una buena noche.

—Y usted también —dije.

* * *


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco.
Editorial Anagrama.
2000.

Descárgalo completo aquí.

lunes, 5 de mayo de 2008

Moho No.13


En esta ocasión dejo por acá una muestra de Moho, la revista que produce Guillermo Fadanelli. A mí me gusta porque el material es crudo y directo, literatura cínica y sin pretensiones al lado de buenos textos sobre filosofía, cómics absurdos, ilustraciones kitsch y una entrevista delirante al organista de un Sanborns.

Lo que les dejo el día de hoy, vendría a ser una contraparte a otro texto de Fadanelli que también es sobre escritores y lectores. No es necesariamente para estar de acuerdo, sino para explorar distintos puntos de vista ¡Disfruten de esta probadita y no olviden que el desayuno es la comida más importante!

* * *

Hace varios días, un amigo joven y escritor (ingredientes miserables) me comentó que publicaría un libro, ¿para qué? le pregunté. Hace falta tener escasa sensibilidad para añadir un poco más de basura al cesto editorial. A nadie le importa tu libro, sólo gastarás papel, espacio en librerías y añadirás un nombre más al directorio telefónico de los escritores. Carajo, le advertí, mejor hazte una puñeta. “Si eso hubiera pensado Moravia o Joyce nos habríamos perdido de sus obras magníficas”, fue el argumento que escogió para defenderse; ya saben que los escritores adoran los mitos, las frases célebres, creen que todo pueden solucionarlo con un buen aforismo. Le pregunté si esperaba vender su libro, a lo que respondió afirmativamente: “Por supuesto, si sólo son mil ejemplares”. A nadie le interesa leer tu obra, y menos en México; prefieren la televisión o el radio, información que no pase por el cerebro, y en caso de que se les ocurriera leer un libro, allí están las parábolas de Cuauhtemoc Sánchez o las sentencias elementales de Luis Pazos, o la chabacanería maternal de las escritoras de realismo magic and wonderful. Y no sólo eso, antes de comprar tu novela preferirán un libro que les aconseje cómo vivir mejor, cómo comer mejor, cómo coger mejor, cómo escupir mejor, cómo ser el primero en comer, en coger, en escupir. Por Dios, ¿a quién le importa tu puta novela? pregunté a mi gran amigo. “Yo no escribo para la masa, dijo el palurdo, sino para las élites, para aquellos capaces de apreciar la literatura, para las sensibilidades poco comunes.” ¿Para los universitarios? pregunté. Porque los universitarios sólo leen a los clásicos y además lo hacen para pasar el examen. Además, mucho antes que a ti, las élites van a leer a Moravia, a Joyce, a Proust, Kafka, Musil, Handke, Canetti, Beckett, Roth, Benjamín y varios miles, y después de leer a los europeos van a seguirse con Carpentier, Neruda, Sabato, Borges, Lezama, Cortázar, Piglia, Arlt, Asturias, Güiraldes, Puig, García Márquez, Donoso, y otros miles, y después van a leer a los mexicanos, a Sor Juana, Reyes, Torri, Guzmán, Yánez, Paz, Fuentes, Spota, Arreola, García Ponce, Ibargüengoitia, Arredondo, y otros miles. Y después van a leer a los escritores que promueven las editoriales (listas de libros más vendidos), y a los jóvenes promesas (escogidos de antemano, naturalmente) y después, mucho después, van a sentarse al excusado y a la mejor allí hojearán un libro tuyo. Y sólo si el libro les fue regalado porque estando los precios de ese calibre, dime si alguien, a no ser que sea tu mamá, va a soltar cincuenta pesos por un libro tuyo; antes comprarían a los miles y miles de escritores que llegaron antes que tú. ¿Qué te parece? ¿No es mejor hacerse una puñeta?

La discusión no continuó. Ningún argumento es bueno para un escritor entusiasmado; no pude disuadirlo y en unas semanas el pobre publicará su novela. Tiene deseos de ser alguien.



miércoles, 23 de abril de 2008

En la Ruta de la Onda


Aprovecho el
Día mundial del libro y el derecho de autor, para retomar este espacio que tanto me gusta, y al mismo tiempo compartir un texto que es clave para enterarse de cómo pasaron las cosas en torno al nacimiento del rock tanto en Estados Unidos como en México: un ensayo histórico y filosófico desde el mismísimo interior del movimiento, donde Parménides García Saldaña nos lo cuenta todo con la naturalidad, el sentido crítico y la crema que nunca le faltan.

Del "incidente" de Altamont a Jack Kerouac, los beatniks y el jazz, James Dean, Elvis Presley y el papel del negro en la música gabacha, Bob Dylan, el folk, la onda yippie, el lenguaje de la onda, la marihuana, "el ñero", la falocracia y las pandillas, Tin Tán, el swing, "el junior", la clase media, Chuck Berry, la beatlemanía y la desacralización de los Rolling Stones...

Este es un libro que todos los rockers deben conocer y difundir. Acompáñenlo con cerveza fría, un porro y por supuesto ¡mucho rocanrol!

* * *

En el lenguaje de la onda está el síntoma del adolescente clase media por vivir la aventura. Ir hacia ese modo distinto de hablar –penetrando en los barrios bajos- es viajar hasta la fuente de la libertad que se cree localizable en los impulsos, en el instante. En ese instante donde no interviene la conducta condicionada, predeterminada por la educación y las convenciones, sino que sólo requiere la participación del individuo en el momento: la vida hay que vivirla. En el otro lado de la conciencia.

El lenguaje de la onda desconoce sistemas, leyes, porque es creado de lo efímero, es creado para el instante. El lenguaje de la onda, así visto, es una de las formas que contienen el signo de la rebeldía. Pasando el tiempo tal vez es el único resto más o menos perdurable del cadáver de toda onda, porque en él esa onda –una onda- trató de definirse, perpetuarse, buscar una interpretación a su divergencia.

Brandito ya tiene su uniforme que lo hace temido, despreciado. Su creencia en ese aspecto temible y despreciable lo hacen sentirse. El uniforme es para indicar su presencia a los otros. Él tiene el poder en las calles donde ha llegado su fama. Y sólo comparte el poder con los que personifican como él mismo el papel de branditos en la ciudad de México.

Estos brandos traducidos al mexicano son los pioneros de la onda que llegaron a la ciudad de México en la primera mitad de la década de los cincuenta. ¿Cuál era su onda?

Las pandillas: Chicos Malos de Peralvillo, Gatunos del sur de la ciudad de México, Los Nazis de Portales, Los Azotes de la Narvarte, los de la Roma. Célebres fueron El Flotador, La Monina, Pepencho, La Marrana, El Poli. ¡Aquí la Guerrero!

Sus victorias en pleitos callejeros contra pandillas de otras calles los hicieron famosos más allá de sus colonias. Se les temió y aborreció. Fueron los Chavos Más Malditos de México. Arrojados, audaces, valientes, sin miedo al peligro, al filo de la muerte. Fríos ante la calaca. El cine estaba en las calles. “Juventud desenfrenada” que fue sólo el reflejo de la desenfrenada mente del cine mexicano. Marlon Brando se ha multiplicado. Marlon Brando se ha vuelto representación, reflejo. La onda fue ser el más listo, tiro con las viejas. La onda fue traer la mejor nalga. La onda fue ser el más chingón para los chingadazos. La onda fue aguantar todo más que los cuates: más alcohol en la sangre, más venidas con las viejas. La onda es resistencia.

Entre más rudo, frío, indiferente, se era el más chingón. ¿Y quién tenía un lenguaje tan áspero, salvaje, original, audaz como nuestro ondero brandonero? Pues el ñero. Mis ñeros, que son mis carnales, mis hermanos del alma, mis camaradas, mis tovariches, mis partners.

Is barniz. El ñero es nuestro manito, nuestro compita, el carnal que comparte nuestras penas y nuestras alegrías, nuestro blues y nuestro rhythm & blues. Nuestro ñero entiende nuestra onda porque anda en la misma onda que nosotros. Con el mismo blues en la sangre.

* * *

Para leerlo completo
¡Descárgalo acá!


EN LA RUTA DE LA ONDA
Parménides García Saldaña
Ed. Diógenes
1972


jueves, 8 de noviembre de 2007

El libro en el ocaso del humanismo

Este es un ameno y poco pretencioso ensayo de Guillermo Fadanelli, en un afán por plantear algunas preguntas en torno al papel de los libros y el oficio del escritor en nuestra actual sociedad:
¿por qué la gente está cada vez menos interesada en leer?


A ver qué les parece este fragmento:

Tenemos casi un siglo asombrándonos frente al espejo. ¿Qué caso tiene dedicarle una página más a la sociedad de masas? Una multitud va a la plaza para protestar por el aumento en los precios de servicios o para exigir la renuncia de un funcionario. Pero la masa en realidad no está en la plaza, es el ojo que mira extasiado a esa curiosa multitud que reclama airada delante de las cámaras de televisión. Después del mitin, los participantes vuelven a sus casas, encienden la televisión, ven sus rostros en el noticiario nocturno, se reconocen, están allí, son protagonistas. Por unos momentos han experimentado la efímera sensación de ser entes históricos que expresan sus convicciones en la plaza pública. Hace unos años, cuando vivía en el centro de la ciudad de México tuve la oportunidad de ser testigo de una escena que aún no he podido olvidar:

Uno de los pisos más altos de una torre de veinte pisos comienza a incendiarse. Las llamas hacen estallar los cristales. Los empleados corren despavoridos escaleras abajo tratando de salvar su vida. No han pasado más de cinco minutos cuando dos helicópteros de las cadenas más importantes de noticias sobrevuelan el edificio. En diez minutos, cientos de periodistas en tierra y aire están produciendo información sobre el accidente. Los últimos en llegar son los bomberos quienes, además, dan muestras de poseer una tecnología precaria, incapaz de competir con el sofisticado equipo de los periodistas. Sus escaleras no son lo suficientemente largas y sus mangueras tienen cientos de pequeños orificios por donde escapa el agua. El gentío, que desde una prudente distancia observa el siniestro, sonríe divertido. Además el buen humor de los espectadores se puede deducir de este episodio que la sociedad invierte más dinero en la comunicación que en su modesto cuerpo de bomberos: el negocio de la exhibición de la realidad no su transformación.

Jean Baudrillard, quien ha escrito varios libros acerca de la sociedad contemporánea, sostiene que no estamos instalados en el drama de la alienación sino en el éxtasis de la comunicación. Una sociedad carente de ilusiones revolucionarias, ansiosa de noticias que ocupen los cuartos vacíos de su memoria. El joven impetuoso y pedante, Simon Tanner, personaje voz de una novela de Robert Walser exclama: “No quiero un futuro, lo que quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo se tiene un futuro cuando no se tiene un presente.” Así parece expresarse la masa, hundida en el éxtasis de las telecomunicaciones: queremos tener noticias sólo de nuestro presente para de esa manera ser futuro sepultando el pasado.

Nuestros vecinos, las personas con quienes tenemos relación en la plaza pública, en el ciberespacio, carecen en general de opiniones razonadas, están saturados de habladurías, son consumidores de slogans, y no es necesario acudir una vez más a Nietzsche o a tantos escritores y filósofos quejumbrosos para probar que los hombres actuales se sienten más cómodos evitando reflexionar o pensar por sí mismos. ¿Pero acaso se quiere un mundo donde todos sean filósofos? En absoluto, nada más pretencioso además de imposible, sólo que quien renuncia a la lectura no se acostumbra a pensar –quiero decir a ser crítico, a establecer diferencias, a reflexionar e intentar comprender la complejidad de lo real– porque no rebasa los límites de ser pura presencia. Deja morir las palabras en la dulce inmovilidad de la superficie.

El hombre contemporáneo prefiere ver, es mirón, desea ser antes que nada espectador, pero su voz interior se empobrece porque no tiene manera de abrirle paso con una gramática: el paso de lo sensible a lo inteligible se pierde para siempre. Una hipótesis distinta es que el hombre lúdico se ha liberado por fin de la gramática, eligiendo la aventura del caos sobre el lógico ejercicio de cualquier ciencia del lenguaje, y renunciando a poner en juego sentimientos intransferibles, imposibles de ser representados. Ojalá esto fuera posible, pero ninguna sociedad contemporánea puede ya elegir ese camino porque el tren corre a una velocidad que no nos permite descender a riesgo de morir en la caída: el tren corre hacia un final predecible y ridículo. El juego, el arte, lo bello, la actividad impráctica como recursos individuales para estar en el mundo suponen riesgos que una sociedad globalizada obsesionada por elevar los niveles de producción no puede permitirse. La hipótesis del triunfo del hombre lúdico hace agua por todos lados.

* * *

En busca de un lugar habitable,
el libro en el ocaso del humanismo.

Fadanelli, Guillermo.
Ed. Almadia, 2006.

* * *

viernes, 8 de septiembre de 2006

aire y luz y tiempo y espacio


ya sabes, la familia, el trabajo,
siempre ha habido algo
en mi camino
pero ahora
he vendido mi casa, he encontrado este
sitio, un estudio grande, tienes que ver qué espacio y
qué luz.
por primera vez en mi vida voy a tener un sitio y tiempo para
crear.

no, hijo, si vas a crear
crearás aunque trabajes
16 horas diarias en una mina de carbón
o
crearás en un cuarto pequeño con 3 niños
mientras no cobras más que
el paro.
crearás como parte de tu mente y de tu
cuerpo
destrozados.
crearás ciego
mutilado
demente,
crearás con un gato subiéndote por la
espalda mientras
la ciudad entera se estremece ante un terremoto, un bombardeo,
una inundación, un incendio.

hijo, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con la creación
y no crean nada
más que, quizá, una vida más larga para
encontrar nuevas
excusas para no hacerlo.

Charles Bukowski,
De Peleando a la contra.

domingo, 3 de septiembre de 2006

Usted pregunta si sus versos son buenos...


Usted pregunta si sus versos son buenos. Usted me lo pregunta. Ya lo ha preguntado a otros. Usted los envía a revistas. Usted los compara con otros poemas y usted se alarma cuando algunas redacciones descartan sus ensayos poéticos. En lo sucesivo (ya que me permite aconsejarlo) le suplico renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia afuera; sobre todo, es lo que debe evitar en lo sucesivo.
Nadie le puede dar consejo o ayuda. No hay más que un solo camino. Entre en usted mismo, busque la necesidad que lo obliga a escribir: examine si sus raíces penetran hasta lo más profundo de su corazón. Confiésese a usted mismo: ¿moriría si le estuviese vedado escribir? Sobre todo esto: pregúnteselo en la hora más silenciosa de la noche: “¿verdaderamente me siento apremiado para escribir?”. Hurgue en sí mismo hacia la más profunda respuesta. Si es afirmativa, si puede enfrentar una pregunta tan grave con un fuerte y simple: “Debo”, entonces construya su vida de acuerdo con esta necesidad.
Su vida, hasta en sus momentos más indiferentes, los más vacíos, debe convertirse en signo y testimonio de tal impulso. Entonces acérquese a la naturaleza. Intente decir, como si usted fuera el primer hombre, aquello que usted ve, vive, ama, pierde. No escriba poemas de amor. Evite de inmediato los temas más comunes: son los más difíciles. Ahí donde las tradiciones se han manifestado seguras, numerosas, a veces brillantes, es donde el poeta debe aguardar la madurez de su fuerza. Huya de los grandes temas, escoja los que la cotidianeidad ofrece. Diga sus tristezas y deseos, los pensamientos que lleguen a su cabeza, su fe en una belleza. Diga todo esto con una sinceridad íntima, tranquila y humilde. Use para expresarse las cosas que lo rodeen; las imágenes de sus sueños, los objetos de sus recuerdos. Si su cotidianeidad le parece pobre, no la culpe. Cúlpese a sí mismo de no ser lo suficiente poeta para encontrar sus riquezas. Para el creador nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes. Aún si estuviera en una prisión donde los muros acallaran todos los ruidos del mundo, ¿no podría recurrir a su infancia, esa preciosa, esa imperial riqueza, ese tesoro de recuerdos? Envíe allá su espíritu. Intente sacar a flote las impresiones sumergidas en ese vasto pasado. Se fortalecerá su personalidad, su soledad se poblará y se convertirá en una morada en las horas inciertas del día, cerrada a los ruidos del mundo. Y si de ese regreso a usted mismo, de esa inmersión en su propio mundo, vienen a usted los versos, entonces usted no soñará con preguntar si son buenos esos versos. No tratará de interesar a las revistas en esos trabajos, porque usted disfrutará como de una posesión natural, que le será querida como uno de sus modos de vida y expresión.
Una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. Es la naturaleza de su origen quien la juzga. Así, estimado señor, no tengo para usted otro consejo que éste: intérnese en usted, sondee las profundidades donde su vida tiene su origen. Es ahí donde encontrará la respuesta a la pregunta: ¿debe usted crear? De esta respuesta recoja el sonido sin forzar el significado. Puede ser que el Arte os llame. Entonces, escoja tal destino, llévelo con su peso y grandeza sin exigir jamás recompensa alguna del exterior. Porque el creador debe ser todo un universo para sí mismo, hallar todo en sí y en el fragmento de la Naturaleza a la que él está unido.
Podría ser que después de este descenso hacia sí mismo, en su soledad individual, debiese renunciar a convertirse en poeta (bastaría, considero, sentir que se puede vivir sin escribir para que haya que prohibirse la escritura). De cualquier modo, esta inmersión que pido a usted, no habrá sido vana. Su vida le deberá a ella sus caminos. Que esos caminos le sean buenos, felices y extensos, se lo deseo más de lo que sabría expresar.

Rainer Maria Rilke,
De Cartas a un joven poeta, 1929.