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lunes, 9 de julio de 2012

Manifiesto Mexicano


Bolaño está de moda, sí. A mí me gusta decir que está sobrevalorado y ya escucho cómo me están mentando la madre. Con justa razón, porque a veces releo los Detectives y sé que basta una frase para cerrarnos el hocico a todos. Otras veces, aparece un cuentito como éste y es imposible no sentir su rostro asomándose en el nuestro. A medida que avanzan las páginas nuestra boca adopta esa misma sonrisa triste, sentimos la urgencia de fumar un cigarrillo y nuestros ojos se quedan quietos, como rozando alguna niebla; sí, ya saben cómo.


viernes, 18 de mayo de 2012

Historia con Monstruos




Un día alguien me prestó un libro y olvidó pedirlo de vuelta. En ese libro venía este cuento y este cuento lo leí mil veces hasta que, otro día, no pude evitar regalar el libro a alguien más esperando que, como yo, leyera ese cuento hasta cansarse. A veces me gusta pensar que es un libro vagabundo, que gusta viajar de mano en mano, de librero en librero, buscando a ese último lector que por fin decida prenderle fuego.

Ayer, otro ejemplar idéntico cayó en mis manos y pasé toda la noche transcribiendo el cuento que tanto me había fascinado: Historia con Monstruos. El autor es Rodrigo Fresán, un argentino al que no he dejado de leer desde entonces, aun cuando la mayoría de sus libros son realmente difíciles de conseguir aquí en el D.F. Les resumo un poco la historia: Stanley Kubrick y la Ciencia Ficción, Susan Cabot y el Cine B, Diane Arbus y sus fotografías de "gente especial" y fenómenos de circo, ambulancias con fondo musical de los Violent Femmes...; y uno no puede dejar de preguntarse quién chingados se cree este argentino para escribir un cuento tan jodidamente bueno a partir de retazos de otras historias. Un texto, en verdad, fuera de quicio.

Bájenlo de acá:


HISTORIA CON MONSTRUOS RODRIGO FRESÁN ALMANAQUE: INVASORES DE MARTE (Antología) Editorial Mondadori 2000

sábado, 3 de septiembre de 2011

El sino del escorpión


Ninguna fatalidad pesa sobre los escorpiones aparte de la fatalidad de que todo mundo los considere como tales, de modo que se ven en la necesidad de vivir bajo las piedras húmedas y entre las hendiduras de los edificios, en los rincones sin luz, una vida enormemente secreta y nostálgica después de haber devorado dulce y lentamente a su madre. Ahí están los escorpiones, sin saber nada de sí mismos, mientras otros animales cuando menos tienen una vaga referencia de su propio ser; pero los escorpiones no. En su tremendo mundo de sombras únicamente les está permitido mirar a sus semejantes, a nadie más. Y aun la enternecedora circunstancia de haber devorado a su madre les impide obtener la información que hubiese podido proporcionarles, respecto al mundo, alguien de mayor experiencia que ellos.


Al escorpión sus semejantes lo trastornan y lo hacen sufrir de un modo indecible porque, sobre todo, no sabe si sus semejantes son diferentes a él o en absoluto, no se le asemejan en nada, como suele ocurrir. Trata entonces de verse de algún modo y comprende que ninguna mejor forma de verse que la de ser nombrado. Pues él ignora cómo se llama y también que no puede ser visto por nadie.


Anhela al mundo. Trata de conocer a los otros seres de la naturaleza, en particular –ignorándolo– a los que menos lo quieren y menos lo comprenden. Se imagina que sería bello estar a su lado, servirles, adornarles la piel con su hermoso cuerpo de oro. Pero es imposible.


Así, sufre un sobresalto espantoso cuando, sobre la pared blanca –esa superficie lunar y ambicionada que tan enfermizamente le fascina–, se abate sobre él la persecución injusta y sin sentido, ya que no trataba de hacer mal a nadie. Su estupor no tiene límites: más bien muere de estupor antes de que lo aplasten, porque en cierta forma aquello le parece de una alevosía indigna de aquel ser a quien tanto deseaba observar, contemplar y tal vez amar, ¿por qué no?, si ese ser, que lo hace con otros, se dignara darle un nombre a él, al pobre ecorpión.


Nadie ha podido explicarle –por supuesto– que esa secreción suya es veneno. ¿Quién podría decírselo? Ningún animal, ningún otro ser viviente podría decírselo, ya que, al sólo verlo, sin averiguar sus intenciones, lo matan enseguida y aun él mismo muere, si nadie lo mata, después de hundir sus amorosas tenazas en aquel cuerpo. (El piensa que aquello es un simple acto amoroso, unas nupcias en que se comunica con el mundo y se entrega desinteresadamente, sin que cuente siquiera con la parte de suicidio inesperado que tal acto contiene). De aquí que entre los escorpiones no pueda existir la tradición; ninguno puede decir a sus descendientes: no hagas esto o aquello, no salgas bajo la luz, no aparezcas en las paredes blancas, no te deslices, no trates de acariciar a nadie, pues ninguno de ellos ha vivido para contarlo. Sufren de tal suerte la más increíble soledad, sin saber cuando menos que son bellos. Aparecen, cuando lo hacen, tan sólo por curiosidad de sí mismos: es el único ser de la naturaleza al que le está prohibido ser Narciso y sin embargo se empeña en verse, porque nadie se ve si no lo han visto, ni cuando, si lo ven, muere.


Como no pueden otra cosa y se pasan la vida escuchando lo que ocurre en el mundo exterior, los escorpiones se dan entre sí los más diversos nombres: amor mío, maldito seas, te quiero con toda el alma, por qué llegaste tan tarde, estoy muy sola, cuándo terminará esta vida, déjame, no sabría decirte si te quiero. Palabras que oyen desde el fondo de los ladrillos, desde la podredumbre seca y violenta, entre las vigas de algún hotelucho, o desde los fríos tubos de hierro de un excusado oloroso a creolina. Porque ellos, repetimos, no saben que se llaman escorpiones o alacranes. No lo saben. Y así, sin saberlo, se sienten requeridos por alguien en las tinieblas, entre besos húmedos o pobres centavos que suenan sobre una mesa desnuda, y salen entonces para ser muertos y para que se hable de ellos en los lavaderos donde las mujeres reprenden a los niños, y los niños de pecho devoran a sus madres apenas sin sentirlo. Aquello resulta un espantoso fraude –piensan los escorpiones–. ¿Para qué nos dijeron aquellas palabras que nosotros creíamos nuestro nombre? ¿Para qué llamarnos malditos, ni eso de ya no trajiste el gasto otra vez, ni aquello de andas con otro, ni lo absurdamente final de te quiero como anadie en el mundo, si todo era para matarnos, si todo era para no dejarnos se testigos de lo que amamos con toda el alma y que a lo mejor es el hombre?


José Revueltas
Material de los Sueños

EDICIONES ERA

2007


domingo, 21 de marzo de 2010

Armando Vega-Gil, dos cuentos



Además de todo su desmadre como parte de la genial Botellita de Jerez, Armando Vega-Gil, se ha dedicado a un chingo de cosas más. Ha transitado por la literatura, el periodismo, el cine, el radio, el teatro y hasta de trata de blancas y de narcomenudeo se le acusa al canijo. 

Dentro del campo de las letras, se le ubica sobre todo por sus crónicas rockeras desmadrosas y escatológicas, que todos conocemos bajo el nombre de "Diario Íntimo de un Guacarrocker", publicadas durante muchos años en la revista La Mosca. Sin embargo, sus incursiones dentro la escritura no terminan ahí.  En el 2006, se hizo merecedor del codiciadísmo -ay sí- Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, lo cual lo consolidó como un escritor "serio" (ja), más allá del contexto contracultural (jaja). En todo caso, lo cierto es que el Vega-Gil, es todo un estilo por sí mismo y, tomando como estafeta el humor, en su arista más negra y guarra, es capaz de recorrer toda una gama de temas y matices muy poco explorados por otros escritores. 

Aquí les dejo un par de cuentos, incluídos en su antología "CUENTA REGRESIVA, y otras fábulas supernumerarias". A ver qué les parece el guacarrocker: 






(PD. Karla Verde anda desaparecida. Esperemos que vuelva pronto. Mientras tanto, parece que me dejó a cargo del changarro. A ver qué pasa).

domingo, 8 de noviembre de 2009

Todo en un punto


Hubo dos libros culpables de que algún día, cuando niño, yo quisiera estudiar astrofísica. El primero fue La Historia del Tiempo de Stephen Hawking; el segundo, Las Cosmicómicas de Italo Calvino. Quisiera hablarles de éste último. Tonto de mí, cuando lo leí tenía unos 10 años y mordí el anzuelo. No me daba cuenta de que la astrofísica me importaba un carajo, en realidad eran los libros y la literatura de lo que me había quedado enganchado.


Desde entonces considero a Las Cosmicómicas como uno de los libros más divertidos que he leído. Aquí, Italo Calvino parte de un puñado de artículos científicos, siempre citados al inicio del texto, para crear pequeñas historias o fábulas que no cesan de causar sorpresa en cada línea. No sé cómo, pero Calvino es capaz de hacernos sentir niños a quienes, por primera vez, les explican el mundo de nuevo; siempre recordándonos que, al final de todo, la ciencia es sólo eso: La narración de un maravilloso cuento que intenta contarlo todo.


Cada historia se desarrolla en la voz de Qfwfq, un personaje que tiene la edad del universo y que puede dar fe de todo lo que ha pasado. El origen de la materia, los dinosaurios, juegos en donde las galaxias son bicicletas y el tiempo una pista de carreras; Qfwfq ha estado en todas partes, en cualquier momento. La ciencia-ficción funge aquí como un pretexto para dar pie a una fantasía que intenta definir a la naturaleza humana, en su relación con el cosmos, de una forma poética, lúdica y hermosa. 




En fin, me callo.  Les dejo uno de los cuentos más característicos del libro. Avísenme si quieren más:

Todo en un punto.

Las Cosmicómicas

de Italo Calvino

Ediciones Minotauro


martes, 11 de marzo de 2008

Hasta la madre de rock

En este libro viene uno de los primeros cuentos que encontré cuya temática giraba en torno al rock, hace ya bastantes años... jajaja bueno, no tantos. Me gusta mucho y siempre que lo leo me lo imagino con una tonada de fondo que yo misma inventé. El autor se llama Juan Martín Cárdenas y es un potosino que en la actualidad da clases en la UASLP.

El libro es de la editorial Ponciano Arriaga, y el tiraje fue de sólo 500 ejemplares, así que si les gusta el fragmento que les pongo, no lo duden y bájense el cuento completo, está chingón.


* * *
El día que nos vimos de nuevo llevé mis audífonos, para no perder la sincronía con la música que me acompañó durante la espera. Sentir el agobio del pulso acelerado y el humo de los vehículos, mientras miro por la ventanilla del ruta 100 cómo circulan los fantasmas citadinos; el saber que nos veríamos más o menos por aquí sin precisar el lugar, y en un momento parado en una esquina ver cómo se aproxima ese mar profundo de tus ojos, añil más intenso en esa tarde cuando abordamos otro autobús que nos llevaría a una fiesta. Viajar por la calzada de los misterios, como el de tus ojos, tu rostro, tu nombre, tu todo. Sólo te conozco a través de los estallidos rockeros que compartimos las otras ocasiones, y que me confirman tu presencia en las tardes solitarias. Bajamos en el mercado de la villa en donde la gente observa tu silueta descontextuada, contrastante, el color de tu vestido estrecho, tus piernas abriéndose paso entre las miradas curiosas y sorprendidas. Te sigo sin cuestionarlo mientras comemos gorditas secas de maíz como mazapanes, cuando el ruido en el altavoz del vendedor de perlas de hígado de tiburón que sirven para todo, ahoga el deseo por escuchar algo más musical y mirar más adentro de tu mirada azul, en donde se reflejan compases deshilados, percusión-bajos percusión-bajos percusión-bajos y el temblor de mis manos cuando te acercas y tu voz apenas me responde. Después de caminar media hora por calles grises como esta tarde, con las casas tan parecidas que juntan basura en sus banquetas, llegamos a donde te invitaron; ver por fin el interior de una de ellas, de gran patio y habitaciones del lado izquierdo, con los techos de láminas como en toda la colonia. El polvo del piso que vuela en los bailes frenéticos, los vidrios que tiemblan cuando golpea la batería el greñudo de los lentes oscuros, los otros con guitarras, bajos, teclados. Y el humo que circula con los cigarros que nos prenden. Luces de colores mezclándose con el aire de la noche, te persigo entre la masa de jóvenes a veces que te alejas, busco tu sensualidad que decapita mi cordura y el recuerdo del pasado diluido en unos tragos de vino tinto. En un rincón las latas de cerveza que todos tiran, frente a un muro estampado con una cruz negra. Al comunicarte que me retiro de todo y de todos te me pierdes entre la fiesta. Me encuentro de nuevo contigo ofreciéndome la copa de tinto, por cuyos bordes escurre la sangre que ha brotado de tu muñeca, herida con una tapa de lata de cerveza. Tus labios impregnados de ella, las marcas que dejaste en algunos botes de tecate, como fósiles de besos eróticos, en espera de encontrarlos para consumar lo que deseamos, lo que deseo, emerja de estas tumbas de mi pasado. Tu copa de tinto más rojo, el desafío de tomarlo y tomarte, fusionarnos entre el estallido del rock que envuelve la noche y contaminarnos de todo lo letal y lo placentero.

viernes, 18 de enero de 2008

El hereje rebelde

Quizá recuerden a Oscar de la Borbolla porque entre otras cosas, es uno de los conductores de La dichosa palabra. Pero lo que aquí nos ocupa es que este hombre además de hablar muy bien, escribe, y además gusta de experimentar y jugar con el lenguaje!!

De él ya habíamos publicado aquí otro cuento, que en su momento me sorprendió bastante pues se trata de un ejercicio prodigioso en el que el autor nos cuenta una historia perfectamente coherente utilizando palabras que sólo tienen la vocal O. Ya sólo eso era suficiente para que yo me declarara admiradora de este escritor, así que imagínense mi sorpresa cuando hurgando en un puesto de libros usados, me encontré este librito donde junto con otros dos buenos textos ("Dios en la tierra" de José Revueltas y "La dimensión de un hombre" de Cristina Pacheco) viene EL HEREJE REBELDE, un cuento que únicamente utiliza palabras con E!! Esto me dejó poco menos que perpleja, así que investigué y me enteré de que los dos textos se desprenden de un libro llamado Las vocales malditas, y para nuestra buena fortuna, se encuentra disponible en la red.

Los cuentos, además de estar escritos con bastante gracia, tienen un mensaje profundamente humanista y subversivo, ¡se los recomiendo con fervor!


EL HEREJE REBELDE

En el verde césped del edén, célebre sede de creyentes, el decente Efrén se estremece. Tres deberes del mes lee en el templete del regente: “Defender el vergel del Hereje Rebelde, tener fe en el celeste Jefe de tez perenne, ser excelente”. El membrete del Jefe es esplendente, se ve de kermesse. Esther se embellece enfrente de Efrén, es de temple terrestre, cree levemente en el deber, el degenere en vez de repelerle le vence. Se ven brevemente, temen se decrete el envejecer, se envenene el éter, se cercene gente, se eleve el jerez.

Desde el estrés del Jefe el edén decrece, el excedente le pertenece, se ejercen leyes dementes, se debe beber detergente en vez de leche, ser pelele, ser pedestre, ser deferente; es menester entretenerse en tejer redes, en prender rebeldes. En el este, trece rehenes perecen de sed; en el frente fenecen de herpes, de peste. El edén ennegrece, se pretende reprender herejes, perderles.

-¡Eh, Esther, ven!, relee el deber. El jefe se excede.

-¿Prevees el tren del semestre?...

Me enteré del brete de gente decente en el este: nenes, bebés perecen. El clemente es el Hereje Rebelde: desprende el ente del crecer, mete el entender, cede excelentes mercedes. El Rebelde merece el belvedere…

-Esther, eres efervescente. Ten en mente el menester del Jefe, es rete vehemente, de repente crece, reverdece, expele seres…

-Ese vejete me prende. Es jefe, regente, gerente. Perennemente deberes: “llévenme el neceser”, “llénenme de peces”, “repten”, “trepen”, “dejen de verme”, “récenme preces”, “enderécense”, “respétenme”, “festéjenme”, “perseveren”, “refrénense”, “esperen”, “vegeten”, “déjense”. Se cree el Ser, el Tres Reyes; es el jején del edén.

-¡Esther! ¡Detente! ¿Pretendes descreer de Él?

-¡Efrén, temerle es endeblez! ¡El presente debe ser del Rebelde! Él es terrestre, es el envés del Jefe. De él es ese “dejen de depender”, ese “mézclense”, ese “bésense”, ese “deséense”. El entender debe extenderse.

-¡Esther, se te mete el Rebelde!

-¡Emerge Efrén!, eres decente. Despréndete de ese pelele, es memez de bebel. Ve de frente, mereces se te respete, se te deje beber, expeler semen, tenderte en el césped. Mereces se te revele el ser del éter celeste, se te eleve, se te deje emprender. El emprender es el eje del entender…

-Efrén se mece: es el deber del Jefe enfrente del descreer rebelde; teme le desherede, le eche del edén, le fleten de res, le llenen de herretes; Esther le embebe, se mete en él, le vence: “Tenerme en el césped… tenerme trece veces… excederte… es… es… excelente Efrén”.

De repente el éter emerge del celeste Jefe: “¡Ejem! ¡Dejen de entenebrecerme, seres febles! ¡Vermes! Refléjenme, venérenme, échense, desesperen. Les generé de heces en el retrete del desdén, les presté el verde edén. Les exenté de fenecer. Les estrellé el éter. Les enderecé el pesebre. Les enseñé el deber… ¡Me entenebrecen, seres herejes, les perderé! ¡Recelen! Efrén, desde este mes debes merecer el jerez. Te meteré vehemente sed. Este deber te merme, te reste, te cercene… Esther, eres gente terrestre, plebe de rebelde, te he de vencer. Desde el belem, Efrén te despeche, te cele, te frene…”

El Jefe les expele, les mete reveses dementes, el eje del edén cede, el templete se estremece, el verde se desprende, se ennegrece el vergel. Se les ve perder el esplendente ser: Esther envejece, Efrén precede. El brete es de meses, de repente entrevé en el celere presente encenderse el éter: es el Rebelde.

-¡Esther, Efrén, espérenme!... Serénense, desenrédense de ese temple, peleen. Es menester se despejen; perder el edén es el destete. El Jefe es endeble. Dejen de temerle, es celeste, depende del creer, del tenerle fe… ¿Preñez?, ¡éjele!, entérense: se prevee… ¿Merecer el jerez?, ¡éjele!, Se emprende… de este enser emerge excelente jerez… Estrenen el entender rebelde, creen enseres. Eleven este terrestre edén, céntrense en él. Es breve este entremés, embelésense, deséense, desde este mes se pertenecen, les pertenece el excedente, llénense, bésense, rebélense. ¡Es menester vencer!

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Semana Santa


Bueno, ya sé que la que se acerca es una semana navideña y no una semana santa, pero estoy segura de que habrá tantos buenos posts de navidad, que no se extrañará que por acá no hagamos referencia a esas fechas, hoy tengo ganas de dejarles un cuento de Víctor Roura.


Este pequeño libro llegó a mis manos casi por casualidad, recuerdo que me llamó la atención por ser de las ediciones del Gallito, y que lo leí vorazmente porque me conquistaron sus cuentos llenos de situaciones altamente absurdas y graciosas. Las palabras en negritas las puse yo sólo por diversión. Si les gusta sólo díganlo y subo el libro completo.

* * *

SEMANA SANTA

Cuando agarré el remo para empezar a deslizarnos por el lago de Chapultepec y sin querer le pegué en la nuca, supe que mi semana no iba a ser tan santa.

- ¿Te descalabré? –le pregunté, acercándome a ella.

No contestó, pero la sangre comenzaba a fluir de manera violenta.

Ya que aún estábamos cerca del embarcadero, la gente empezó a arremolinarse.

-El joven la quiso matar –dijo una señora, enfadada.

Un hombre, malencarado, nos gritó:

-¡Acérquense, déjeme ver a la paciente!

Era un doctor, seguramente.

Quise remar, pero no pude. Lo único que logré fue darle al bote cinco vueltas en el mismo círculo.

-¿No sabes… remar? –preguntó ella, sollozando quedito.

Negué con la cabeza.

-Me hubieras dicho –dijo.

Al querer controlar el bote, le di a ella en el brazo con el otro remo.

-Perdón –exclamé, a punto de sacarme de quicio.

La gente se reía de mis torpes maniobras.

-¡Deje de hacer payasadas, la muchacha se desangra! –gritó, de nuevo, el tipo que seguramente era doctor.

Ella lloraba como para sí.

-¡Si quiere dar vuelta a la izquierda, clave su remo de la izquierda en el agua y con suavidad gire el de la derecha haciendo ruedas diminutas! –gritó un mozuelo.

Clavé, entonces, mi remo izquierdo en el agua sucia pero no tocó fondo y se hundió, se me fue de las manos, perdí el control. Ella se llevó las dos manos a su rostro. Su llanto aumentaba. La sangre goteaba de su cabeza. El sol ardía. Poco a poco nos alejábamos del embarcadero. Empecé a sudar.

-No te desesperes, alguien vendrá a recatarnos –le dije.

Me miró con odio.

-Más de una hora formados en la fila para alquilar un bote –dijo, de pronto, quebrada por el llanto.

Me dolió su tono de voz.

-Algo positivo saldrá –dije, apenas.

Y con redoblado ánimo le di con fuerza al remo para intentar conducir con tino el bote. Empero, sólo conseguí que nos empapáramos de manera infame.

-¡Mi vestido! –gritó ella, al sentir que el agua se le venía encima.

Yo aguanté con estoicismo la mojada.

Pasó un bote cerca de nosotros. Iba una pareja. El tipo remaba con sabiduría. Al ver que ella sollozaba inconteniblemente, el tipo me guiñó el ojo.

-¡La has vencido, macho! –dijo, al pasar.

Su acompañante, una niña casi, rió y se alejaron besándose de modo brutal.

Ella levantó la mirada. Me vio con desgano.

-Haz algo, por favor –dijo, vencida la voz.

Asentí.

Y de nuevo le di duro a la remada, inútilmente.

Cuando le pegué sin querer en su cintura, gritó desesperada:

-¡Auxilio!

Nervioso, solté el remo. Intenté ir a su lado.

-¡Ni te me acerques! –sentenció.

-Pero…

-Un golpe más y te juro que no sé qué hago…

Y se puso a llorar con una fuerza inusitada. Otro bote pasó a nuestro lado. Un señor, al verla llorosa, mojadísima, sangrante, me dijo, movido quizá por su morbo:

-¿Están filmando una nueva telenovela?

Dije que sí. Y siguió su camino, feliz, buscando a los lados las cámaras escondidas.

El sol caía con vigor.

-¿De veras no vas a hacer nada? –preguntó ella.

¡Qué podía hacer, Dios mío!

-Me hubiera ido con mis amigos a Pahuatlán –dijo, retadora.

Alcé los hombros.

-Alguien me advirtió que no saliera nunca contigo –dijo, envalentonada.

“Ese alguien no me conoce bien”, pensé.

-Soy capaz de ganar la orilla a nado –dijo.

Al ver mi gesto de fastidio, se puso de pie y se tiró, de un fino clavado, al agua. Se fue nadando hasta el embarcadero. Ahí fue socorrida prontamente por algunas personas. Vi cómo una señora le daba una toalla y vi también cómo se la llevaron quién sabe hacia qué sitios.

Yo me estuve ahí todavía como una hora más, sin hacer nada, quemándome en el sol, hasta que fui rescatado por unos jóvenes punks quienes, con gentileza, me llevaron hasta el embarcadero, donde pagué el tiempo extra del bote que se había quedado, solo, en medio del sucio lago.

-Hubiera nadado, joven, como su novia –dijo, con sarcasmo, un señor formado en la interminable cola.

“Si supiera”, pensé.

Ella podría darme unas clasecitas de natación, por cierto.

* * *

viernes, 7 de diciembre de 2007

El rey criollo

Respondiendo a la solicitud de nutrocker, por acá les dejo otro libro de Parménides García Saldaña. Estos cuentos además de estar llenos de anécdotas y cosas de la vida diaria de un adolescente cuyas principales preocupaciones son el sexo (o su ausencia) y el rock, también ofrecen un retrato de la clase media mexicana de finales de los sesentas, con su doble moral y otras enormes contradicciones.

El texto que le da título al libro, es una crónica muy sabrosa del estreno en México de King Creole, la peli de Elvis. Y sobre todo, del desmadre, la rivalidad entre pandillas, los prejuicios machistas que aún entre los "alivianados" persistían y persisten, así como el rocanrol y el delirio que El Rey es capaz de provocar. Al final viene un epílogo de José Agustín que no hay que perderse, así que a leer... ¡y a bailar!

Bueno como decía, todos le tienen mala fe a Elvis, como dicen que dijo que prefería besar a tres negras que a una mexicana, uy, pues todo eso influyó y pues nada más es por coraje, porque Elvis, aunque no les guste, es un chingón y punto. Canta a toda madre, baila a todo dar, y por algo es el Rey del Rocanrol, y pues los grandes ya caducaron. Que Gardel era divino y que Pedro Vargas también y que Jorge Negrete y que Pedro Infante y que Nicolás Urcelay canta precioso y que las canciones de borrachos y putas de Agustín Lara, ay sí tú… Digo, vale madre, yo me digo: ¿Cómo les van a gustar las canciones de Elvis? ¿Cómo las van a entender? ¿Cómo les va a gustar “Hound Dog”, “All Shook Up”, “King Creole”, “Hard Headed Woman”, “Are You Lonesome Tonight”, “Fever”, “One Night”, “Blue Suede Shoes”, “Treat Me Nice”? Que música de locos y todo eso. Digo, digo, a uno le da un poco de coraje todo esto, aunque pues me vale madres. Y pues, como dice mi hermana, hay que vivir la vida. Si a mi papá le gusta esa de estoy-en-el-rincón-de-una-cantina… pues no me interesa, digo-que-me-vale-madres.

Bueno, pues yo decía que fui a ver King Creole, y que aquello había sido un maldito relajo, un verdadero destrampe. En parte yo me sentía un poco no sé cómo, pero me sentía un poco mal. Mi novia Lulú me había rogado como desesperada que la llevara al cine. Ama a Elvis. Que se moría de las ganas de verlo, que no seas así, que nada más te gusta divertirte solo y andar con tus amigos, mamá me dio permiso de ir contigo y con mi hermana; cómo me choca que las mujeres quieran hacer su santa voluntad, bueno, pero no me importa, digo, ya saben cómo son las mujeres, y Lulú diciéndome que yo no la quería y que parecía que me amargaba la vida y que era mi juguete y esas cosas que le reprochan a uno las mujeres y yo mira gorda que te adoro, comprende las circunstancias, ya quedé con mis amigos y eso, y ella: prefieres andar con tus amigos, y yo: gordita chula, te quiero mucho, bien lo sabes pero no te llevo, imposible. Y bueno, para no prolongarla, nos enojamos.

Es que yo sé qué clase de viejas van a ver las películas del Rey Presley, puras de la danza moderna y guerreras y pues preferí que nos enojáramos a llevarla. Digo todo esto porque al Gordo le sucedió una cosa bien chistosa. Cuando llegamos al movies y uno de nosotros se formó en la cola para lo que se forma uno en la cola de un cine, el Gordo vio entre la cola a su novia. Y que se encabrona el Gordo y los cachetes se le pusieron rojos del coraje y de pena. Y claro, tenía razón. Y fue a donde estaba su gorda y le dijo:

-No entres… vete a tu casa.

Su gorda prefirió a Elvis.

* * *

Descarga el libro completo aquí

* * *


miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mozart con gafas de espejo


Mirrorshades es una antología de cuentos
ciberpunks a cargo de Bruce Sterling y publicada por primera vez en 1984.

De este libro ya antes subimos un fragmento, y en esta ocasión les dejo Mozart con gafas de espejo, del propio Sterling y Lewis Shiner: una delirante y divertidísima fantasía sobre los viajes en el tiempo y los mundos paralelos, con apariciones especiales de Thomas Jefferson, Maria Antonieta y Genghis Khan!!

Que se diviertan, amigos!


* * *

Mozart salió a escena. De su guitarra brotaron arpegios en forma de minueto que sonaban sobre las secuencias de motivos corales. Las pilas de amplificadores retumbaron con ráfagas de sintetizadores, sacadas de una cinta de los cuarenta principales de K-Tel. La enfervorizada audiencia arrojó sobre Mozart confeti arrancado del papel artesanal del club.

Luego, Mozart se fumó un porro de hachís turco y le preguntó a Rice sobre su futuro.

-¿El mío, quieres decir? –dijo Rice-. No te lo creerías. Seis mil millones de personas y nadie tiene que trabajar si no quiere. Quinientos canales de televisión en cada casa. Coches, helicópteros y ropas que te sacarían los ojos de las órbitas. Mogollón de sexo fácil. ¿Te gusta la música? Puedes tener tu propio estudio de grabación que te pone a tope en escena, como con tu jodido clavicordio.

-¿De verdad? Daría cualquier cosa por ver eso. No puedo entender por qué regresas.

Rice se encogió de hombros.

-Quizás lo deje dentro de unos quince años. Cuando vuelva, tendré lo mejor de lo mejor. Todo lo que quiera.

-¿Quince años?

-Sí. Tienes que entender cómo funciona el Portal. Ahora mismo es tan alto como tú, del tamaño justo para un cable telefónico y un oleoducto, y quizás para las ocasionales sacas de correo dirigidas a Tiempo Real. Hacerlo tan grande como para trasladar gente o equipo resultaría increíblemente caro. Tan caro que sólo lo hacen en dos ocasiones; al principio y al final del proyecto. Así que, sí, imagino que estamos atrapados aquí.

Rice tosió violentamente y se bebió su copa. Ese hachís del Imperio Otomano había soltado sus ataduras mentales. Ahí estaba, confiando en Mozart, haciendo que el chico quisiera emigrar, y no había ninguna jodida manera de que Rice pudiera conseguirle una carta verde. No con los millones que querían un viaje gratis al futuro, miles de millones si se contaban otros proyectos como el Imperio Romano o el Nuevo Reino de Egipto.

-Pero estoy realmente contento de estar aquí –dijo Rice-. Es como… como barajar las cartas de la historia. Nunca sabes qué saldrá en la siguiente –Rice le pasó el porro a una de las fans de Mozart, Antonia no-sé-qué. Es genial estar vivo. Mírate. Te va estupendamente, ¿no? –se inclinó sobre la mesa, hacia delante, poseído por una súbita sinceridad-. Quiero decir, todo está bien, ¿no? ¿No nos odiarás a todos nosotros por haber jodido este mundo o algo así?

-¿Bromeas? Estás mirando al héroe de Salzsburgo. De hecho, se supone que su señor Parker va a hacer una grabación de mi último número de esta noche. ¡Me conocerán pronto en toda Europa! –alguien le gritó a Mozart en alemán, desde el otro extremo del club. Mozart le miró y le saludó crípticamente-. Enróllate, tío –se volvió a Rice-. Ya ves que me va bien.

-Sutherland se preocupa por cosas como esas sinfonías que nunca vas a escribir.

-¡Tonterías! No quiero escribir sinfonías. ¡Puedo escucharlas cada vez que quiera! ¿Quién es Sutherland? ¿Es tu novia?

-No, a ella le gustan los locales. Danton, Robespierre, gente así. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien?

-Nadie en especial. No desde que era niño.

-¿Ah, sí?

-Bueno, cuando era niño vivía en la corte de María Teresa. Acostumbraba jugar con su hija Maria Antonia. Maria Antonieta se llama a sí misma ahora. La chica más bella de su época. Solíamos tocar duetos. Solíamos bromear acerca de nuestra boda, pero se fue a Francia con ese cerdo de Luis.

-Mierda –dijo Rice-. Esto es realmente sorprendente, ¿sabes?, ella es prácticamente una leyenda en el lugar de donde vengo. Le cortaron la cabeza durante la Revolución Francesa por organizar demasiadas fiestas.

-No, no lo hicieron…

-Eso fue en nuestra Revolución Francesa –dijo Rice-. La vuestra fue una bronca mucho menor.

-Debes ir a verla, si es que te interesa. Ciertamente, te debe un favor por haberle salvado la vida.

Antes de que Rice pudiera contestar, Parker llegó hasta su mesa, rodeado de ex damas casaderas, con minifaldas de spándex y sujetadores con las copas de lentejuelas.

-¡Hola, Rice! –gritó Parker, despreocupadamente anacrónico con su camiseta y sus vaqueros de cuero negro-. ¿De dónde has sacado ese par de palos de escoba sin caderas? ¡Ven, vámonos de juerga!

Rice miró a las chicas que se sentaban alrededor de la mesa y descorchaban botellas de champán de una caja. A pesar de lo pequeño, gordo y repulsivo que era Parker, ellas se acuchillarían sin pestañear por la oportunidad de dormir entre sus limpias sábanas para asaltar luego el botiquín de su baño.

-No, gracias –dijo Rice, sorteando los largos cables conectados al equipo de grabación de Parker.

La imagen de Maria Antonieta le había atrapado, y ya no se libraría de ella.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La máquina de follar


Este es uno de mis libros favoritos de Bukowski. Su estilo, preciso y simple, se encuentra en cada uno de los relatos, que como casi siempre resultan ser aventuras medio ficticias y medio reales que te llevan del mundo de las revistas y editoriales under de los 60's, a los pabellones de una beneficencia para pobres o a la sala de su casa con un sofa y un radio que toca a Mahler; vagabundos, borrachos, prostitutas, escritores en ciernes y hasta una robot en el sótano de una cantina -la mismísima máquina de follar- son algunos de sus personajes.

Tambien hay sorpresas: Animales hasta en la sopa es un cuento delirante y muy distinto a lo que normalmente está acostumbrado un lector de Buk. A pesar de que él vivía en California durante la explosión del flower power, hay muy pocas referencias a los hippies o incluso los beatniks en su obra, pero aquí se puede encontrar un texto donde expone de forma contundente y exquisita su opinión acerca del LSD y la prohibición:

Un mal viaje

¿nunca habéis pensado que el LSD y la televisión en color llegaron para nuestro consumo más o menos al mismo tiempo? nos llega toda esta pulsación explorativa de color y ¿qué hacemos? prohibimos una cosa y jodemos la otra. la televisión, desde luego, es inútil en las manos actuales; creo que no hay mucho que discutir al repecto. y leí que en un registro reciente se declaraba que un agente había recibido una rociada de ácido en la cara, arrojada por un supuesto fabricante de droga. alucinógena. esto es también un derroche. hay ciertas razones esenciales para prohibir el LSD, el DMT, el STP. puede hacer que un hombre pierda permanentemente el juicio. claro que lo mismo podría aplicarse a la recolección de remolacha, o al trabajo en cadena apretando tornillos en una fábrica de coches o a lavar platos o a enseñar primer curso de inglés en una de las universidades locales. si prohibiésemos todo lo que vuelve locos a los hombres, toda la estructura social se derrumbaría: el matrimonio, la guerra, las líneas de autobuses, los mataderos, la apicultura, la cirugía, todo lo que se te ocurra. cualquier cosa puede volver loco a un hombre, porque la sociedad se asienta en bases falsas. hasta que no lo derribemos todo y lo reconstruyamos, los manicomios seguirán descuidados. y los recortes que hace nuestro buen gobierno a los presupuestos de los manicomios los tomo como una sugerencia implícita de que a los enloquecidos por la sociedad no debe mantenerlos y curarlos esa sociedad misma, en este período de inflación y locura fiscal generalizadas. ese dinero sería mejor para hacer carreteras, o para rociarlo con mucha medida sobre los negros, y que no quemen y arrasen nuestras ciudades. y tengo una idea espléndida: ¿por qué no asesinar a los locos? piensa en el dinero que nos ahorraríamos. incluso un loco come demasiado y necesita un sitio para dormir, y los cabrones son tan repugnantes... chillan y embadurnan de mierda las paredes, y demás. bastaría con un pequeño cuadro médico que tome las decisiones y un par de enfermeras o enfermeros que tengan buena pinta y que mantengan a un nivel satisfactorio las actividades sexuales extralaborales de los psiquiatras.

en fin, volvamos, más o menos, al LSD. lo mismo que es cierto que cuanto menos recibes más arriesgas (pensemos en la recolección de remolacha) también es cierto que cuanto más recibes más arriesgas. cualquier complejidad exploratoria, pintar, escribir poesía, asaltar bancos, ser dictador, etc., te lleva a ese punto en que peligro y milagro son casi como hermanos siameses. raras veces conectas, pero mientras estás en movimiento, la vida es sumamente interesante. es bastante agradable acostarse con la mujer de otro, pero tú sabes que algún día te van a coger con el culo al aire. esto únicamente hace más placentero el acto. nuestros pecados se manufacturan en el cielo para crear nuestro propio infierno, cosa que evidentemente necesitamos. sé lo bastante bueno en cualquier cosa y te crearás tus propios enemigos. los campeones reciben abucheos. la multitud está deseando verles hundidos para arrastrarles a su propio cuenco de mierda. son pocos los idiotas que resultan asesinados; un ganador puede ser liquidado, con un rifle comprado por correo (eso dice la historia) o con su propio rifle en una ciudad pequeña como Ketchum. o como Adolfo y su puta cuando Berlín se desternilla en la última página de su historia.

el LSD puede machacarte también porque no es terreno adecuado para empleados leales. concedido, el mal ácido, como las malas putas, te puede liquidar. la ginebra casera, el licor de contrabando, también tuvo su día. la ley crea su propia enfermedad en mercados negros ponzoñosos. pero, en el fondo, la mayoría de los malos viajes se deben a que el individuo ha sido moldeado y envenenado previamente por la sociedad misma. si un hombre está preocupado por el alquiler, los plazos del coche, los horarios, una educación universitaria para su hijo, una cena de doce dólares para su novia, la opinión del vecino, levantarse por la bandera o qué va a pasarle a Brenda Starr, una píldora de LSD probablemente le vuelva loco, porque, en cierto modo ya lo está y sólo soporta las mareas sociales por las rejas externas y los sordos martillos que le hacen insensible a cualquier pensamiento individualista. un viaje exige un hombre que aún no esté enjaulado, un hombre aún no jodido por el gran Miedo que hace funcionar toda la sociedad. por desgracia, la mayoría de los hombres sobrestiman su mérito y su dignidad como individuos esenciales y libres, y el error de la generación hippie es no confiar en nadie de más de 30. 30 no significa nada. la mayoría de los seres humanos quedan capturados y moldeados, por completo, a la edad de siete u ocho años. muchos de los jóvenes PARECEN libres pero esto no es más que una cuestión química del organismo y la energía y no algo real del espíritu. he encontrado hombres libres en los sitios más extraños y de TODAS las edades. (conserjes, ladrones de coches, lavacoches, y también algunas mujeres libres, la mayoría enfermeras o camareras, y de TODAS las edades). el alma libre es rara, pero la identificas cuando la ves: básicamente porque te sientes a gusto, muy a gusto, cuando estás con ellas o cerca de ellas.

un viaje de LSD te muestra cosas que no abarcan las reglas. te muestra cosas que no vienen en los libros de texto, y cosas por las que no puedes reclamar a los concejales del ayuntamiento. la yerba sólo hace más soportable la sociedad presente. el LSD es otra sociedad en sí mismo. si tienes tendencia social, puede que etiquetes el LSD como «droga alucinógena», lo cual es fácil medio de eliminar y olvidar el asunto. pero lo de alucinación, la definición de ella, depende del polo desde el que operes. todo lo que te está sucediendo en el momento en que lo está, constituye la realidad misma: ya sea una película, un sueño, una relación sexual, un asesinato, que te maten a ti o el tomarse un helado. las mentiras se imponen más tarde; lo que pasa, pasa. alucinación es sólo una palabra del diccionario y un zanco social.

cuando un hombre está muriendo, para él es muy real. para los demás, no es más que mala suerte o algo que hay que esquivar. la funeraria se cuida de todo. cuando el mundo empiece a admitir que TODAS las partes ajustan en el todo, entonces empezaremos a tener una oportunidad. todo lo que ve un hombre es real. no lo puso allí una fuerza externa, estaba allí antes de que naciera él. no le acuséis de que lo vea ahora, no le reprochéis volverse loco porque la educación y las fuerzas espirituales de la sociedad no fueron lo bastante sabias para decirle que la exploración nunca termina. no le digáis que debemos ser todos mierdecitas encajonadas en nuestro abecé y nada más. no es el LSD la causa del mal viaje: fue tu madre, tu presidente, la chiquita de la puerta de al lado, el heladero de las manos sucias, un curso de, álgebra o de español obligatorios, fue el hedor de una cagada de 1926, fue un hombre de nariz demasiado larga cuando te dijeron que las narices largas eran feas; fue un laxante, fue la brigada Abraham Lincoln, fueron los caramelos y las galletas, fue la cara de F. Delano Roosevelt, fueron las gotas de limón, fue el trabajar diez años en una fábrica y que te echaran por llegar un día cinco minutos tarde, fue aquel viejo idiota que te enseñó historia en sexto curso, fue aquel perro tuyo atropellado y el que nadie supiera trazarte el mapa luego, fue una lista de treinta páginas de largo y seis kilómetros de anchura.

¿un mal viaje? todo este país, todo este mundo, es un mal viaje, amigo. pero te meterán en la cárcel por tomarte una píldora.

yo aún sigo con cerveza porque, en realidad, tengo ya cuarenta y siete años y ando muy enganchado. sería tonto del todo si me creyera libre de todas sus redes. creo que Jeffers lo expresó muy bien cuando dijo, más o menos, cuidado con las trampas, amigo, hay muchísimas, dicen que hasta Dios quedó atrapado en una cuando bajó a la tierra. por supuesto, ahora algunos no estamos tan seguros de que fuese dios, pero fuese quien fuese tenía trucos muy buenos, pero da la sensación de que habló demasiado. cualquiera puede hablar demasiado. hasta Leary. o yo.

ahora es un sábado frío. se hunde el sol. ¿qué hacer en el ocaso? si yo fuese Liza, me peinaría el pelo, pero no soy Liza. en fin, cojí este National Geograpbic viejo y las páginas brillan como si algo realmente estuviese pasando. no es así, por supuesto. a mi alrededor, en este edificio, hay borrachos. toda una colmena de borrachos de principio a fin. pasan las mujeres caminando ante mi ventana. emito, silbo, una palabra más bien cansada y suave como «mierda» y, luego, arranco esta cuartilla de la máquina.
es vuestra.


La máquina de follar,
Charles Bukowski
Ed. Anagrama


Si deseas leer el libro completo, lo puedes bajar aquí. Que lo disfrutes!

sábado, 7 de octubre de 2006

Ella se llamaba Sara


Estamos jodidos, estamos jodidos, canturreaba Sara mientras corríamos por calles oscuras que no conocíamos. Atrás de nosotros: los malos de la película. Y bueno, ni tan malos; al fin y al cabo Sara había aventado un ladrillo al parabrisas del carro de uno de los tipos (seis, diez, veinte, treinta, cientos, lo juro, eran un ejército), aunque claro, el muy imbécil se lo había buscado. Uno no anda por esta vida diciendo qué desperdicio de mujer, pinche marimacha a gente como Sara. Ella sonrió y me dijo: vámonos de esta fiesta. Cuando salimos corrió a buscar un ladrillo y lo aventó contra el parabrisas de un carro que estaba estacionado frente a la casa de la fiesta. Obviamente salieron a ver qué había pasado, aunque nosotros ya habíamos empezado a correr porque, para variar, no teníamos carro. Corrimos hasta que sentimos que nuestros corazones iban a estallar. No era un deporte nuevo. Todavía tengo dos cicatrices en la frente porque a un tipo, al que Sara había insultado, decidió que mi cabeza debía besar apasionadamente el pavimento cinco veces. De las primeras dos les puedo platicar con todo detalle, de las otras tres sólo sé porque Sara me contó después. Ese era el inconveniente de ser el amigo masculino de Sara. Hay tipos tan pendejos que si una mujer los insulta, piensan que tienen el derecho de partirle la madre a su amigo, como sucedía comúnmente.

Bueno, corríamos por calles con camellón sin saber a dónde iban y tratábamos de cambiar de ruta rápidamente porque nuestros perseguidores tenían que dar vuelta en sus coches, y así sería más difícil que nos alcanzaran. Llevábamos las de perder. Faltaban muchas calles para llegar a alguna avenida donde se pudiera tomar algún transporte y nuestros perseguidores tenían por lo menos cuatro carros. Además, estaban realmente emputados.

-A ver si la próxima vez mejor ponchas sus pinches llantas –le dije, y ella trató de sonreír. Pero no podía, estaba cansada. Parecía que esta vez sí íbamos a perder. No se oían ni veían carros por ningún lado. Sabíamos que era cuestión de suerte. O llegábamos a un camión y dormíamos en una cama, o nos encontraban y quién sabe qué pasaría.

-Carajo contigo, ni siquiera me dijiste lo que ibas a hacer.

-No mames, siempre te da miedo; además, si te hubiera dicho, no me hubieras dejado. Mejor cállate, no te acuerdes y camina más rápido.

Cuando oíamos un carro tratábamos de parar y escondernos atrás de un árbol o de otro carro y esperar a que pasaran. La noche estaba tranquila aunque hacía frío.

-Además tú eras el que querías venir a esta pinche fiesta. Te he dicho mil veces que me cagan las fiestas en los suburbios. Puros pinches fresas.

Sara seguía reclamando y verla era todo un espectáculo. Estaba sudando y sus ojos brillaban por la sobredosis de adrenalina. Era guapa, bueno, no solamente guapa. Era bonita, y esa no es una palabra que me guste usar. Lo peor es que era bonita como en los comerciales, como en esa fotografía imaginaria que tiene todo padre al pensar cómo va a ser su hija. Y no había otra cosa en el mundo que Sara odiara más. Tenía un problema con su belleza. Por eso se había rapado. Por eso usaba siempre pantalones holgados, para que nadie se asome tratando de verme el culo. Por eso tenía un arete en la lengua, otro en el ombligo, tres en cada oreja, y estaba ahorrando para hacerse uno en el pezón. Yo siempre le decía que tarde o temprano tenía que hacerse uno en la vagina. Y siempre respondía lo mismo: No mames, qué mal gusto, imagínate qué pensarían mis hijos, imagínate la chinga en el parto, y se echaba a reír. Es curioso: mientras más mutilaba su cuerpo, más guapa se veía, y más difícil era no voltear a verla.

Pepe Rojo,
Ella se llamaba Sara (cuento, fragmento)
De Yonke, 1998.

miércoles, 4 de octubre de 2006

Paraísos artificiales, s.a.


Tienes que sentir lo que era tener veinte
metros de largo y ser dueño del mundo.
STEVEN UTLEY


Deseó ser una célula.
Al instante era una membrana llena de protoplasma gelatinoso que viajaba por los conductos que irrigaban el ala cartilaginosa de un pteranodón.
Dinosaurios, qué vulgar, pensó, y se transformó en neurona.
Sintió el paso de un impulso eléctrico recorrer hasta la última ramificación de su nueva anatomía. Se abandonó al placer de la sinapsis.
Después de algunas horas –o días, o meses- se hartó de las experiencias citológicas. Contra su costumbre, se lanzó hacia delante en complejidad pero no demasiado, razonaba.
Una medusa fue la decisión lógica.
Nadaba tranquila en las tibias aguas de aquel océano de un solo ocupante. Pocas cosas gozaba tanto como fundirse en estructuras diferentes, en morfologías ajenas, y descubrir otros mecanismos de percepción, tan absolutamente distintos.
Al hartarse, se lanzó hacia la superficie, y tras atravesarla era un insecto alado semejante a una libélula. Revoloteó un poco entre galaxias y nebulosas, y decidió regresar a la Madrerred. Al instante estaba ahí, en ese caos infinito, sinfonía silenciosa de millones de voces, de presencias.
Aunque le aburría comunicarse con otros, entabló conversación con un hombre cuyo cuerpo era de brillante metal líquido. Descubrió que en realidad era mujer, así que comenzó a aletear hacia otro lado.
Encontró una ciudad de cristal poblada por insectos metálicos. Transformó su exoesqueleto de quitina en placas de cobalto y voló entre las torres transparentes. Abajo, por las calles, vio arrastrarse una cucaracha de hierro oxidado. Nunca había visto que alguien tomara un aspecto tan antipoético. Su curiosidad venció, y se lanzó hacia los suelos.
-Tienes una forma poco común, ¿No? –preguntó, volando a poca distancia del suelo.
-Toda esta frivolidad es deprimente. Me he aburrido –repuso la cucaracha, lúgubre.
-Aquí nadie se aburre –contestó, y elevó de nuevo el vuelo. Como siempre, encontraba aburridísima la Madrerred. No entendía que hubiera gente que pasara todo el tiempo ahí. Sobre todo existiendo el nuevo software que permitía al usuario generar a voluntad sus propios paraísos artificiales, sin depender de las realidades virtuales creadas por otros.
Ya nadie necesita comunicarse con nadie… alabados sean todos los dioses pensaba mientras se convertía en unicornio y alejaba de la Madrerred, retozando por un valle lleno de hongos multicolores.

Bernardo Fernández BEF,
De ¡¡BZZZZZZT, ciudad interfase. 1998.

domingo, 1 de octubre de 2006

Zona Libre


Miró alrededor del Semiconductor y deseó que el Retro Club hubiera abierto ya. Había una fuerte presencia de retros en el RC, incluso algunos rockabillies, y algunos de ellos hasta sabían cómo sonaba realmente el rockabilly. El Semiconductor era un local minimono.

La masa minimono llevaba el pelo largo, extendido sobre los hombros y estrechado hacia un punto en medio de la cabeza, y liso, completamente liso y tieso, por lo que desde atrás cada cabeza tenía la forma de un tipi negro, gris, rojo o blanco. Estos colores eran los únicos aceptables y siempre monocromos; colores planos y sin rayas. Sus ropas eran extensiones estilísticas de su corte de pelo. El minimono era una reacción contra el “brillo” y el caos de la guerra, y contra la economía y la amorfa volubilidad de la Parrilla. El estilo brillo estaba desapareciendo, muriendo.

Rickenharp siempre había sido remiso hacia los estilizados brillos, pero los prefería a los minimono. Después de todo, el brillo tenía energía.

El brillo había crecido como uno más de los provocativos estilos anti-control, populares en las últimas décadas del siglo XX. Se esperaba que un “brillo” llevara su pelo subido, tan alto como fuera posible, ya que de alguna forma esto expresaba, enfatizaba la individualidad y la originalidad de su portador. Cuantos más colores, mejor. No eras un “individuo” a menos que tuvieras un expresivo brillo. Formas de tuerca, ganchos, aureolas, arabescos multicolores. Se hicieron fortunas en las tiendas para moldear pelo estilo brillo, que desaparecieron cuando la moda brillo desapareció. Pero duró más que la mayoría de las modas. Tenían infinitas variedades y el atractivo de su energía para aguantar. Un montón de gente llegó a la conclusión de que era necesario inventar una expresión individual para un modelo político de brillo. Moldea tu pelo según el emblema del país favorito del tercer mundo que está siendo pisoteado (cuando todavía estaban pisoteados, antes del nuevo esquema de mercado). Los brillos eran tan problemáticos que mucha gente se acostumbró a tener postizos listos para ponérselos cuando salían. Y sus drogas también estaban diseñadas para encajar con esta moda. Neurotransmisores excitadores de todo tipo, antidepresivos, drogas que hacían a uno que pareciera resplandecer. Los brillos más ricos tenían cinturones nimbados, que creaban auras artificiales. Los brillos más ortodoxos consideraban que esto era de un narcisismo de mal gusto, lo cual resultaba una broma para los no-brillos, pues para éstos todos los brillos eran floridamente vanidosos.

Rickenharp nunca había teñido o moldeado su pelo excepto para animar su cresta punk.

Pero Rickenharp no era un punk. Se identificaba con el pre-punk de finales de los cincuenta, de mediados de los sesenta y de principios de los setenta. Rickenharp era un anacronismo. Simplemente era un rockero tradicional, tan fuera de lugar en el Semiconductor como lo habría estado un bebop en las discotecas de los ochenta.

John Shirley, Zona Libre (cuento, fragmento)
De Mirrorshades, una antología ciberpunk. 1986.
Edición y prólogo de Bruce Sterling.

martes, 19 de septiembre de 2006

En la madre, está temblando


El viejo se detuvo en la esquina, junto a un puesto de periódicos. Su visión se había ablandado y le costaba trabajo respirar, es la bola de años, se dijo. De vez en cuando le ocurrían pérdidas casi totales de energía, claro que en esta ocasión también están los tragos, pensó.

Frente a él se hallaba la avenida Álvaro Obregón, con sus réplicas de viejas estatuas. Había bancas en el camellón y franjas de prado con jardineras y altos árboles, el sitio perfecto para aterrizar un momento y recargar la pila, pensó al ver una banca desocupada bajo la sombra. Dejó pasar un grupo de autos pero después se lanzó al arroyo conteniendo a los coches con una mano quietos ahí cabroncitos, dejen pasar a La Bola. Lo insultaron con la bocina pero él no se inmutó. Jadeando, se acomodó en la banca.

Ese mediodía era pesado, el aire se había enrarecido por la contaminación y se respiraba una atmósfera reseca, como de aserrín asoleado, calificó el viejo que tomaba aire en la banca. Respiró profundamente varias veces, qué pedo me traigo, pensó y cuando se serenaba un poco lo conmocionó un estruendo de chillidos de llantas, láminas que chocan, cristales estallados. Justo frente a él un auto se detuvo tan abruptamente que el de atrás se le incrustó.

El viejo apenas contenía la temblorina que le dejó el sobresalto, necesito un trago, exactamente. Del bolsillo sacó una botellita de brandy barato y bebió de ella un largo trago; después extrajo lo que parecía una polvera de plástico y que era un vaso plegable; el viejo lo abrió como periscopio. Se sirvió un poco de brandy, lo bebió, plegó el vaso de golpe y observó el lío que el choque había causado.

La circulación se había detenido, muchos vehículos bocineaban neuróticamente y los dueños de los coches discutían rodeados por una multitud de curiosos, arréglense antes de que llegue la policía, dijo alguien, pero lo ignoraron. Los dos conductores se echaban la culpa mutuamente y no cedían. Más gente llegaba a presenciar el pleito que tenía como fondo musical una verdadera muralla de bocinazos.

Ya cállense, masculló el viejo lárguense de aquí con su ruidero, ¿qué no hay un sitio en esta ciudad donde uno pueda cultivar sus achaques en paz?, mascullaba, mira nada más qué descontón… Uno de los conductores había propinado un golpe repentino y terrible a su contrincante, y lo derribó; en el acto procedió a patearlo con vigor. Joder, murmuró el viejo cuando la gente le bloqueó la visibilidad, y se puso en pie para seguir el pleito. Pero, ya de pie, tampoco pudo ver nada, salvo el movimiento excitado de la gente. Sólo advirtió el tumulto que se había formado, el embotellamiento interminable de autos, y se fue llenando de ira desolada, porque a su edad, pensaba, le era difícil reconciliarse con todo eso. Qué cambio tan devastador había tenido la ciudad. Hasta su propia memoria le rehusaba imágenes de esa avenida en la normalidad de muchso años antes, por qué te hicieron eso, mhija, dijo, tan hermosa como eras, cómo pudiste permitir que toda la manada de estúpidos te violara y mancillara, que todos esos zánganos te devastaran, te acabaron los que se sienten los dueños del mundo, que quieren todo rápido y sin problemas, que se creen dueños del futuro y sólo son pobres topos que tragan tierra negra y creen estar en las alturas, igual que los jodidos, infeliz pueblo que te has envilecido, que has pisoteado a los pocos hombres buenos que pariste, siempre sojuzgado por alguien: españoles, franceses, gringos, mexicanos con alma de buitre, somos una verdadera mierda, decía, con más fuerza ya, y algunos se volvían para verlo; hubo un momento en que creí que íbamos a cambiar, que nos dirigíamos al verdadero encuentro con nosotros mismos, y no sé por qué lo pensé entonces pues ahora es lo mismo, sólo que antes la miseria no estaba tan a flote y la gente no era tan cínica, no se había descarado tanto; entonces creíamos que las cosas ahí iban, más o menos, y no pedíamos más; creíamos vivir ciclos, uno acaba, otro empieza, la energía se renueva y en realidad siempre era el mismo presente ruin, repugnante, el mismo embrollo, la misma confusión, la gritería, ahora todos gritan, se desgarran la ropa y no ven que sigue la misma pasividad de siempre que a todos nos tiene hundidos en la mierda desde hace años. Y que no me digan que nada ocurre, que todo está perfecto, si yo he vivido tantos años viendo cómo el aire asesinaba y todo se descomponía, a mí no me puedes andar con historias, yo vi lo que ocurrió, todos los días me he desayunado con la horrible verdad de que otro poco de vida buena se extinguía. Nos dejamos deslizar por una pendiente que íbamos edificando losa a losa, y ya que somos piojos aplastados, llantas ponchadas y reparchadas, ya que somos mierda, ni siquiera hemos podido ver verdaderos cabrones, no le damos grandeza a la maldad, ni siquiera sabemos lo que es eso, puro pobrediablismo, pinches diablitos ojetes con sus vasos de brandy barato en la mano, envueltos en polvos y humo, vestidos de cochambre, cagados y guacareados, o en autos lujosos, con ropa cara, guardaespaldas atrás, es igual ahora el viejo vociferaba con los músculos del cuello tensos y las venas hinchadas, y a mí de qué me sirvió leer megatoneladas de libros, saber tantos idiomas, almacenar tantos conocimientos, para acabar como esta puta ciudad: agonía perenne sin la bendición de la muerte, ¡húndete de una vez, hija de tu chingada madre! ¡Tu gran hazaña es ser la máxima ruina del mundo, ciudad jodida, ciudad jodida!

n la madre, se dijo. Qué pasa aquí, se preguntó el viejo al sentir un levísimo meneo que de pronto agarró fuerza y una sacudida espeluznante le bajó toda la sangre a los pies, la banca se removió entre chirridos de metal, los postes y los cables se agitaban, la gente abría los ojos con el máximo espanto, se daba cuenta perfecta de que estaba temblando y con un poder devastador. El viejo saltó de la banca pero en el suelo era lo mismo: trepidaba con fuerza, le provocaba un mareo invencible, la visión se le barría, las manos no hallaban dónde sujetarse, la agitación era pareja y, sobre todo, fuerte, alcanzaba a pensar el viejo, aún en el estupor y el terror, veía que los edificios se removían pesadamente, crujían, despedían nubes de polvo, los cables de electricidad finalmente se rompieron, chisporrotearon al caer, una explosión, un auto ardió y la gente, quemándose, salió corriendo, entre el estrépito ensordecedor de choques, golpes, gritos aterrados de gente atrapada, o que corría o trataba de permanecer en pie, más gente salía de casas y edificios, ¡ahora sí, hijos de la chingada!, ¡ahí tienen lo que buscaban!, bramaba el viejo, ebrio de terror, ¡no le saquen a las sacudidas de esta vieja madre! ¡Se está viniendo!, ¡gócenla, culeros!, caían grandes ramas, los árboles se bambolean, algunos se desplomaban pesadamente, y el viejo casi perdió el sentido cuando frente a él los rieles del tranvía no resistieron la tensión, estallaron en un chasquido sobrecogedor y el grueso lingote reblandecido se retorció como paréntesis invertidos que se alzaron en el aire, ay cabrón, ay canijo, esto sí está durísimo, está fuerte, gritaba el viejo, tambaleándose, entre la gente que huía de los autos que habían hecho explosión, de los potentísimos chorros de agua que brotaron por entre el concreto resquebrajado, la calle se agrietaba con crujidos secos, guturales, y chorros ahora turbios del drenaje volaban las tapas de las coladeras y se disparaban hacia arriba, ¡esto era lo único que nos faltaba!, ¡nos vamos a morir montados en esta montaña rusa! ¡Agárrense si pueden hijos de la chingada!, volvió a gritar el viejo con menos fuerza, las trepidaciones y las sacudidas no cesaban, eran eternas, al terror se sumaba la atroz premonición de que nunca iba a acabar, todo caería como se desplomaban los techos, un edificio de veinte pisos de pronto se ladeó y se resquebrajó, se vino abajo con una oleada de piedras, metales retorcidos, cristales, muebles, el primer piso de una casa cayó pesadamente, con nubes de polvo, explosiones, llamaradas, gritos desgarrados, no para, no para, un dolor de cabeza fulminaba al viejo, todo se está cayendo, alcanzó a musitar, esto es imposible, tiene que parar, ¡tiene que parar! La gente mostraba el máximo horror, estupor, mientras caían balcones, otros edificios se desmoronaban sobre la calle, los vehículos y la gente; los ruidos, golpes, gritos, ensordecían y el viejo no pudo sostenerse más en pie y se desplomó sentado, con las piernas extendidas, con las manos plantadas en la tierra del camellón, como niño. Entonces descubrió que el terremoto había cesado.

José Agustín.

De La palabra en juego (selección de Lauro Zavala).