lunes, 31 de julio de 2006

El piojo del coronel

Un piojo, muy humilde, sólo conocía la aridez de la cabellera de un soldado raso. No se quejaba de su suerte –sus antepasados, durante generaciones, habían vivido en esos páramos- y conociendo sólo pelo apestoso, era incapaz de aspirar a un sitio mejor. Quiso el destino que el coronel pasara revista a la sudorosa tropa. El piojo, emocionado, levantó una de sus patas delanteras para él también hacer el saludo militar; entonces un viento repentino lo sacó de su hediente albergue y fue a depositarlo en la cabeza del coronel. El insecto se llenó de orgullo. “¡La armada está bajo nuestro mando!”, exclamó. Y una cálida sensación de poder embargó su corazón. Desde ese día despreció a sus congéneres. Es más, rogó al cielo que su jefe los exterminara por sucios y feos. Aferrado a la fragante cabellera, se sintió dueño del mundo, obedecido por todos. De pronto estalló un motín y los soldados, con lanzallamas, quemaron al coronel. El piojo, a pesar de gritar innumerables veces “¡Soy inocente!”, murió tan achicharrado como la cabeza que lo albergaba.

Alejandro Jodorowsky
De El paso del ganso (fábulas y relatos), 2001.

Tu más profunda piel

No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacia de tu rostro una máscara de joven faraón nubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos. ¡Oh viajera de ti misma, máquina de olvido! Y entonces me paso la mano por la cara con un gesto distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra vez para arrancarme a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la pantalla de ese lecho donde vivimos las interminables rutas de un efímero encuentro.


Julio Cortázar
Tu más profunda piel (fragmento), de Último round, tomo I, 1969.

domingo, 30 de julio de 2006

Los exploradores

Tres cronopios y un fama se asocian espeleológicamente para descubrir las fuentes subterráneas de un manantial. Llegados a la boca de la caverna, un cronopio desciende sostenido por los otros, llevando a la espalda un paquete con sus sándwiches preferidos (de queso). Los dos cronopios-cabrestante lo dejan bajar poco a poco, y el fama escribe en un gran cuaderno los detalles de la expedición. Pronto llega un primer mensaje del cronopio: furioso porque se han equivocado y le han puesto sándwiches de jamón. Agita la cuerda y exige que lo suban. Los cronopios-cabrestante se consultan afligidos, y el fama se yergue en toda su terrible estatura y dice: NO, con tal violencia que los cronopios sueltan la soga y acuden a calmarlo. Están en eso cuando llega otro mensaje, porque el cronopio ha caído justamente sobre las fuentes del manantial, y desde ahí comunica que todo va mal, entre injurias y lágrimas informa que los sándwiches son todos de jamón, que por más que mira y mira, entre los sándwiches de jamón no hay ni uno solo de queso.

Julio Cortázar
De Historias de cronopios y de famas, 1962.

sábado, 29 de julio de 2006

Con denuedo diles que me amas, a ellos, los choferes de
autobús urbano cuando, decidida, abordes una de esas bestias
nobles que habrá de llevarte donde escribo el poema.
Respírales enfrente y que sepan la dimensión inexacta de tu amor.
Sabrán que has llegado del mar, y que como éste, te mueves
por inspiración de extrañas lunas.
Pero no detengas tu valentía en esa escena.
Vuelve tus ojos inmisericordes al oscuro miasma de
pasajeros del colectivo y sepúltales con aquella luz que te
regalaron cuando niña, abriéndote despacio.


Octavio César
De Loba para principiantes.

Crónicas marcianas

ENERO DE 1999

El verano del cohete

Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.


El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra...


Ray Bradbury
Crónicas marcianas (novela)

viernes, 28 de julio de 2006

Caballos desbocados

Los asesinos debían ser como lobos solitarios, sostenía Sawa. Había allí doce hombres presentes, y a sangre fría debían tomar la decisión firme de matar a otros doce hombres. La fecha del tres de diciembre debía permanecer incambiada; pero, dado que se renunciaba a la idea de asaltar las estaciones eléctricas, la hora debía alterarse. La acción tendría que llevarse a efecto poco antes del amanecer y no por la noche. El amanecer es un momento en que los hombres ricos, que duermen mal porque son viejos, se hallan tendidos en sus camas con los ojos abiertos. En ese momento, la luz incierta de la madrugada iluminaría suficientemente sus rostros. No había así posibilidades de cometer error alguno. El amanecer es un momento en que acaso presten atención al gorjear de los primeros gorriones mientras permanecen insomnes con las cabezas sobre las almohadas y piensan en lo que harán ese día para salpicar aún más al Japón con el venenoso aliento que sus poderes les prestan. Esa era la oportunidad más indicada. Lo que cada hombre allí presente debía hacer era efectuar averiguaciones sobre el exacto lugar en que los que debían ser asesinados acostumbraban a dormir, y demás indicaciones útiles para llevar a buen término la tarea que a cada uno le incumbía, de modo que la ardiente sinceridad que les guiaba se levantara como una gran llamarada hasta los cielos.


Yukio Mishima
Caballos Desbocados (novela)

Las olas

Aquí Bernard, Neville, Jenny y Susan (pero no Rhoda) rasan los parterres con sus redes. Espuman las mariposas de las móviles cabezas de las flores. Peinan la superficie del mundo. Sus redes están llenas de alas batientes. “¡Louis! ¡Louis! ¡Louis!”, gritan. Pero no pueden verme. Estoy a l otro lado del seto. En la masa de hojas sólo hay menudos orificios, como ojos para ver. Dios mío, déjalos que pasen. Dios mío, permite que dejen las mariposas envueltas en un pañuelo, sobre la grava. Déjales contar cuántas mariposas blancas, cuántas rojas y cuántas moteadas han atrapado. Pero permite que no me vean. A la sombra del seto, soy verde como el tejo. Mi cabello es de hojas. Estoy enraizado en el centro de la tierra. Mi cuerpo es un tallo. Oprimo el tallo. Una gota se forma en el orificio de la boca, y lenta y densa crece y crece. Ahora, algo de color de rosa pasa por el orificio como un ojo. Ahora, el rayo de una mirada pasa por el túnel. Y el rayo me toca. Soy un chico con un traje de franela gris. Es ella y me ha encontrado. Siento el golpe en el cogote. Me ha besado. Todo se ha hecho añicos.


Virginia Woolf
Las Olas (novela) 1931.

El fantasma accidental

Las enfermedades extinguidas, mi querido: algunas de ellas pueden matar en minutos. Enfermedades voraces acechan la tierra y la paja, en la bruma y en las ciénagas y en la roca fosilizada. Algunas de las más mortíferas son plantas parasitarias, especializadas en crecer en la carne humana, como Raíces. Raíces crece hasta las vísceras y las glándulas y en espiral alrededor de los huesos; sarmientos brotan de las ingles y de las axilas de la víctima; brotes verdes crecen de la punta de su pene; zarcillos se deslizan por sus narices para liberar semillas mortales que luego se esparcen con el viento; espinas que le arrancan los ojos; sus testículos se hinchan con raíces y revientan; su cráneo se transforma en un tiesto de pasmosas orquídeas cerebrales que le cubren los ojos muertos y el rostro idiota mientras la piel, de a poco, se endurece como una corteza. En algunos casos, la metamorfosis es total. El sujeto prende en la tierra para conocer la exquisita agonía de la sabia que aviva, de las hojas devoradoras de luz y de las raíces nutridas por el agua, la bosta y el suelo.


William S. Burroughs
El Fantasma Accidental (novela)

Mujeres

En la noche del miércoles me encontraba en el aeropuerto esperando a Iris. Me senté y contemplé a las mujeres. Ninguna de ellas, excepto una o dos tenían tan buen cuerpo como Iris. Había algo que no marchaba bien en mí: tenía una verdadera obsesión sexual. Me imaginaba estando en la cama con cada mujer que veía. Era una interesante manera de pasar el tiempo de espera en un aeropuerto. Mujeres: me gustaban los colores de sus ropas, su manera de andar, la crueldad de algunos rostros, de vez en cuando la belleza casi pura de una cara, total y encantadoramente femenina. Estaban por encima de nosotros, planeaban mejor y se organizaban mejor. Mientras los hombres veían el fútbol o bebían cerveza o jugaban a los bolos, ellas, las mujeres, pensaban en nosotros, concentrándose, estudiando, decidiendo, si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos, matarnos o simplemente abandonarnos. Al final no importaba, hicieran lo que hicieran, acabábamos locos y solos.


Charles Bukowski,
Mujeres (novela), 1979.

Wonderama

25 de marzo de 1974

Desayuné Chocotorros con Perk, y mi papá me llevó al concurso del que se viste de niño. Desde que recuerdo, tenía ganas de ir. Por los pasillos de los foros de televisión, me crucé con Batman y le pedí un autógrafo. Le dije que él era mejor que el Santo. El concurso, en realidad, era bastante simple, se trataba de escoger entre tres llaves, una de las cuales abría la puerta del sabor. Escogí la correcta y gané una dotación de yoghurt y una avalancha. Al final del programa, el animador me preguntó:
-Cuate, ¿Te quedas con tus premios, o entras a la catafixia?
No lo entiendo, siempre he pensado que los que lo hacen son francamente mensos, pero le contesté que entraba a la catafixia.
-A ver, Lupita, qué hay detrás de la puerta dos…
A lo lejos escuché la voz del títere del mago de barba, el conejo, que decía:
-Jajaay, se llevó el burro de planchar.
Pero lo realmente extraño es que tras el burro había un letrero enorme que decía:
LA VERDAD, TODO ES MENTIRA
y al parecer, sólo lo vi yo.

Bernardo Fernández BEF
Wonderama (cuento, frag.)
De BZZZZZZTT!! Ciudad interfase.

jueves, 27 de julio de 2006

Los locos somos otro cosmos

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: "No doctor, no... loco no..." Sor Socorro lo frotó con yodo: "Pon flojos los codos -rogó-, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros." Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con dolor: "No doctor Otto, shocks no..." Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: "Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡Monos roñosos!" Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. "¡Pronto, doctor Otto! -convocó sor Flor-. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!..." Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró.

Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: "Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo...

-No, doctor. No -sopló ronco Rodolfo-. Los shocks no son modos. Los locos no somos pollos. Los shocks son como hornos; son potros con motor, sonoros como coros o como cornos... No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son sólo poco costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto... Doctor, los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos. Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo...

Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos sólo son lo otro. Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los borró; sólo lo soportó por follón: obró con dolo. Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo, como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón rodó con hondo sopor. Rodolfo soñó. Soñó con rocs, con blondos gnomos, con pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos. Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos como Fox Trot.

Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: "Oh, doctor -lloró-, oh, oh, nos dobló con sonoro trompón." Otto contó cómo lo controló.

-Otto, pospón los shocks -rogó sor Socorro.

-No, no los pospongo. Loco o no, yo lo jodo. No soporto los rollos... Pronto, ponlo con gorro.
-¿Cómo, doctor -notó sor Flor-, ocho volts?

-No, no sólo ocho. ¡Todos los volts! Yo no sólo drogo, yo domo... Lo domo o lo corrompo como bonzo.

-¡Oh no, doctor Otto!, como bonzo no.

-¡Cómo no, sor Socorro! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los doctos... ¡Ojo, sor Socorro! No soporto los complots...

Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como mosco. Otto lo nombró: "Don gorgojo", "loco roñoso", "golfo". Rodolfo zozobró con sonso momo. Otto cortó los shocks.


Oscar de la Borbolla.
Los locos somos otro cosmos.


De La palabra en juego, antología del nuevo cuento mexicano, 2000
(Lauro Zavala, compilador).


El luto humano

"Sí, todos los espectadores, periodistas, funcionarios y hasta el propio sacerdote, lleváronse los pañuelos a la nariz para no aspirar el olor. Todos, también, bebieron antes su buen trago de whisky, hasta el sacerdote. Pero yo sé que todo ese olor lo tengo en mí y no debía taparme la nariz. Yo sé que guardo toda la miseria y toda la grandeza del hombre dentro de mi propio ser. Que defeco y eyaculo y puedo llenarme de pus el cuerpo entero. Cuando lo reconozco me dan ganas de llorar, y lloraría como nadie lo ha hecho en toda la historia humana de poder aspirar el nauseabundo olor de mi propia carne entre las llamas o presa de las corrientes eléctricas de una bestial silla homicida, porque ése es mi olor, y el olor del criminal ejecutado era el propio olor mío, a cerdo en llamas y cabellos y grasa ardiendo.

El zopilote dio un picotazo sobre el rostro de Adán, y como el cadáver se balanceara, el buitre a su vez perdió el equilibrio aleteando ruidosamente para posarse en la azotea. Era la victoria de la muerte. Caminaba a pequeños saltitos, cauteloso ante lo que todavía quedaba ahí de vida, con miedo, con asombro. Morirían, sin embargo, morirían todos, y el zopilote era un rey, el rey de la creación."

José Revueltas.
El luto humano (novela), 1943.