martes, 30 de noviembre de 2010
José Agustín - Dos Horas de Sol
viernes, 12 de noviembre de 2010
Para una breve poética del rock
Bájense el texto de aquí:
Para una breve poética del rock
Crines, Otras Lecturas de Rock
Carlos Chimal, compilador
Ediciones Era
México, D.F. 1994
viernes, 29 de octubre de 2010
Farabeuf (fragmento)
Habéis hecho una pregunta: "¿Es que somos acaso una mentira?", decís. Esta posibilidad os turba, pero es preciso que os avengáis a pertenecer a cualquiera de las partes de un esquema irrealizado. Podríais ser, por ejemplo, los personajes de un relato literario del género fantástico que de pronto han cobrado vida autónoma. Podríamos, por otra parte, ser la conjunción de sueños que están siendo soñados por seres diversos en diferentes lugares del mundo. Somos el sueño de otro. ¿Por qué no? O una mentira. O somos la concreción, en términos humanos, de una partida de ajedrez cerrada en tablas. Somos una película cinematográfica que dura apenas un instante. O la imagen de otros, que no somos nosotros, en un espejo. Somos el pensamiento de un demente. Alguno de nosotros es real y todos los demás somos su alucinación. Esto también es posible. Somos una errata que ha pasado inadvertida y que hace confuso un texto por lo demás muy claro; el trastocamiento de las líneas de un texto que nos hace cobrar vida de esta manera prodigiosa; la imagen que se forma en la mente de alguien mucho antes de que los acontecimientos mediante los cuales nosotros participamos en su vida tengan lugar; un hecho fortuito que aún no se realiza, que apenas se está gestando en los resquicios del tiempo; un hecho futuro que aún no acontece. Somos un signo incomprensible trazado sobre un vidrio empañado una tarde de lluvia. Somos el recuerdo, casi perdido, de un hecho remoto. Somos seres y cosas invocados mediante una fórmula de nigromancia. Somos algo que ha sido olvidado. Somos una acumulación de palabras; un hecho consignado mediante una escritura ilegible; un testimonio que nadie escucha. Somos parte de un espectáculo de magia recreativa. Una cuenta errada. Somos la imagen fugaz e involuntaria que cruza la mente de los amantes cuando se encuentran, en el instante que se gozan, en el momento que mueren. Somos un pensamiento secreto...
Farabeuf
FCE, México, 1985
martes, 8 de junio de 2010
Sobre La Prosa del Transiberiano
La literatura es parte de la vida. No es algo "aparte". No escribo por profesión. Vivir no es una profesión. No hay así artista alguno. Los cuerpos vivos no trabajan. No me gusta el sudor de mi frente a pesar de las opiniones sanas de un libro, aunque sea famoso. No hay especializaciones. No soy un hombre de letras. Denuncio a los aprovechados y a los arribistas. No hay escuelas. Yo escribiría de otro modo en Grecia o en la cárcel de Sing-Sing. He hecho mis más hermosos poemas en ciudades grandes, entre cinco millones de hombres, o a cinco mil leguas bajo mares en compañía de Julio Verne, por no olvidar los más hermosos juegos de mi niñez. Cualquier vida es un poema, un movimiento. Sólo soy una palabra, un verbo, una profundidad, en el sentido más salvaje, más místico, más vivo.
Por lo tanto, La Prosa del Transiberiano, es de verdad un poema, porque es la obra de un libertino. Puesto que esto es su amor, su pasión, su vicio, su grandeza, su vómito. Es una parte de él aún. Su Eva. La cita que él arrancó. Es una obra mortal, herida de amor, preñada...
Una risa que horroriza. De la vida, la vida. Algún rojo y azul, de sueño y de sangre, como en los cuentos. Me gustan las leyendas, los dialectos, la falta de lenguaje, las novelas policíacas, la carne de las niñas, el sol, la Torre Eiffel, los apaches, los negros y la astucia del europeo quien disfruta silencioso e irónico de la modernidad. ¿A dónde voy? No sé nada sobre ello. En cuanto a mis medios, son inagotables; nací pródigo.
El gato doméstico tiene su abrigo sedoso; su columna vertebral es flexible, eléctrica; se abandona así a sus buenos ejércitos: a sus garras fuertes; él brinca sobre la presa y obtiene lo que él desea. Pero el gato salvaje brinca mucho mejor: su golpe siempre es certero. Tengo altura de gato salvaje.
París, septiembre de 1913
domingo, 30 de mayo de 2010
The Electric Kool-Aid Acid Test
Antes de que el movimiento hippie saltara a la vista de todos, Ken Kesey y compañía ya habían explotado prácticamente todas las posibilidades que ofrecía la combinación de drogas psicotrópicas, rock, tecnología, cultura pop y libertad lúdica y espiritual, llevando la psicodelia a niveles realmente delirantes.
Kesey y un grupo desquiciados amigos, que se hicieron llamar The Merry Pranksters –traducidos acá como Los Alegres Bromistas–, se dedicaron durante todo el año de 1964 a recorrer, pasadísimos en ácido, gran parte del territorio gringo a bordo de un autobús escolar completamente pintado de chirriantes motivos psicodélicos. Minando desde adentro la cuadrada conciencia de Norteamérica, filmándolo todo, sonorizándolo todo, Los Bromistas convierten al viaje por carretera en una metáfora de la existencia misma. Y sólo para que se imaginen el tamaño del viajecito, el Furthur –que así fue bautizado el autobús– fue conducido además durante casi todo sus viajes por el mítico Neal Cassady, aún dueño absoluto del volante, la carretera y la locura, convertido en esos días en un adictazo a las anfetas.
Podría decirse que The Merry Pranksters fueron los fundadores de lo que algunos llaman hoy contracultura, en los términos totales de lo que esa palabra aspira significar; pero ése no es el punto. Hasta aquí sólo diré que las conocidas Pruebas del Ácido, ideadas por Kesey como una experiencia total del LSD, sentaron las bases de los conciertos de rock tal y como los conocemos hoy. The Acid Test, sí, fiestas lisérgicas en donde los sentidos eran estimulados por todos los frentes, mientras una banda de rock -The Grateful Dead, por lo general- capitaneaba el viaje. Luces estroboscópicas, decenas de micrófonos y amplificadores, pintura fluorescente, rock & roll, drogas... y todo eso elevado a niveles religiosos, en donde la búsqueda de la conciencia suprema, de dios y de la experiencia colectiva era algo tan hilarante como inspirador.
Y bueno, The Electric Kool-Aid Acid Test, es el título con el que Tom Wolfe inmortaliza las hazañas de The Merry Pranksters por medio de un trabajo periodístico. Y lo hace de una manera magistral, experimentando con las palabras de la misma manera en que los Bromistas experimentaban con las drogas, sin una sola concesión para nadie. Aquí Wolfe busca y descubre nuevas maneras de utilizar el lenguaje para realmente reflejar toda la locura y el colorido de lo que estaba viendo y viviendo junto a los Bromistas; logra de esta forma encapsular en el texto la esencia, el ambiente y el sentir de uno de los momentos clave de la historia del siglo pasado. Nada de periodismo chato y burdo, esto es periodismo de verdad, con víceras: periodismo rompemadres.
Muchas son las personalidades que se pasean por estas páginas, además de Kesey y Cassady. Ahí están también Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Los Ángeles del Infierno, Hunter S. Thompson, The Beatles, The Grateful Dead, Timothy Leary, todos colgados en ácido, viviendo la experiencia, viajando en el autobús, ese símbolo perfecto de una época en donde la gente era maciza y reventada. Y sólo para darles una muestra, aquí les dejo un fragmento en donde Owsley Stanley, aquel famoso químico que surtió a toda América de LSD puro, se mete un buen pasón de su propio ácido y al final casi no la cuenta:
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Tom Wolfe
Anagrama
1997